UN HOMBRE SENSIBLE

La miraba sin que ella se percatara; Fingía ver los rulos oscuros de su pelo, pero me detenía en los signos de su partida. Ella sonreía y tomaba mi barbilla y me decía lo feliz que era. Mentía, tal vez no se daba cuenta que a su sonrisa le acompañaba un entrecejo, -ese relax que se abre cuando hay satisfacción. Observaba el punto de tensión y, movía mentalmente la testa. Las últimas veces, al despedirnos, notaba su urgencia por darme las buenas noches y ésta, aunque se oculte, un hombre sensible la percibe.
Hubo momentos de gran alegría, de cosas pequeñas como el hecho de tener su mano entre mi mano. Mi mano la resguardaba y la proveía. Las veces que la conducía sobre las grandes avenidas donde la muchedumbre se arrebataba para cruzar la esquina y ella caminaba o se detenía a la sutil orden de mi palma. Recordé la luz de su mirada cuando ésta respondía a mi sonrisa, después dejó de emitir destellos. ¿ Ella sabría lo que dirían sus ojos? Nunca lo sabré. Aunque creo que lo supo. Sin embargo no le di tiempo de decírmelo.
Muy en la mañana, la neblina cuajaba en el piso y sobre los cerros tal vez formaba grandes anacondas. La reconocí por su forma de caminar, en una mano su equipaje y la otra suelta, subía y bajaba con desorden como lo hace una mariposa con el ala rota. ¿Se iba de viaje? ¿acaso escapaba? cuando ayer todavía me rodeaba con sus brazos. Nunca llegó a su destino… ni creo que lo tuviese.

Buenas noches Variola

Buenas noches variola
Hace tiempo dañaste a reyes y aldeanos. Los que sobrevivieron quedaron ciegos y carcomidos. Podrías decir que era tu misión y no discriminaste. Lo cierto es que sigues formando parte de la vida. Hoy vives encarcelada. No he querido aniquilarte, pues eres singular en la vida. Mi admiración hacia ti me dice que debo respetarte. En las noches de perversidad, te observo con ojos profundos y muevo tus ácidos para hacerte más letal. Mi alma tiembla con sólo pensar que un error podría ser fatal para mí.
Algún día, mi odio podría darte la libertad de anidarte en la linfa de los hombres; tan fácil dejarte olvidada en algún aeropuerto de esta tierra y quince días después brotarías en los cuerpos transformada en pequeñas vesículas negras hediondas de pus y de muerte.
Por este día, Variola, me iré a dormir con un Padre Nuestro en la boca.

Ni la muerte será capaz

¿Estaré en una iglesia? ¿Parece que alguien ora? —Se preguntó el esposo que estaba acostado y cubierto con frazadas. Cerró los ojos y un placer morboso irrumpió al recordar las palabras del yerbero: “La hierba rumorosa debe su nombre a que poco antes de llegar al efecto mortal, las gentes mastican sus pensamientos, como si rezaran.”

La habitación tenía pintura que se levantaba, como si a propósito la hubiesen rizado, al fondo, la estufa prendida hacía bufar un caldero que desprendía vapor y que intentaba aminorar el frío.
—Mi oído se recupera, pues escucho con una claridad diáfana las palabras de mi odiada esposa. Desgraciada, oigan lo que dice.

—Él es idóneo. Obeso, sedentario, fumador y medio sordo. Su gesto me dice que no da crédito a lo que oye. Seguro que no tarda en morirse, la pócima que le di está en proceso, pues, el oído capta el más leve cuchicheo después de ingerida la dósis. ¡Bendito pulque que permite combinarlo con cualquier fruta! ¿Quién puede pensar que lo he envenenado? El médico dirá que fue un ataque al corazón. ¡Me importa un rábano que escuche! ¡No sé cómo pude soportar tanto!

El viejo Antes de morir comprendió y tuvo fuerzas para caer sobre su mujer y forcejear. Abrazados y con la cara de ella sobre el hueco del hombro, los encontraron sin vida al día siguiente. El diario local exhibió la foto y al pie de la página se leía “Victimas del frío”. “Se amaron hasta la muerte”.

Los benjamines

Poco antes de cumplir los cincuenta años, numeró las veces que la muerte había aleteado alrededor de él. Eran muchas, por lo que concluyó que estaba predestinado a un fin grandioso.
Antes de morir, tuvo un último hijo cuya vida fue paralela a la de él y al igual que su padre, presentía que la vida le tenía reservada una gran proeza. Murió viejo.
El suceso se repitió en muchas generaciones. El último de ellos no se cuestionó pues moriría en la cruz en las afueras de Roma, pensando que su esfuerzo había sido inútil.

Deseos

Abrazo tus hombros. Al besar tu cuello, froto la nariz en el caracol de tu oreja.
Mis brazos ruedan. Deja que tus ojos se pierdan a través de la ventana y percibe como relamo la frutilla de tu cerviz.
Tu espalda es un mar,mis labios una barca. Remo a la vera de tu columna y la habito con jazmines.
Entreabro tu boca y la inundo; anhelo que los corales fulguren y al trote el deseo se exhiba. Tienes fresas de mar en los bordes. y en el trapecio del cuello sobrevivo a tus latidos. Al caer la blusa arribo al muelle de tus pechos. Destrabo el corpiño.Sigue leyendo «Deseos»

El gobierno

Inserté en el “aviso de ocasión” un anuncio donde solicitaba un licenciado en ciencias sociales, con carácter, ambición y capacidad para resolver problemas. Llevaba días entrevistando en una oficina que no es la mía y alejada del centro urbano. Cuando lo tuve frente a mí, vi que era el hombre que buscaba. Frente amplia, de mediana edad, ojos claros y grandes que despertaban simpatía y un movimiento rápido que reconozco sólo en las personas observadoras. Alto, robusto y con la piel aceitunada por frecuentes caminatas bajo el sol. Discutimos el sueldo y acepté su propuesta. Le pagaría de acuerdo a los resultados.
La zona indígena de la región de la montaña andaba alborotada. Él tendría que llevar en una mano el pan y en la otra el fuete. Tenía libertad para decidir, si una situación escapaba y había difuntos, yo tendría a quien echarle las culpa. ¡ Joder! En la actualidad los “ chivos expiatorios” le salen caros al gobierno del cambio.