Noticia de Rubén García García

Sendero

Me quedé quieto, en silencio. Ayer caminaba sin preocupaciones. Por la noche me despertó el llanto de mi vecina. Alfredo, su esposo, había muerto. Una semana antes el velador del vecindario fue cruelmente asesinado. Mi esposa que parece que nunca duerme me platicó que los perros no han parado de aullar; el colmo fue cuando lo hicieron en pleno día.

Ya se llevan el féretro, mi mujer estaba a punto de integrarse al cortejo, la detuve. «Te quedas en casa, ya habrá oportunidad de darles el pésame». Se han ido y quedó en el aire un aroma de flores trituradas.

Tomando café en la cocina vi pasar a mi hija. Llegó mi esposa, me dijo: «no sé cuál es tu ansiedad, al final tú y yo tenemos un año…», «¿un año de qué?» —le pregunté. «tal parece, que la volcadura que nos hizo caer al abismo, a ti, no tan solo te quitó la vida sino que también te hizo perder la memoria. Te lo diré una sola vez: estás muerto»

La poesía de Julie Sopetrán

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LA MÚSICA DE DIOS

Poesía

tú eres el mar

de la mañana en calma

la tierra florecida

en los desiertos

el cielo desgranando

las estrellas

sobre todas mis sombras.

Poesía

tú eres el viento

que guarda la palabra

entre los besos

del sagrado misterio

del Amor.

Poesía

soledad invisible

en el silencio

y la oculta belleza

de mi libre

esperanza.

Poesía

tú eres lo que siento

entre mis lágrimas

esa luz del lenguaje

que se agranda

en el instinto

de la inspiración

Poesía

tan sólo con nombrarte

soy un gorrión en vuelo

que recoge en su alma

la  música 

de Dios.

©Julie Sopetrán

La abuela de Rubén García García

Sendero

El abuelo tiene cinco años que murió y la abuela no deja de llorar. La escucho por la noche con sus gimoteos de niña. Hoy le diré al padre Toño para que se haga el aparecido.

El cura habló con ella y sigue lloriqueando. Si supiera que a mí no me duele el abuelo, me jode ella, que de tanto escucharla me deja con el ojo pelón. Anoche, la escuché hablar dormida: «Remigio, me dijo el cura que dejara de llorar para que tu alma descanse. Sabes que no le haré caso, seguiré gimiendo para que te revuelques en el purgatorio como el gusano que siempre fuiste».

La jaqueca de Rubén García García

Sendero

Llovía. Llovía tanto que lo mejor fue aparcarse subiendo el auto a una banqueta.

Ella llegó a la reunión de Samantha y se sorprendió de ver tanta gente. La reunión la había imaginado con las personas allegadas a la familia y dos o tres amigas de años. La música fue estridente. Tiempo después le pidió a su amiga una aspirina y más tarde se despedía. Había empezado la lluvia y el esposo de la anfitriona fue el encargado de llevarla hasta su casa, contrariado por dejar a medias una plática.

La mujer, cada vez que tronaba, se tapaba los oídos. En aquella soledad de agua, le preguntó:

—¿Te doy un masaje en la nuca? —tal vez disminuya tu dolor.

El agua corría por la avenida arrastrando la basura de la ciudad.

Ella Tenía un cuello de garza. Las manos iban desde la nuca hasta los hombros y se detenían entre los dorsales y el arroyo de la espalda. Tenía ventosas y toques analgésicos en las yemas de los dedos.

El agua golpeaba el techo del carro.

—¿El dolor?

—Me lo quitas. —y ella destrabó los ganchos del corpiño. — sigue.

El masaje hurgó en áreas oscuras y sensibles. El golpe del agua coincidió con un arrebato que la cimbró. Una erección del cabello que la recorrió hasta llegar a los dedos de los pies.

En la oscuridad se escuchaba el muelleo, la rima de estertores y los quejidos de placer que tenían como fondo el murmullo de la lluvia.

El aguacero se hizo garua pertinaz y del dolor quedó una diminuta luz.

La orden de Rubén García García

Sendero

No me gusta que me agarren la cara!, deja que el viento fresco de la serranía entre y cierre mis ojos. ¡Tú, siéntate! Desde joven odio tener frialdad en las plantas de los pies porque me espanta el sueño. ¡No te quedes tieso! y fricciona fuerte, pero con cariño. No sea que por tenerlos helados, también se me espante la muerte.

Deeini, mi hermana

Sendero

Deeini, mi hermana de Rubén García García

Deeini era ágil y ligera. ¡Hasta parece que escucho su carcajada! Corríamos hasta el punto más alto. Ella veía a lo lejos la silueta del río, la arena de color canela y las piedras encimadas, donde mi madre solía lavar. Me acariciaba los cabellos con las uñas diciendo cuanta cosa se le ocurría y de regreso me mostraba unas hojas, «Es la flor de noche buena. Son verdes y en diciembre se vuelven rojas para celebrar el nacimiento del niño Jesús».

El río semejaba una culebra de fulgores. Cuando las mulas de los arrieros lo atravesaban, sabíamos que se tendería el mercado. Mamá, buscando las especies, papá, los arreos para el caballo, mi hermana las peinetas, pasadores y cosas para colgarse en las orejas; yo, andaba a la caza de las canicas.

Dormíamos juntos en la choza cuando escuché a mamá gritándole.

¡Levántate, levántate!

Al darse cuenta que seguía acostada, la zarandeó de su trenza.

— ¡Qué! ¿No oyes?

Le di mi camisa de franela para que se cubriera, pero mamá volvió a apresurarla. Ella solo se defendió del frío con sus brazos. Papá llegó dando tumbos y puso de pie a mamá para que le diera de cenar. Deeini regresó temblando y en sus manos traía el aguardiente que mi papá reclamaba. Estornudaba.

En la mañana, mi madre le puso la mano sobre la frente. ¡Por Dios! ¡Está ardiendo! Con rapidez cortó del patio cáscara de árbol de chaca y albahaca, las martajó en alcohol y agua y le puso lienzos. Para la media noche tosía con dolor, al respirar sumía la panza, el pecho le gorgoteaba y una espuma del color amarillo le salía de la boca. Los ojos estaban secos e idos y su nariz aleteaba. Papá fue al pueblo grande por el médico. Cuando llegó, aún estaba tibia, pero ya no respiraba.

Mi madre se hincaba frente al doctor.

—¡Regrésemela doctorcito! ¡Le pago lo que quiera, ándele no sea malito! ¡Regrésemela, por lo que más quiera! ¡Por lo que más quiera!

Llovía finito y el camino se hizo chicludo. Los sollozos de mamá eran los míos. Desde el cementerio veía el camino por donde corríamos.

La tristeza no se va como lo hacen las semillas que vuelan con el viento. lloro a diario, pero nadie me ve, porque lo hago hacia adentro. Cuando voy al monte por leña, me voy por el sendero para recordar a mi hermana; y al regreso, mamá me dice siempre lo mismo. ¿No quieres agua?

¡Hoy veré a mi hermana! Será el día de los santos difuntos. Dice la abuela que el primer día llegan los niños. Todos están atareados. Papá haciendo el altar, mamá los tamales y la abuela haciendo el pan. En una labor de dos días, todos estamos esperando que lleguen a degustar la ofrenda. Yo fui por “lupitas” que es el fruto silvestre que a mi hermana le gustaba.

¡El altar ya está terminado! Las hojas de palmilla lo revisten; son de un verde intenso y brillante, las flores alfombran en ramos el cielo y también los pilares. De entre las hojas cuelgan las naranjas, mandarinas, limas como si salieran de las ramas. Sobre la mesa las veladoras con su luz de cobre y los alimentos que saboreaban en vida los difuntos. Para mi abuelo dulce de calabaza, terrones de panela para una tía, ¡y a mi hermana las lupitas. Una se la abrí y la otra no, para que se la llevara de regreso. ¡La estaré esperando!

A media noche veo cómo llega una luciérnaga y se posa sobre mi brazo, camina hasta alcanzar la mano y después vuela en zigzag. Me despierto, ¡había prometido no dormir para verla…! pero me ganó el sueño. Sin hacer ruido voy hacia el altar, a la luz de las velas compruebo que las lupitas están en el mismo sitio, nadie las ha tocado; o sea que quizás Deeini no encontró el camino, no la dejaron venir o, lo peor, no quiso. No sé, no sé. Con paso veloz decido ir rumbo al sendero. A la mitad del recorrido se abre la mañana.

Veo el río que culebrea y el viento sacude mi cabello. Voy al lugar, en el que mejor siento a mi hermana; es un rincón escondido donde las enredaderas se tuercen formando un cielo de hojas y cuelgan de un amarillo intenso los frutos que al abrirse dan la dulce semilla y dentro se dibuja la imagen de la virgen de Guadalupe. No puedo callar y grito con todas mis fuerzas, pero sólo escucho mi gemido. Salgo del escondite llorando. Con mi pequeño machete desgajo con coraje las hierbas del camino y en el aire se respira el perfume de la flor de cempasúchil; vuelvo mis ojos a la hondonada y diviso que en el centro de la maleza, justo en el corazón está la floración exuberante de las nochebuenas.

Sobresalto de Rubén García García

Sendero

Es un bosque sonoro. Ahora está en silencio y con una capa gruesa de nieve. El oso inverna. La cueva es tibia y más por la osa que lo acompaña. El sueño es inquieto por el temor de que llegue su compañera y descubra que duerme con otra. Tiene otra daga: ¿su esposa estará durmiendo sola?

la hormona del amor

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Cómo actúa la oxitocina, conocida como la hormona del amor

De Infobae|25.9.2022 23:46:34

La oxitocina es conocida como la hormona del amor. Y esa afirmación tiene algo de cierto.

Usted, probablemente, la escuchó nombrar. ¿Qué es la oxitocina? Es una hormona, una sustancia que se genera en el cerebro. ¿En qué parte del cerebro? Se ubica en la zona del hemisferio derecho, se genera en una parte del cerebro que seguramente también escuchó nombrar, que se llama hipotálamo, en unos núcleos de nombres raros, núcleos supraópticos, paraventriculares.

Se libera y luego sale por otra parte del cerebro, por una glándula, que se llama hipófisis, y de ahí va a la sangre y se esparce por todo el cuerpo.

¿Por qué este mecanismo? ¿Por qué la naturaleza, genera esto tan fuerte como una sustancia que se genera en tal punto del cerebro, viaja a otro y se libera a la sangre? ¿Y qué tendrá que ver este procedimiento con el amor?

La realidad es que las hormonas modulan las conductas. Por ejemplo, una persona que tiene bajos los niveles de la hormona tiroidea es probable que se sienta decaída, más bien sedada, intelectualmente más como apagada, porque un buen nivel de hormona tiroidea mantiene el metabolismo y la función mental en condiciones. Si la hormona tiroidea estuviese muy elevada, la persona estaría más nerviosa, más ansiosa. Por eso, a modo de síntesis fácil de comprender lo resumo como “las hormonas son conductas” .

¿Qué es lo que pasa, justamente, con la oxitocina? ¿Cuándo se libera oxitocina? En dos circunstancias muy claras: en el parto y en la lactancia. En ambas situaciones la oxitocina se comporta como una hormona necesaria para el mecanismo del parto y para la producción de la leche materna.

Pero no es lo único que hace a la oxitocina. En el inicio, como para llamar un poquito la atención me referí a la oxitocina como la hormona del amor. Esto es porque modula las relaciones sociales, las relaciones interpersonales.

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Por eso, nos sentimos mejor cuando el cerebro libera oxitocina que es la hormona del apego y la confianza. Los niveles de esta sustancia aumentan generalmente con el afecto físico que se produce con un abrazo, una sonrisa, una conversación agradable o cuando damos o recibimos un regalo.

Las hormonas son conductas y esta hormona modula patrones de comportamiento, o bien de sexualidad, o de emociones, de sentimientos y, fundamentalmente, de confiabilidad.

Cuando uno la pasa bien, en una reunión, con amigos, está en familia y un buen momento, seguro está segregando oxitocina. Cuando está en pareja y se siente bien, seguro, está segregando oxitocina. ¿Es la hormona del amor? Y… tiene mucho tiene que ver con eso.

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Por todo esto, podemos concluir que debemos hacer cosas para pasar la vida lo mejor posible y segregar oxitocina.

La oxitocina doma la ferocidad

Hace unos meses, científicos de la Universidad de Minnesota, EEUU, detectaron en un estudio que inhalar oxitocina ayudó a los leones a reducir la agresividad.

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Los investigadores trabajaron con leones de la reserva de vida silvestre ubicada en Dinokeng, en Sudáfrica, y detectaron que la aplicación intranasal de una dosis de la llamada hormona del amor, la oxitocina, convertía a las fieras en animales menos agresivos y peligrosos. El estudo fue publicado en marzo en la revista iScience, perteneciente al grupo Cells.

Estos especialistas que vienen trabajando hace tiempo con la oxitocina como estrategia, pudieron concluir en un documento que los leones se convierten en más cercanos y accesibles con sus vecinos, además de tener una actitud menor de alerta frente con los extraños.

En los mamíferos, la oxitocina es la principal molécula que fortalece los lazos sociales. Surge dentro del cerebro de una madre cuando mira a los ojos de su recién nacido, promoviendo sentimientos de bienestar y felicidad, mientras hace que el bebé quiera agarrarse al pecho para mamar. Científicos de diferentes áreas han comprobado efectos similares en otras especies.

* El doctor Daniel López Rosetti es médico (MN 62540) de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Presidente de la Sección de Estrés de la World Federation for Mental Health (WFMH). Y es autor de libros como: “Emoción y sentimientos” (Ed. Planeta, 2017), “Equilibrio. Cómo pensamos, cómo sentimos, cómo decidimos. Manual del usuario.” (Ed. Planeta, 2019), entre otros.

Beethoven de Rubén García García

Sendero

Una vez al año la luna se aparta del camino y aluza aquel bosque donde una casa abandonada recobra su brillantez. A través de la ventana se ve una tertulia, al centro un piano de cola. Se oyen risas, voces que dan paso al silencio cuando el artista levanta la tapa del piano. Del prodigio de unas manos se escucha majestuosa la sonata “Claro de luna” que colma de inmensidad a la arboleda. Al terminar el artista agradece los aplausos con una leve inclinación, y el resplandor poco a poco se apaga hasta quedar en la penumbra. La luna vuelve al camino y desaparece.

Seré un bocado de cardenal de Rubén García García

Sendero

He sido un glotón. Disfruto una buena comida, una buena plática de sobremesa con un coñac y un café en la mano. Cincuenta años departiendo. Soy gordo, hipertenso, diabético. El placer de la comida está por encima. Y lo que quiero para mí, lo quiero para mis gusanos. Por eso, cuando el médico me instó a que diera un cambio de hábitos privándome del sabor, hablé por mí y por ellos. Mis gusanos tendrán el placer de disfrutar de una carne afrutada con tintos, sal y finas hierbas. Será una satisfacción observarlos en su comilona, hasta que solo quede mi sonrisa.