Fuimos dos líneas paralelas. Distantes en el trayecto de la vida, pero que al final se unieron, un evento matemático en el devenir. Tu en la gaveta superior, yo en la inferior, y en la misma morgue. Así estábamos cuando la ráfaga de la ak-47 nos sorprendió.
Tor Ulven fue un poeta y narrador nacido en Oslo, Noruega, en 1953. Es considerado uno de los autores más importantes de la generación de la posguerra en la literatura nórdica. Publicó su primer libro de poesía en 1977, influenciado por André Breton y el movimiento surrealista, y se convirtió en un autor canónico y casi mitológico en la década de 1980 en Noruega. Después de 1989 empezó a escribir textos en prosa, extremadamente precisos y llenos de matices, despiadados en su analítica existencial y al mismo tiempo impregnados de musicalidad. Ulven creía que la obra debía hablar por sí misma, sin comentario alguno del autor, y no dio casi ninguna entrevista. Se suicidó en Oslo en 1995 a los 41 años, después de pasar sus últimos años en soledad debido a problemas de salud. Obtuvo los premios Hartvig Kirans (1990), Obstfelder (1993) y Dobloug (1995). Publicó en vida siete poemarios, dos colecciones de cuentos y una recopilación de ensayos sobre literatura, arte y filosofía. La editorial Malas Tierras publicó en España Reemplazo, su única novela, en 2021. Presentamos una selección de poemas del autor traducidos por Mercedes Alvarado. En la película Reprise de Joachim Trier (2006), el personaje de Sten Egil Dahl está inspirado en este autor. (selección: Juan Domingo Aguilar)
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Minutos, quizás horas en tu propia existencia
que has olvidado pero que yo
recuerdo. Tienes una vida secreta
en la memoria de alguien más
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Cuando no recordamos del otro algo más, nosotros hemos partido.
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Siéntate conmigo querida, cuéntame
del tiempo que yo
no encuentro más.
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Dos poemas, noviembre 1988
I
Te extingo.
He leído suficiente. He leído demasiado.
Ni las letras doradas ni los números verdes fosforescentes en el reloj de mano brillarán.
El vaso con agua
donde ningún dipnoi1 trepa por los bordes contra una gran idea
(solo nadando, nadando, silencioso)
tampoco llegará el brillo plateado en la noche que se apaga y apagó cuando ambos esperan
invisibles. Disueltos en el aire como mosquitos, como moléculas de olor, en la ropa, en
el sueño.
II
Dos televisores.
Dos televisores que nievan uno frente a otro en la quietud nocturna de una habitación podríamos estar,
y nevaría también afuera y debajo de la casa, una nevada vertiginosa de estruendo cósmico,
y, finalmente, no deberíamos entendernos uno al otro.
Descansa un verso de amor a la sombra del mundo, refugiado en un cajón del buró con dolencias de viejo y barbas crecidas, asoma en su tarde de paz a observar el ocaso .
Es un amor callado, grande cuál sol que calienta el alma, tan lleno para si mismo, sosteniendo la versión de su historia con su melodía improvisada.
Tiene licencia de loco por amor , exhala suspiros arrojando imágenes vivas con voces que son murmullos de su boca sonriente .
Amor viejo Con rodillas sangrantes por tropezar con tantas piedras del camino; y el recuerdo sigue ahí … Sentado en su pensamiento Viejo verso de amor que vive por siempre en el buró de los recuerdos.
Filosofía del abuelo
Es mi abuelo quien viste su identidad en tiempos nuevos con ojos de paz y su lenguaje de siempre. Cargando sus siglos traspasa el tiempo cantando su historia desde la raíz hasta la punta del árbol.
Su filosofía siente el respiro de los montes abandonados y los caminos suspiran nostalgia, con voz profunda clama a la conciencia su indiferencia a la tierra y suscribe el latido del viento cuando cae el rayo sobre la piedra.
Mi abuelo es quien desnuda las mazorcas del maíz con sus manos callosas y acariciar el alma de su suelo que es su morada, razón de su gente luz de su recuerdo con tantos soles atrapados en su piel y olor a milpa.
¡Qué canten! Canten los tiempos nuevos la palabra de mi abuelo o nos vestirán sombras ajenas y la conquista será completa.
Mi abuela un universo
Yo era el sol en sus ojos de nubes tenía su pelo el brillo de las estrellas ,su boca un manantial de sabiduría, fuimos lluvia en la distancia ,ella el árbol más grande de esté mundo y yo su retoño.
Sin miedo me sumergía en su inmenso lago de la razón, su verdad agua pura y transparente, deslizaba sus manos en mi cabeza hasta llegar a lo más intrincado de mis pensamientos, tenía la puerta abierta de mis ojos entraba suavemente como el viento, así conoció mi sentir, era la luz de mis penumbras ,el reflejo de mi espejo.
Peña enorme de la montaña y yo diminuta hormiga cobijada por su sombra, un día me puso alas y me asomó al precipicio cerré fuerte mis puños para golpear lo que impida mi paso, así me enseñó a volar.
Era su andar despreocupado con la certeza de pisar suelo firme. Llenaba su espacio con olor a pino en el fogón y alcatraz en la repisa, la cazuela en salsa verde de quintoliles.
Querida abuela eres la raíz, yo la rama de tu historia, ahora con nuevos brotes . Gracias por estar aquí.
Templo de piedra
Condición de su espacio con racimos de siglos colgando en sus columnas con su techo de historias perfección de lo infinito. Presencias que están ahí en ese transito de sombras con su eterna danza movidas por el viento con olor de vainilla ,cantan en el gua del arroyo, hablan con sus palabras quietas saliendo por las hendiduras de la piedra ,habitan en las florecillas del mozote blancas y amarillas que están por el camino.
Fuertes presencias como el sol que se abraza que abraza el tronco seco donde salen las hormigas. Inmersa en ese tiempo interrumpe mi pensamiento el flautín a golpe de tambor en vuelo de pájaros coloridos arrullando el sueño del Dios Trueno.
Y en lo alto de aquel árbol que desborda su raíz se escucha el canto de un papán despreocupado.
Semanas después de aquella noche de placer, en un parque cercano donde camino, me encontré a Armenia y al besarme en la mejilla me dice. ¿Cuándo me puedes dar una cita?
Quedamos de vernos. Había concluido que sería la última vez que la viese. Después de la comida, cuando sorbía el café, me dijo seria, «ya sé porque te me hiciste conocido». Sonriendo con esfuerzo le pregunté, «mi novia se parece mucho a ti». Sentí que se aceleraba mi pulso y quise desaparecer. «¿eres su papá?».
Lo supe aquella noche por una foto que ella tenía en su tocador y ella, aun siendo bisexual, conservaba su observación y su capacidad intuitiva.
-¡Oh, madre! ¡Me ha salido un pelo! -dijo el pequeño surubí.
En efecto, una mañana de junio de mil novecientos y pico, un jovencísimo surubí que nadaba como todos los días en el Río de la Plata se descubrió un pelo en la cabeza.
La madre se sorprendió bastante porque -ya se sabe- los peces no tienen pelos. Pero como hacen todas las madres, enseguida lo mandó a peinarse y listo.
Así empezó la mayor rareza de la historia peluda y acuática.
Porque ese pelo era apenas el principio de muchos otros pelos que vendrían. Y no sólo para el surubí, sino para todos los demás peces del río.
La causa era bien simple:
El marinero de un remolcador había volcado en el agua, por accidente, un frasco de tónico capilar.
El pobre ni se imaginó las novedades que eso iba a producir en el fondo del río.
A los sábalos les salió una melena enrulada. A los dorados, una cabellera larga y lacia.
Los patíes y los pejerreyes empezaron a peinarse con flequillo. Al principio se sentían raros con la nueva facha, pero después todo el mundo estaba encantado con sus pelos.
Las hijas más chicas de una familia de dientudos salían de paseo con trenzas.
Las palometas y las viejas se hicieron la permanente.
Nadie hablaba de otra cosa.
-¡Qué bien te queda el brushing, Ernestina! -le decía una boga a su amiga-. Yo hoy tengo el pelo horrible con tanta humedad.
Y también:
-¡Papá, quedé ciego!
-No, nene. Es el pelo que no te deja ver -protestaba el pacú-Ñata-, ¿a este chico lo dejan entrar así a la escuela?
En cada esquina había una peluquería. Y en cada peluquería los peces se ondulaban, se alisaban, se cortaban, se estiraban, se teñían, se afeitaban, todo mientras leían revistas.
Entre los juncos crecieron grandes fábricas de peines, peinetas y gorras de baño; de champúes y fijadores; de vinchas, hebillas y secadores de pelo.
Pero nada dura en esta vida…
Y un día todo terminó como había empezado.
Una señora que volvía del Delta en una lancha colectivo dejó caer en el agua un frasco de crema para depilarse. Destapado, el frasco. Y así fue como los hermosos pelos empezaron a desprenderse de las cabezas.
Primero vinieron las calvicies y, poco a poco, avanzó la peladez.
El disgusto de los peces fue enorme. Era lógico: habituados ya a sus melenas, se veían feos sin ellas.
Y no había peluca que parara semejante desastre.
Muchos, para disimular, se raparon la cabeza y se hicieron punkies o cantantes de rock pesado.
El único que conservó restos de la era pelosa fue el bagre, que aún hoy tiene bigotes.
Así, los peces volvieron a ser como han sido siempre: calvos como huevos.
Pero todavía hoy siguen sin entender qué les pasó y por qué los pelos son cosas que aparecen y desaparecen tan locamente.
Por eso, para evitarles problemas, es mejor no tirar cosas raras al río.
Ema Wolf nació el 4 de mayo de 1948 en Carapachay, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es licenciada en Lenguas y Literaturas Modernas por la Universidad de Buenos Aires.
El sol vespertino se filtra y pincela en la hojarasca un cuadro de sombras y amarillos. Recojo el fulgor de las monedas derramadas. Hay humedad y helechos vociferando. El silencio lo quiebra el repentino aleteo de los tordos. Encima de la cuesta está el árbol de anono que sueña sus retoños al ser cobijado por el olor de los capulines. Llego hasta él y lo abrazo. Mi cuerpo exhausto descansa en la silla de sus ramas, Lo mojo con el sudor de mi esfuerzo que resbala hasta llegar a las greñas de su raíz. Una mañana despertaré entre sus hojas satisfecho de ser balanceado por el viento que llega del bosque de los capulines.
Tiembla el aire de día sobre la sombra de las líneas
La una de la tarde es el momento de la luz
No hay lugar donde me pueda esconder del sol
Por eso me hago Campanita
Mi ad litem es vivir dentro de una manzana
–amarilla para que la estrella se confunda-
Nadie me buscará dentro del súper
Y mucho menos ahora que el kilo está a noventa pesos.
Outsider
Quisiera estar con cualquier otra persona que no seas tú.
Helado flotante sobre la mesa.
Animal de salvia, sólo sabes herir.
Bufas y gruñes sobre la arena creyendo pasto.
Ojalá tuvieras calor de playa y no de desierto
para que un beso tuyo pudiera sentirse de carne,
y no como el Dios de metal que te crees que eres
revisando el celular, golpeando al piso
tragaste las moscas alrededor de mi cabeza
y adentro de ella.
Bestia de felpa. Tus arañazos ya no me hacen ni tantito.
A través de la hoguera te vi.
Ya te vi,
escorpión de madera.
Ana Basilio (Poza Rica, Veracruz, 1992). Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma Metropolitana y Derecho en la Universidad Veracruzana. Es autora de Éter para victimarios (Ediciones Sediciones, 2019) y de las plaquettesManifiesto bacanal (C.L., 2012) y Alógena (Astros, 2008). Parte de su trabajo aparece en Escaparate de Poesía, Revista El Humo, FemFutura y Poetry Slam Madrid, entre otras publicaciones. En 2021 participó en la antología Novísimas: Reunión de poetas mexicanas, Vol. Il, de la editorial Los Libros del Perro. Es integrante del taller de poesía de Grafógrafxs.
Caminan drogados con solventes. Irrumpen, acosan a la comunidad que pide auxilio y corre. Y cuando parecía que la violación sería inminente saltó en su ayuda el Superimán, quien dobló a la banda de los clavos sin cabeza en aquel taller maléfico de carpintería.
La araña capaz de matar con su veneno a un dinosaurio, fue víctima de una avispa que le inoculó su semen. Semanas después, del vientre del arácnido, saldrían, una tras otra, avispillas luciendo sus vestidos confeccionados en seda.
-¿Algo más? -le preguntó el coronel Aureliano Buendía.
El joven coronel apretó los dientes.
-El recibo -dijo.
El coronel Aureliano Buendía se lo extendió de su puño y letra. Luego tomó un vaso de limonada y un pedazo de bizcocho que repartieron las novicias, y se retiró a una tienda de campaña que le habían preparado por si quería descansar. Allí se quitó la camisa, se sentó en el borde del catre, y a las tres y cuarto de la tarde se disparó un tiro de pistola en el circulo de yodo que su médico personal le había pintado en el pecho. A esa hora, en Macondo, Úrsula destapó la olla de la leche en el fogón, extrañada de que se demorara tanto para hervir, y la encontró llena
de gusanos
-¡Han matado a Aureliano! -exclamó.
Miró hacia el patio, obedeciendo a una costumbre de su soledad, y entonces vio a José Arcadio Buendía, empapado, triste de lluvia y mucho más viejo que cuando murió.
traición -precisó Úrsula- y nadie le hizo la caridad de cerrarle los ojos.» Al anochecer vio a través de las lágrimas los raudos y luminosos discos anaranjados que cruzaron el cielo como una exhalación, y pensó que era una señal de la muerte.
Estaba todavía bajo el castaño, sollozando en las rodillas de su esposo, cuando llevaron al coronel Aureliano Buendía envuelto en la manta acartonada de sangre seca y con los ojos abiertos de rabia.
Estaba fuera de peligro. El proyectil siguió una trayectoria tan limpia que el médico le metió por el pecho y le sacó por la espalda un cordón empapado de yodo. «Esta es mi obra maestra -le dijo satisfecho-. Era el único punto por donde podía pasar una bala sin lastimar ningún centro vital.» El coronel Aureliano Buendía se vio rodeado de novicias misericordiosas que entonaban salmos desesperados por el eterno descanso de su alma, y entonces se arrepintió de no haberse dado el tiro en el paladar como lo tenía previsto, sólo por burlar el pronóstico de Pilar Ternera.
-Si todavía me quedara autoridad -le dijo al doctor-, lo haría fusilar sin fórmula de juicio. No por salvarme la vida, sino por hacerme quedar en ridículo.
Ayer se tituló la más chica de la familia. Fueron veinte años de levantarse todos los días antes de que el sol saliera para solventar los gastos de la “niña” «dormiremos hasta que el sol nos despierte» —se dijo el matrimonio.
En la alborada la cama les propinó una patada por el trasero y en silencio se vistieron para allegarse al quehacer de todos los días.