Sendero
Mi madre descansa, es una jacaranda que da flores en otros cielos.
Estás en un horizonte lejano, invisible, tan lejano que no puedo tocar con el pensamiento. Solo mi corazón te imagina sonriendo.
La nave ha dado un vuelta alrededor del sol y aunque no lo creas, aquella lámpara que me regalaste, dispuesta en mi mesa me sigue alumbrando.
Cuando recuerdo las pisadas del gigante cortando leña en los cielos y el rodar de los troncos como preámbulo de un zigzag de luz que estallaba a un lado de la casa. Cobijabas mi temor con tu inmenso abrazo que calmaba los caballos de mi corazón.
Es entonces que prendo la lámpara.
Cuando siento que mis fuerzas son ninguneadas y creo que es hora de que te alcance, la luz se abre en mi cara falleciente y entiendo tu regaño y vuelvo al lápiz y a interrogar la imaginación.
Mi verso es un barquito de hoja rayada de cuaderno que navega por los cauces. Un día, madre, de no sé cuando, volveré al vientre de tu abrazo.
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