Crepúsculo de Rubén García García

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En el claroscuro de una fría y lluviosa tarde pasó el vaquero cubierto por la manga de hule. Sombrero texano y con las manos en el fuste. Cansado de la cara y espuelas de plata. A quien no logré divisar fue al caballo; aunque, sí se escuchaban los cascos sobre el trenzado de piedra.

A un año sin mi madre

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Mi madre descansa, es una jacaranda que da flores en otros cielos.

Estás en un horizonte lejano, invisible, tan lejano que no puedo tocar con el pensamiento. Solo mi corazón te imagina sonriendo.

La nave ha dado un vuelta alrededor del sol y aunque no lo creas, aquella lámpara que me regalaste, dispuesta en mi mesa me sigue alumbrando.

Cuando recuerdo las pisadas del gigante cortando leña en los cielos y el rodar de los troncos como preámbulo de un zigzag de luz que estallaba a un lado de la casa. Cobijabas mi temor con tu inmenso abrazo que calmaba los caballos de mi corazón.

Es entonces que prendo la lámpara.

Cuando siento que mis fuerzas son ninguneadas y creo que es hora de que te alcance, la luz se abre en mi cara falleciente y entiendo tu regaño y vuelvo al lápiz y a interrogar la imaginación.

Mi verso es un barquito de hoja rayada de cuaderno que navega por los cauces. Un día, madre, de no sé cuando, volveré al vientre de tu abrazo.

Prevención de Rubén García García

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¡No sé por qué pones esa cara de palo! ¡Luces un vestido espectacular!, el maquillaje es discreto. Sé que disfrutas las flores y en esta parte las hay en abundancia. Sé también del rechazo de tu piel hacia ellas. Para cuidar de tu salud cerraré la tapa, no sea que te agreda una alergia postmorten.

El matriarcado de Rubén García García


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¡Qué bella es cuando la veo dormir! Su cabellera extendida es un río de oleo encrespado. Su pelo fulgura. Es mi señora y enriquece mis sentidos con tan solo verla. Mi congoja llega si ella juega y apuesta. Cuando en la mesa de juego el silencio pesa como el enramado de un gigantesco árbol es que está apostando fuerte. Me hago añicos cuando pierde, pues bien sé que el objeto de la apuesta soy yo y ocultando mi rabia me llevan para satisfacer los apetitos carnales de quien le ganó.

Una mamá de Rubén García García

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«Venía sola, ya era de noche. mi hija apenas si podía respirar, creí que se moría. La inyectó. Una hora después respiraba sin silbidos y dormía como si nada hubiera pasado. Pude tomar el último camión que me llevó a la comunidad. Ya no le ha dado esa enfermedad». Ella se acercó y me dio un beso en la mejilla. “verdad que ya no se acordaba”

Después de su abrazo, me dijo orgullosa «ya va a entrar a la escuela»

A veces es mejor no saberlo de Rubén García García

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Semanas después de aquella noche de placer, en un parque cercano donde camino, me encontré a Armenia y al besarme en la mejilla me dice. ¿Cuándo me puedes dar una cita?

Quedamos de vernos. Había concluido que sería la última vez que la viese. Después de la comida, cuando sorbía el café, me dijo seria, «ya sé porque te me hiciste conocido». Sonriendo con esfuerzo le pregunté, «mi novia se parece mucho a ti». Sentí que se aceleraba mi pulso y quise desaparecer. «¿eres su papá?».

Lo supe aquella noche por una foto que ella tenía en su tocador y ella, aun siendo bisexual, conservaba su observación y su capacidad intuitiva.

Un día de no sé cuando será de Rubén García García

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El sol vespertino se filtra y pincela en la hojarasca un cuadro de sombras y amarillos. Recojo el fulgor de las monedas derramadas. Hay humedad y helechos vociferando. El silencio lo quiebra el repentino aleteo de los tordos. Encima de la cuesta está el árbol de anono que sueña sus retoños al ser cobijado por el olor de los capulines. Llego hasta él y lo abrazo. Mi cuerpo exhausto descansa en la silla de sus ramas, Lo mojo con el sudor de mi esfuerzo que resbala hasta llegar a las greñas de su raíz. Una mañana despertaré entre sus hojas satisfecho de ser balanceado por el viento que llega del bosque de los capulines.

Marvel de Rubén García García

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Caminan drogados con solventes. Irrumpen, acosan a la comunidad que pide auxilio y corre. Y cuando parecía que la violación sería inminente saltó en su ayuda el Superimán, quien dobló a la banda de los clavos sin cabeza en aquel taller maléfico de carpintería.

La furia de la rutina de Rubén García García

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Ayer se tituló la más chica de la familia. Fueron veinte años de levantarse todos los días antes de que el sol saliera para solventar los gastos de la “niña” «dormiremos hasta que el sol nos despierte» —se dijo el matrimonio.

En la alborada la cama les propinó una patada por el trasero y en silencio se vistieron para allegarse al quehacer de todos los días.

La tormenta de Rubén García García

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Se han detenido las nubes oscuras, gordas. Las gallinas suben a la rama. Mamá mete la ropa, cubre los espejos, cierra las ventanas, desconecta el enfriador, prende una veladora. El perro se ha enroscado en el rincón de la cocina. El enorme zapote cruje y los tordos gritan buscando cobijo. Voy a mis cuadernos usados y ya tengo lista mi flota de barcos. Un trueno nos cimbra, brinco a los brazos de ella «es un rayo y cayó cerca de aquí» dice mi madre. ¿verdad mamá que los barquitos se asustan con los truenos y los rayos?

La mirada de Rubén García García

Al caminar por la alameda hay una estatua que siento que me mira.

Hace tiempo caminaba con mi novia tomados de la mano por el malecón de un puerto. En un instante se desató y corrió hacia una banca, y cruzó la pierna imitando a una estatua. Algo sucedió, que nunca más supe de ella.

Me llené de años, y en mi ruta tengo que pasar por el bosque y encontrarme con la mirada que me perturba.

Un día, cansado, la enfrenté cara a cara, ojo a ojo y encontré en su frente la historia de mi fugacidad. Me quedé a su lado y dejé que mi cuerpo se perdiera en la arboleda.