El despertar

Puesta-del-sol--Campos-de-trigo-cerca-de-ArlesDespierto  en un cuarto de ventanas. El murmullo de tus esquinas llega a la piel desde una ciudad.  Flores  prendidas  que se  multiplican  ignorando  orden. Selva húmeda y atorrante  que juega con tus pechos.

Beso tus largos brazos, la ruta de tus hombros,  El hueco de tu nuca  que  transforma  la noche,  tus cabellos  olas sepia que desfilan por  el cañón de tu espalda.

 Abrazarte en el  sueño  es llenarme de fatigas. Y en la mañana bestial tu nombre hace arder mis interiores. Acariciarte con la mejilla  y despertarme a tu lado con el religioso olor del café.

¡Eres verde!, líquida como una fruta marina. Dispuesta a darse cuando los pájaros son  epifanía..

Sick bat

murcielagoMerodea entre los árboles del vecindario y la luz del sol lo obliga a regresar a su cueva. Él solamente vuela cuando cae el día. Algo le pasa, se distrae, siente que no es el mismo y eso le da rabia.
Afuera un niño juega desnudo en un chapoteadero. Escucha sus risotadas y su piel rosada despierta su apetito bermellón. Se lanza en picada desafiando al sol de la tarde.
Su vuelo torpe lo hace caer en la orilla del chapoteadero. El niño grita angustiado a la madre y ella enardecida lo toma del ala y lo arroja hacia la perrera.
-¿Qué hago aquí? ¿Qué me pasa? -Se pregunta con chillidos.
Los mastines se pelean, lo muerden.
-¡Qué dolor! ¡Qué nausea!
Cuando lo despedazaron, ya había muerto de rabia…

Llueve y abro mi camisa

lluvia-correrLlueve. La gente frota sus manos y, por encima,  las nubes aleonadas gruñen. Llueve finito. Los carros tiritan de frío y en cada esquina las sombrillas platican con antiguas comadres. Entre los huecos de viejos edificios, las palomas aletean los vapores del clima. Finos piquetes, húmedos, brincan complacientes por mi cara, se reúnen en gotas y me recorren, resbalan por mi cuello, unas se dispersan sobre los vellos de mi pecho y otras saltan hacia mis escápulas. Silbo  bajo la lluvia. Es un día diferente y abro mi camisa para que mi corazón hipertenso recuerde que fue niño.

La lluvia

Pareja bajo la lluvia- IglesiaCuando se dio cuenta, un paraguas abierto la cubrió de la lluvia. Vio a la persona que amablemente la resguardó, y no pudo menos que sonreír y decirle:
 -No se moleste.
—No es molestia- contestó.
 Ella intentó salirse del paraguas, pero él volvió.
—Así me enseñaron. No desconfíe.
 Ella de nuevo sonrió y aceptó contrariada. Le dio las gracias tímidamente.
—Me llamo Roberto, para servirle.
—Soy Estela. Estela Romero
— ¿Espera el transporte, al parque América?
—Sí.
—Está tardando mucho
—Sí.
— ¿Por allá trabaja?
—Sí.
—Seguro que me aceptará un café
—Y… ¿qué le hace pensar eso?
—Que a todo dice sí.
 Ella intentó salirse del paraguas, a pesar de que la lluvia arreciaba.
—Por favor, es una broma, no se moleste, no quise…
 Ella con seriedad respondió:
— ¡No me gustan mucho las bromas! Así que ahora… invíteme a ese café.

Volver a él

y1pcfjGdhtt_OChU7AjaLl36No721b6l2-1EqxmfbyP1TpMWQUQbrvb3iwY9fp6W-GMqvqKNzipFYU¿Cuánto  habré aprendido?, no lo sé. Hoy estudié  tratando de que con una ojeada aprendiera lo más. Ya no soy el mismo, el tiempo y los excesos  cuentan. Es lo vivido que habla. Abrazo un objeto, me voy lejos, regreso, juego con él  en mi cabeza. Doy de vueltas para arrojarlo  lejos y como sabueso  confundido y torpe  alcanzo a olfatear su aroma y aunque esté metamorfoseado  se que es él. Entonces enlazo mis manos tomo su frente y lo beso.

El pecado y la penitencia

humanoLo encontré en la poltrona. Había dos beatas: una de cada lado agitando los abanicos que trataban de romper las vejigas formadas por la sudación.  Su cabeza reclinada sobre el cabezal del mueble, o bien, metida en el cuello y el tórax dando la impresión de ser un péndulo. Respiraba rápido, superficial. Tenía los globos de los ojos protruidos,  sus manos las alternaba cerrándolas o abriéndolas para darse aire a sí mismo o  para masajearse el pecho. Él sufría  una gran crisis y quizá tuviese visiones oscuras. A cada rato repetía:
-¿Qué tengo?
Yo callaba.  Su mirada recorría todos los lugares y ninguno.

Sabía con exactitud lo que pasaba. Cuando llegó su secretaria para decirme que fuese a darle atención, me informó que después de una breve, pero intensa disputa, ella le mencionó que no le había bajado su menstruación.
-Se lo dije en broma, estaba molesta.
De esa manera se disculpó la muy cabrona. El sudor, el sofoco en un hombre menor de treintaicinco años y con el antecedente de la noticia, me ofrecía un diagnóstico certero y la seguridad de tenerlo activo en un lapso de horas.

Abrí su vena, le instalé un suero, metí grandes dosis de vitamina B y, por último, un tranquilizante. Mañana, antes de clarear,  estaría como si nada hubiese sucedido: ofreciendo la misa de gallo para los feligreses de la serranía.   Eso pensé, pero no fue así. ¡Quién me iba a decir que el sacerdote era alérgico a la vitamina B y que el farmacéutico no se encontraba!

Hace quince días se le dio sepultura y hoy vino la secretaria a decirme, entre sollozos, que la broma que le había dicho al sacerdote, ya no era tal.

Alzheimer

alzheimerEsa noche terminó de leer el libro del olvido, en el último instante las palabras jugaron como niños. Las luces se hicieron mortecinas y sobrevino el silencio, la oscuridad; los ojos veían sin ver y el alma dejó de tener sentido.

Mi esperanza

MUJER_~1He podado mi esperanza para que no crezca hasta el cielo. La quiero chica, tierna;  compatible con la tierra que me abraza.

Agria como el sudor del obrero, callosa como la arruga del campesino.

No quiero que trepe más allá, la quiero pequeña.  Para que la miré el niño,  o  la señora, que sin quitarse el hato de leña,  sonría con la mirada y me diga:

-Su esperanza es tan grande como la mía.

La niña

niña mirando-ventanaEn el pueblo pasan los días sin descanso. Los perones que logran enraizarse a la mezquindad,  tiritan. Las ramas huesudas bambolean clamando al viento frío que pare. Abajo la neblina se enrosca en los tallos como boa.
Hay una mano sobre la ventana que la limpia de la escarcha y descubre su sonrisa cuando mira al gato que acecha a las pelotas de la niebla.

Mudez

gente.Me quedé indefenso, turbado, al ver la sonrisa de collar que rompía el día; no me contuve y le grité—¡Espera!—. Fue una voz fragmentada de silencio y ella se perdió entre el murmullo adosado al viejo muro y el aleteo de las palomas que alborotaban en el campanario.

las caminatas

adolescente

Hacía caminatas para deteriorar el aburrimiento. Caminaba por el impulso de caminar con la mente ida y toreando los carros por instinto. En su interior construía un circo de varias pistas y en cada una  transcurría la vivencia de un sueño. Los actos se ejecutaban al unísono con luces intermitentes y un sol artificial.

 

 

En el departamento los muebles y adornos estaban donde debían estar. Dos veces al día la franela los sacudía. Tallar, tallar hasta que el brillo musitaba a la señora: “hasta aquí”. El reloj parecía soldado, el espejo simulaba un tercer ojo, y las lámparas en las esquinas figuraban torres. En la noche, para ir a mear, se levantaba en silencio y antes de salir del dormitorio, revisaba uno a uno los botones del pijama. Caminaba con tiento y aseguraba la puerta del baño. Cuando el chorro grueso y enérgico caía, el agua hacía un ruido mayúsculo. Disfrutaba al presionar la palanca del retrete, y el wc tragaba haciendo remolinos ruidosos y concluía con hipos violentos, entonces, sonreía.

 

 

Iba a sitios transitados y se perdía en el gentío Y  detenía sus ojos mirando el tam-tam que hacen dos glúteos protuberantes. Aquella noche la vio. Con discreción se adelantó para verla de reojo. Se atragantó con sus ojos pícaros que parecían invitarlo. Es el instante crucial en el que se desea abordar a una mujer y no sabes cómo; un minuto después será tarde.

 

 —¿Le digo un piropo? ¿La saludo? ¿Qué hago? ¿Qué hago? ¿Si le pregunto y me contesta? ¿Si deja que la acompañe y con suerte acepta? ¿Después, con qué dinero podría invitarle un café?  Y… ¿Si «mi chicle pegaba» de dónde sacaría para el hotel?  ¡Eso sería tener buena suerte!  O bien te manda a la chingada, o sale con que le has caído bien y te va a cobrar barato.

 

 

¡Terrible! Él prefiere el silencio que ser objeto de un desprecio. Apretó los puños, movió la cabeza y golpeó  la palma izquierda de su mano, al mismo tiempo que gritaba para sí: ¡eres un pendejo! Harto de calle llegó al departamento y metió la llave con delicadeza para no despertar a la familia, entró a oscuras y rogando no tropezarse. En la penumbra de la recámara se ponía la pijama. Se acostaba en línea recta para no arrugar las sábanas de lino. En el silencio total como si fuese una luciérnaga, se abría paso una inesperada erección, a la cual cumplía con suspiros silenciosos y profundos.

Monólogo anónimo

SOLEDAD ANDENMe revienta que no tenga libertad de hacer las cosas que deseo, simplemente porque a él no le parece bien. Pues soy una mujer que trabajo como mula, y por eso ¡ sólo por eso! Deberían dejarme hacer lo que me de la gana. Pero así es la vida de las casadas. Soy una mujer y mi tiempo libre lo tengo que utilizar en atender el marido y a los hijos. aunque estés de prisa y cansada tienes la obligación de hacer el amor, mantener la casa arreglada, la ropa limpia, y tener la comida lista. Después que has hecho todo, todavía te dicen, qué debes de hacer con el suspiro de tiempo que te queda.
Sólo una cosa me impide mandar todo al carajo: ¡y son mis hijos!

Instantánea

DSCN1841Se oye el ventilador de la computadora. Afuera gritan, -es el vendedor de periódico- Hay una calma que no lo es. En los dormitorios se oye una alarma, voy y solo silencio; por la ventana, el tordo azul negro me mira. Es un día nublado, los cotorros ocasionalmente chiflan a mujeres que no pasan. Van y vienen los carros, dejando su cuota de ruido. Muy a lo lejos, se abre un silencio prolongado y escucho el canto de la primavera. Me encimo en su silbido, mientras el humo del café revolotea.

Un puño en mi baño

Hoy en la mañana cuando me duchaba, escuché que abrían la puerta. Al darme vuelta, me encontré con mi esposo en una actitud de recuperar una noche perdida de sexo. Le hablé con sutileza, le dije que ya tendríamos tiempo, pero el agua que caía de mi pelo dejaba gotas que se prendían a la piel, tal vez eso lo excitó tanto como mis palmas al acariciar mis pechos cuando los enjabonaba. Hubiese querido sentir lo mismo, sin embargo, la prisa, la urgencia de citas contraídas me tenían sin deseos. Sólo pensaba en el maldito tiempo que nunca es suficiente. Sentía un coraje que no deseaba expresar. Logré decirle suplicante: por favor, déjame salir. En un titubeo me zafé de sus brazos.

Llegué a mis labores y atendí las citas contraídas, pero atrás dejé un puño que estalló en la puerta del baño.