Hace algunos momentos platiqué con mis hijos y hablé de que mi abuelo llegó del Libano y en su recorrido, pasó por Nueva York, Tampico, Monterrey y luego la ciudad de México, allá por 1910, en plena Revolución Mexicana – Uno se pregunta, cómo le hizo, para franquear tantos obstáculos, si él del idioma español no sabía nada. Mi abuela tiene otra historia, deseando su familia protegerla de los alzados , la mandaron a una localidad entre Veracruz y Puebla. Abraham llegó felizmente a México , contactó con sus paisanos que le tendieron la mano y le dieron mercancia para vender. Tomó el tren que hacía la ruta de Tlaxcalaltongo Puebla, y de allí en mulas iba de pueblo en pueblo, ofreciendo la mercancia hasta que un día se conocieron. Un Libanes y una Austria de Molango Hidalgo. De la abuela sólo conocí a dos de sus hermanos El Tio Felix que fue revolucionario, y del cual conservo su espada, y El Tio Espiridión, que con tezón llegó a tener su rancho y que le permitió recorrer las principales ferias de México al lado de su amada esposa.
Cuando tuve que irme a hacer mi servicio social en Coxquihui, una de las primeras cosas que pasó, fue dar consulta en un cementerio y certificar sobre el ataúd que la difunta fuese difunta, la seguna vez que lo hice fue con mi tio Espiridión, ibamos en caravana a sepultar a su esposa, cuando me dijo:
– Rubén antes de enterrarla, fijate por favor si ella esta con vida.
Similitudes y diferencias de dos hechos que coinciden en la palabra esperanza. En Coxquihui, bajo el frío, la luz de los cándiles y lámparas tuve que identificar que la muerte estuviese dentro de aquella niña de quince años que había muerto de parto. En el entierro de mi tía, tuve que destrosarle el corazón a mi tío. diciendole que en aquel cuerpo ya no había luz.
Dos momentos dolorosos y que forman parte de mi vida.