El ave

CREPUSCULOEl árbol extiende su sombra, es una cobija refrescante para las rocas. ¡Hay tanta lejanía cuando el ave planea en el desfiladero! En un quiebre del silencio, se escuchan voces que pareciera que llegaran de un velorio que fue hace años, pero no, son las mujeres que cuchichean mientras sus manos tallan la ropa en el vientre de las losas. Cerca de ahí, los hombres platican mientras la espuma de la cerveza resbala saliendo de su boca.

Los niños grandes cuidan a los chicos, y las mujeres parece que rezan, pero no, es el río que murmura cuando pasa arrastrando los tejos. Los hombres ya salen, las mujeres en silencio cuidan la ropa. El ave se ha ido, dejando la soledad en la boca del desfiladero.

¡Ah la vida!

x1pxOYwqu4SjF7OZLxmPpvshfoTXBeStRMLdXoawqxb8x1r42YFPBgmvWf0u0AmRmST2QH-avn_HJCx8WXyGgBsqb1Owk6dwWrOkybIpfBhPrQkfFqs9mT-28adN5sx5QncEvY4ChonzZdXCFastidiado porque la tarde pasa sin pena ni gloria. La noche presiente una luna de bruja, entonces, se hinca y se santigua. Allá, va la beata camino a la iglesia, lleva bajo el vestido la acalorada discusión de los pezones y, sobre la espalda, el crespón de la Vía Láctea.

Todo es igual: el mismo rincón y la misma araña disecada. Tiene días que no llueve; y en la azotea está el tinaco que sueña que el agua lo rebalsa. ¡Qué fastidio! Un bostezo rompe la carcajada en mi boca. Le digo a mi otro: la vida no se mueve, pero sigue.

Me aplasta el ruido asmático de la hormiga que carga cien veces su peso, el chapoteo de las lavanderas que tienen, en sus manos, más pantalones que jeans tenga una boutique de Manhattan. Por allá, va un ciempiés que sueña con ser mariposa. Camina con sus juanetes y busca reposo en una adormidera.

¡Ah si la vida siguiera sin moverse! No sentir hambre, tristeza, dolor, sería un placer. Pero no, la vida sigue y es un fastidio: para las manos, para el seco tinaco, para la hormiga y para el ciempiés afrutado de juanetes que sueña con ser mariposa

La alharaca

DSCN1849Por allá, se ven las luces de Zicatlán. Aquí, en Amaxac, sólo piedra, adobe y candil. Hace un rato, pasaron haciendo alharaca una docena de hombres: unos se bañaron con el agua fría del pozo, otros en el río para masajear sus dolores y ver como se deslizan las luces en la corriente que baja de la montaña.

Ya regresan, descamisados y caminan pisando viejas pisadas. Platican de mujeres, y algunos se embroman tocándose las nalgas. Desde el fondo del camino, se oye, lejana, la risa cascada de los abuelos. Por instantes, contemplan el cielo trastornado de estrellas, dejan la charla y beben. Tras de ellos, el viento esparce el dulce sabor de la caña.

Mañana, el sol les barbechará la espalda y‚ a la misma hora, el patrón, en un confesionario de la iglesia, limpiará con abundante limosna sus pecados.

Asalto

esplendor-en-la-hierbaHay días que pasan y sin que lo desees, vuelven a zarandearte.
Días periféricos que te saltan en el camino.
Turbado, intento pasar con indiferencia. Soy presa de ti, mas tus manos tienen alas en reversa. Mi boca memoriosa, autómata, repite su vejez joven:
…la hierba de tu cabello desfallecía en tu espalda; y cuando el sudor nos hacía peces, abrevaba mi furor en tu pozo, y éramos, en ese instante, gacela y felino.

El instante se fue. Sólo está el almizcle de tus manos cuando recorrieron mi nuca y el cinturón de la espalda.A tientas, sigo el camino y tus besos. Solamente son pajas de aroma y lejanía.

Corriendo por la mañana

paisajeMi respiración se traba en la subida.
El sol se filtra entre las hojas y mis ojos recogen el esplendor derramado en el suelo.
Hay humedad y helecho. El silencio lo quiebra el aleteo repentino de los tordos.
Por encima de la cuesta, está el árbol de anono que se fecunda con el olor de los capulines.
Llego hasta éste, lo abrazo y recupero el aliento en la silla de sus ramas.
Mi sudor humedece sus hojas, llueve desde las arrugas de mi frente.
Algún día, regresaré para regodearme entre sus frutos.
Y quizá un niño, en alguna mañana, se coma mis pensamientos.

El primer beso

Yo era un chamaco. Ella una mujer de veinte años. Recuerdo su pelo castaño que al caminar le brincaba como saltando la cuerda sobre sus hombros. Un día le pedí un beso, y ella ladeó la cabeza.
La miraba en silencio y convertía mis luces en palabras.
Una tarde en su oficina, seria me dijo: -Te voy a dar el beso. Cerré mis ojos. Sus labios llegaron al cuerpo de mi frente y la decepción crispó. Después a punto de abrirlos, rodaron y se encontraron con los míos.
Fue mi primer beso.
Un día se fue. Sólo la veía en mis noches púberes: mis manos en sus caderas y esperando la inminencia de su embestida.

La vida

En el mangal, un árbol se balancea por la fuerza del viento. Algunos mangos caen, estrellándose en las piedras del río. Después, la corriente los arrastra entre hojas y palos. Una porción se vuelve agua, piedra, aire. Otros quedaron entre las zarzas, cubiertos de lodo, a un lado de los sapos que en la noche, platicarán lo mismo con la luna.

Siempre, hay en la inmensidad un viento fastidiado que jugará a los trompos de aire en la pradera: van y vienen, vienen y van, hasta que se aburre. Años después, dos mangos adolescentes apuntarán con sus espigas al cielo, darán fruto al pájaro viajero y cobijo a la luna enamorada de los sapos.

El cielo es un racimo pesado de luces y oscuridades.

Emergencia en el centro comercial.

Escribo para darme el placer. Viejas cosas se convierten en nuevas por la magia de las palabras. Revives, imaginas, inventas o revuelves y das paso a un  ser que volará por las redes y  encontrará un receptor en el  camino. Escribo para darme el placer y si a la vera,  hay un papel brillante, una propuesta imaginativa y  una editorial que no teme, entonces el vuelo  del navegante se  vestira de tinta secular.
 «Emergencia en el centro comercial paga 88» Es el texto que escribí para el libro que recien se presentó en el palacio de  Bellas Artes de la ciudad de Mexico. La idea del antoólogo fue identificar un sinnumero de seres que no son imaginarios , que convivimos con ellos. Cada texto es el resultado de la imaginación y creatividad de cada escritor. La foto que me  hizo llegar  José Manuel Ortíz Soto Ortíz – el realizador de la idea-  fue la de una oruga.  La foto es de Beatríz Hernández, biologa. Este es el resultado:

EMERGENCIA EN EL CENTRO COMERCIAL

Floresencias  brocolianaas brotan del cuerpo verde limón dividido en segmentos por círculos sepia. Al avanzar ladea la pesada testa. Nadie sabe de donde salió, la gente corre de un lado a otro.Parece un tren verdoso que al reptar deja sobre el piso un rastro de gel nauseabundo. Cada vez se hace más grande, tanto que parece que de un momento a otro estallará. Babea y graves hipos la estremecen. » Ya viene en camino la policia» se escucha repetidamente por los altavoces. El gemido se hace mas agudo- parece que llora- Las enormes paredes del intruso se rompen y una luz multicolor levanta el vuelo, perdiéndose en la noche estrellada.

El búho

El búho alisa sus plumas de la testa,  los mofletes y lava su pico antes de dormir. Hoy no saldrá de caza el búho.
La luna canturrea bajo las estrellas.
Y  él, la  acompaña con el tambor de su pensamiento. No quiere disgustarla, sólo desea estar con su recuerdo; cuando pase por su viejo árbol, cantará de pico hacia fuera.
Dentro de él hierven vientos agitando el polvo que el tiempo ha depositado.
Es gracioso y él se da cuenta, que no puede evitar su pensamiento analítico; después expele un silbido que solo escuchan  los vampiros.
No es extraño, es la manera en que los búhos suspiran.
Ha perdido la figura esbelta y por más que alisa el plumaje siempre da la impresión de ser un paréntesis. Nunca está solo, siempre  acompañado por sus pensamientos filosóficos que laten en las sienes de su testa.
Es cierto tuvo amores pasados, que fueron y vinieron como esos chubascos que de un de repente pasan y se van.“Las féminas estorban las cadenas de mi inferencia”, solía decir, luego de un apetito corporal. Sin embargo , se enamoró de una que no tenía cursos, ni recursos y su método de análisis era un champurrado de tonterías.
La veía aletear alrededor de él demostrándole su entusiasmo. Hubo momentos que él sonreía, pero después, ella se hizo insoportable. Realmente no estaba hecho para el dulce y un buen día se alejó y, anidó en otras tierras.
Hoy la recuerda en su vejez y,  comprende que hay fulgores que el pensamiento no puede obsequiar: el método  magnifica la inmensa soledad en que vive.
Él ya no suspira y,  ahora risotea como lo hace la hiena. La verdad es que llora, sólo que disfraza su emoción, pues no es saludable que pierda compostura e imagen y canta alargando el tono como lo hace el bandolón.
La luna pasó de prisa.

Vivir en tu espalda

Mis manos viven en el río de tu espalda,
y veo en tus párpados la sospecha de un sueño.

Es perfecto el trapecio de tus pechos,
que van y vienen,
como ondas de agua.

Resbalan mis dedos dándole libélulas a tu nuca,
y mis labios son un tigre que piensa en gacelas.

Tus pestañas tiemblan por instantes,
y sólo murmuran crucigramas.

Sentado me extasío en la belleza de tu espalda,
tu pelo -corrientes que silban-
se bifurcan en la curva de tus hombros.

Tus hombros son dos mundos en el cielo y
cuando cruzas tus manos como pájaros en vuelo
me olvido de mis ausencias,
y entiendo que eres un renacimiento.

Tejo mil aventuras cuando recorro el surco de tu espalda.
Lo lleno con agua,
navego, escalo y
le siembro flores con aromas lejanos.

Oh señora han pasado mil años
y sueño que vivo en las colinas de su espalda.

Déjeme ahí para ponerle sus ojos a la luna,
para ser un eterno caminante,
y sembrarle estrellas subterráneas.

Canto a la lluvia

LLEGARON LAS AGUAS
 
Llegaron las aguas.
En la mañana…
aún con el sol, anunciaron su llegada.
Fue un trueno tumbador que erizó las antenas de las hormigas.
El sol se hizo ralo, como  las gentes que al despedirse, se acomodan el sombrero  metiendo por debajo su mechón oscuro.
Llegaron las aguas con su cohorte de espumas y, damiselas  para confeccionarle al cielo, una capa de grises, centellas y lúgubres azules.
Aaahhh…
mi corazón vende un septiembre y yo salgo disparado a quitarme las ropas, porque llegaron las aguas…
 
 
 LA LLUVIA, LA DANZA Y OTRAS COSAS
 Llueve.
Una cortina cubre el horizonte.
El viento corre,
las gallinas corren,
las señoras también
y la ropa vuela en los tendederos.
Gotas gruesas, sólidas, pesadas, tamborilean en las láminas de zinc.
Al golpear fraguan un ritmo de sabanas prehistóricas.
El cielo tiene la oscuridad del sexo.
Las chachalacas gritan,
y  van de árbol en árbol buscando cobijo.
Yo sigo sentado en la poltrona.
Me gusta el relajo que arma la lluvia.
Desatiendo los gritos de las gallinas y de las viejas
Y solo me concentro en la danza de las gotas.
Imagino bailar pintado de sombras y calizas entre un grupo de negras que quieren devorarme.
En este momento exudo calor y tengo  un macho cabrío que afila las pezuñas en las vetas de la roca.
¡Qué lejos se oyen los gritos de las viejas,
de los guajolotes y chachalacas!
Con los ojos entrecerrados  sigo meciéndome,  mientras la lluvia me tira sus cubetas de agua y la danza del vigor me estremece.
CAMBIANDO CON LA LLUVIA
La lluvia es una ventana de estrellas que recibes si levantas la cara.
Corres por desiertos y laderas de nieve y la sientes pulsar como un latido de fuego.
Yo me he sentido tejado y cuando sorprende, mi piel  florea  diminutos corazones que festejan dando vueltas y vueltas.
Me he sentido limonero y al humedecerme exhalo un aroma que enloquece a las abejas.
Me pienso mujer y grito y corro  para sentir el arrebato cuando ella olea por debajo de mi vientre.
Pero al ser hombre busco el tam tam que hacen los  pechos al correr y,  al encontrar tu sexo de nube oscura, bailo contorsionando mis caderas y grito,  al presentir el rocío que brota  con la tormenta.
 CULEBRA DE AGUA
Escucho en noches de tormenta, las gotas insistentes sobre el techo de la casa. El ruido monótono picoteando el pecho de las hojas y ese roer roer como ratón voluntarioso que lima el corazón almidonado de la madera.
Y después de un reposo, sobresale un ruido desgarrador y la repetición de claros que flachean mi ventana.
Me pisa el alma, cuando después del lamento,  se oye el estrépito de un gran cuerpo que cae. Es una rama cargada de mangos niños que ruedan sin vida sobre la arcilla. Se rompió la rama:
hizo crick
hizo crak
y los habitantes de mi patio: el loro, el perro y las ardillas gritan.
Mientras  el gato ronronea entre las piernas  de Carlos.
 
 La lluvia
Empieza a llover,
la tierra aleteada por las gallinas, esparce aromas.
Huele a pan milenario
y lo mismo que percibo,lo arroparon en su alma, viejos abuelos.
El olor
me hace cosquillas
en alguna parte de mi pensamiento.
Saber que mi padre llenó su corazón de tierra mojada,
o que a millones de kilómetros, alguien lo hace,
y que está escribiendo,  cómo yo lo hago.
Escribirá que el olor abre el apetito del alma,
o agradecerá a la lluvia que su mal humor
se haya esparcido entre los trigales de alguna estepa.
No sé, la lluvia me hace niño y abuelo el corazón,
por eso me inclino a besar el agua que moja el pan del alma.
SORPRESA
Mamá trastea y hace chirriar la lumbre y en los tejados brincan  olores de café. Es una mañana fibrosa.
La lluvia ha pospuesto su visita.
A pesar de los pronósticos de la radio, del clérigo que ha sacado a pasear a los santos
y , del brujo que reza en vieja lengua.
Sueñan los sapos  bajo tierra  con la lluvia. El rio rueda con sus calzones de piedra  y el cielo es una copa azulada con soles en floración.No hay nubes y las lagartijas bostezan  bajo las rocas. No hay nubes. Sólo remolinos de sol.  No hay nubes; sólo un maíz cabizbajo
Pero de la noche a la mañana: el día abre encharcado de corriente:
Los sapos dejan de soñar  y el maíz  huapangea con el  viento.
En la noche, sin que nadie lo predijese, en ausencia de los santos,  en el silencio de las lenguas. El agua llegó despertando los tambores dormidos del tejado.
LLueve.
La gente frota las manos y por encima de los cerros en lenta procesión pasan las nubes disfrazadas de ardillas.
Llueve finito.
Los carros tiritan de frío
y en cada esquina las sombrillas platican con antiguas comadres.
Entre los huecos de viejos edificios, las palomas aletean los vapores del clima.
Finos piquetes, húmedos, brincan complacientes por mi cara, se reunen en gotas y me recorren, resbalan por mi cuello, unas se dispersan sobre los vellos de mi pecho y otras saltan por mis escápulas.
Sonrío.
Silbo caminando bajo la lluvia.
Disfruto.
Es un día diferente y abro mi camisa para que mi corazón hipertenso retoce con el agua.

CARDENAL DE OJO BLANCO

A la abuela le gustaba vivir en casa de mamá. Por las tardes se mecía en la poltrona y entregada a la sensatez de las horas disfrutaba del viento, de las margaritas en floración y del canto de los pájaros que por instantes les daba por silbar. Había clarines, sinsontes, calandrias, jilgueros y dos cardenales. La abuela Camila se había venido del rancho, -papá la había traído. Primero estuvo con mi tía, en un departamento con todas las comodidades, pero decía: “Veo puro carro y de la ventana solo se miran las azoteas con tendederos de ropa”. Nosotros vivíamos en las afueras de la ciudad, Sigue leyendo «CARDENAL DE OJO BLANCO»

LOS COTORROS

He visto relámpagos horizontales en un zig-zag iridiscente. Creí ver el verde de las naranjas, el amarillo de los crisantemos,
mas por la gritería no pude menos que admirar, que eran parvadas de cotorros que transitaban sobre la ciudad borrachos de vida,
sin respetar el rojo de los semáforos. ni el silencio obligatorio de los hospitales.