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Puede ser excepcional mente medida o bien verso libre, abarca diferentes temas pero cargado hacia el amor o desamor.
Llueve, llueve…
El sol glorioso adormece las montañas. Una nube camina en el desfiladero del cielo, otras parecen gigantes prehistóricos que recién han nacido. Platican y se amontonan, cubriendo de grises la inmensidad. El sol ardiente cubre los mosaicos de la colina y de reojo contempla a una luna que pende de almidones.
Caen gotas temerosas y poco a poco cambian a tejos líquidos que golpean la tierra. Los remolinos envuelven los arbustos. Los pájaros asustados brincotean sobre las ramas y chillan cuando el viento silba entre las hojas. Por un momento hay una quietud sospechosa que hace callar a las chicharras, y que los grillos guarden silencio: es la intemperie que tiembla.
Una luz repentina parece salir de la tierra y emerge del corazón de las montañas. Es un flash gigante que toma impresiones a la copa del cielo. La mudez termina y las gotas rompen en desbandada como caballos que irrumpen en la pradera.
Las hormigas esperan desde los subterráneos. Sabían del diluvio y precavidas pastorearon su rebaño, ordeñaron su dulce y ahora escuchan el chapoteo del agua y el canto angustioso de los grillos que se resguardan en un tronco viejo.
El sol es cercado por las nubes sucias y negruzcas, pero se mantiene como testigo oculto en la curva del arco. Rompen los truenos en el piso del cielo como si los gigantes corrieran de un lado a otro presintiendo el fin del mundo.
Todo regresa a su lugar. El sol se ha quedado impávido, enhebrando los colores, tirando al infinito el naranja, el violeta, el rojo para darle el vestido glorioso a la luna para que cuando baile, cuelgue sus velos sobre los picos de las montañas.
Postimbox
Un día me invitaste a tu casa. Después del viaje, me instalé en tu hogar. Nos hicimos reales, caminamos por las calles, fuimos a fiestas. Por las noches, alargábamos el tiempo. En las mañanas, cuando ellos dormían, hacíamos el desayuno, como dos conocidos de años. Una noche, nos acostamos y la vida nos hizo vivir lo que nunca sucedió en los sueños.
El desvío
Intuí que tu alma tiene la fuerza de esos remolinos que miramos en la pradera, levantan polvo, se agotan, pero después reinician con más fuerza. Nunca comprendí como es que decías quererme y, añadiste en un punto y aparte: …“que lo mejor para ti, sería proponerse objetivos nuevos.” me pregunté: ¿Porqué sacaste la hoz y segaste?
Más de alguna noche me dije: ¡Es qué esto, no puede decirlo ella!, movía la cabeza como esas marionetas estúpidas que encuentras en los mercados de vecindad. Entonces, cerré el libro y acepté de una vez por todas, que tu silencio era una indicación de que la complicidad se había roto.
Las garzas
En la cima de la montaña, hice una pila de los poemas escritos en mi vida. Allí corría el agua levitando sobre la arena, el rubí sobre la espuma, el collar de semillas, la noche sobre las hojas y el río tallando los tejos. Los besos fueron fuga antes de que el viento Los dispersara. Bajé con un siglo de edad, pero dispuesto a sonreír por la llegada de las garzas.
Epístola
…me gusta contarte, narrar los pormenores de mi ajetreo, cosas sin importancia: cómo baño a mis hijos y cómo tallaría con la esponja tu piel morocha. Me complace que sepas lo que cuentan mis compañeras de oficina, las que no me dejan escribirte porque rondan como palomitas a mi alrededor.
Me gustaría arroparte en mi regazo, hacerte caricias, morder tus cachetes y meterte en mi pecho. Amo escribirte, es un placer que me energiza porque soy yo. Me estremece nombrarte, gritarte en silencio y fantasear que eres quien levanta mis piernas y se desploma dejando en mi cuello un te amo y en mis surcos la agricultura de tu ser.
Tu perfil
Siempre paso por tu perfil. Desde lejos, veo que recuestas la cabeza en la almohada elevando tu mirada hacía el horizonte. Cabello de caoba lacio que se desplaza como Dios le da a entender. Me complace tu nuca que enmarco en un acercamiento. Tu espalda es abismo, besos que alimentan el no retroceso. Atracaderos son tus hombros que me acercan. No digas que no te visito: siempre recorro tu perfil.
¡Llegaron las aguas!
¡Llegaron las aguas! En la mañana, aún con el sol, anunciaron su llegada. Fue un trueno tumbador que erizó las antenas de las hormigas. El sol se hizo menos como la gente que, al despedirse, mete por debajo de su sombrero el mechón rizado.
Llegaron las aguas con su cohorte de damiselas para confeccionarle al cielo una capa de grises y lúgubres azules. Aaahhh… mi corazón se rinde ante septiembre, y salgo disparado a quitarme las ropas porque llegaron las aguas.
Tu ombligo
Tu ombligo
redondo,
profundo,
con una muesca que parece un pétalo curvado.
Mi aliento es un carro de fuego que vuelca en tu cadera.
Abajo del precipicio: la flor.
Con mi papila
la envolveré como la luna hace con la hierba.
Sobre tu rocío titilan húmedas luciérnagas,
se agitan en la oscura enramada.
Seré arete que la fiebre mece y mece.
El agua no pide permiso
El cielo arde, y del río quedan mojones de agua. No hay nubes. Sueñan los sapos bajo tierra con la lluvia, sólo sol y un maíz cabizbajo, pero en un estornudo… el día abre encharcado.
Los sapos dejan de soñar, y el maíz baila huapango con el viento.En ausencia de los santos, en el silencio de las lenguas, el agua llegó despertando los tambores dormidos del tejado. Todos salieron a mojarse y a sentirse purificados.
El regreso
Lejos de ti.
Miro a distancia la piedra,
traerla y construir un nuevo puente…
tardaría.
Necesito dos corazones
para levantar los muros
y darle silueta de pájaro.
Sé que tardaría
pero volvería por ti.
Confusión
Veía como llegaban mujeres de otras vidas, doblando orillas de hombre y zurciendo esperanzas. En mis sueños: la inquietud te despertaba y en tus ojos había sombras que transitaban en sospechosa calma. Al despertarme percibía la fuga de tu perfil y el sabor agrio de tu axila. Estoy en esta esquina viendo pasar a las mujeres que vienen hilando su camino. Y no te veo. Quizá nada es cierto. Nada, sólo fantasmas que durmieron en mis ojos; pero sigo esperando a que cruces.
El sol
Minutos antes de que abra la noche hay un catálogo de sepias. Las nubes obesas y lentas procuran inminencia. El sol aún hierve, tiembla y deja en el aire una respiración comatosa. A los lados del río hay un mantel de piedras. El perfil de los montes se oculta y es que el añil de la tierra se amontona cubriendo sus ramas.
El río corre dando golpes y revuelca remolinos. Bajo el chapoteo del agua, anima el canto intermitente de las ranas. La noche se da por instantes al silencio y al sopor le crecen olores de flores trituradas. Nada perturba, los gusanos dejan de roer y el sopor, el silencio y las sepias se tensan cuando el monte pare el silbido profundo de la serpiente. El sol ha muerto.
El invitado
Estoy entresoñando. Te mueves en la oscuridad con la destreza de un ciego en su casa. Dejé la puerta del dormitorio entreabierta y a través de la rendija tu sombra me estremece. Desapareces.
En la mañana que sorbo el café y muerdo el pan, siento la insistencia de tus ojos. Tienen fuerza. Levanto la cara y desvías la mirada. Tal vez piensas que me molestaría si me vieses comer. Para nada, pues seguiría haciéndolo y sonreiría.
Estoy en tu casa como un invitado extraordinario, pues sé que no introduces a nadie que no sea de tu familia y yo no lo soy. Soy tu invitado que llegó del norte. Es complicado definirme, pero diré que soy un amigo íntimo al que no conocías en persona. Los niños se han ido a la escuela, y pronto iras al laburo. El carro de la compañía ha llegado y alcanzo a escuchar el ronroneo del motor.
El tiempo se ha echado encima. El taconeo de tus botas en la duela del piso, es fiel reflejo de tu prisa. Miro a través de la ventana, las buganvilias ofrecen nuevos ramos y la perra retoza en la grama. Sé que observas mis espaldas. Tienes la mirada pesada y tersa como es el mercurio. Pero en este momento, en que la perra persigue a la libélula, le agregas el deseo de no ir al trabajo y quedarte conmigo a contemplar el jardín. Sé que sacudiste la cabeza e hincaste tu tacón en las vetas de la madera. No tanto para que me diera cuenta, sino para decirte que volar es peligroso.
El beso que me dejas en la mejilla tiene humedad, presión y, un grito contenido. Todo lo transformas. Sudo. Tengo caballos en el corazón y en el bajo vientre una caricia no concretada. Cierras la puerta, pero alcanzo a escuchar tu respiración entrecortada y, luego el ruido del motor que se aleja.