Archivo de categoría: FICCIÓN BREVE
En esta categoría ubico los textos que son de mi autoría. Ficción breve, miificción
Noemí
Qué cerca veo la sonrisa de Noemí. Jugábamos con la nieve que caía diminuta bajo el limón que prendía en azares, mientras el viento iba y venía.
¡Dónde te metes condenada muchacha! -le gritaba su abuela desde la choza.
Cobija rala
Frio. Frio intenso y profundo que se regodea y levanta el cuello como el gallo sobre el tejado. Lo miro pasmado y la visión se humedece
Atrapada
Esteban siempre sonríe, me busca con su mirada y cuando creo haberlo perdido, me asalta con su porfía, pero se retira al percibir mi indiferencia. ¡En cambio tú…! En el bar, la penumbra es cómplice. Soy yo la que te besa, la que ausculta tus latidos con mi boca. ¡Estoy atrapada en ti! ¿Por qué no fuiste como Esteban?
La gata, el Negro y Beto
La gata nos la obsequió una vecina. Poco después, mi perra paría y de su camada se quedó un perro que llamamos el Negro, crecieron juntos, muy cerca de los gritos de un loro gigante de cabeza azul que llegó de las selvas del sur. Sabía chiflar e imitaba a gallinas, gansos y puercos. Beto, el cotorro, se enamoró de mi esposa y no se le podía acercar nadie porque abría su plumaje de sol y verde mientras volaba con un grito feroz. La gata y el Negro sabían de su mal carácter, y daba gusto mirarlos comer en el mismo plato bajo la sombra del limón.
Soy más viejo que mi padre
Sale una luz tenue de algún rincón. Me dijo el anestesiólogo: sólo miraras puntitos de colores. Conté tres y después no supe de mí. A dos camillas, la voz de una niña se queja, y la enfermera la protege. Empecé a toser y las nauseas me brincaban bajo la lengua. Ya soy más viejo que mi padre y me duele.
Dolor intimo coagulado de lágrimas y azotes. Hubiese recogido el olor de la tierra si tuvieras mi edad, pero no fue así. En esta camilla, mientras la luz brota de alguna parte y una niña se queja a dos pasos, yo cargo piedras que ruedan a cámara lenta por mi espalda herida. Dolor gigante que se hace bolas en mi corriente, en mi flujo.
EL NIÑO DE LAS RAICESDedicado al niño Rubén
Hoy cumplo años -setenta- Y este es mi regalo para el niño que amo.

Cuando Rubén cumplió seis años, su primo Enrique, por primera vez, lo llevó al monte. Vistió con camisa de manga larga, un sombrero de palma y unas botas que le llegaban por debajo de las rodillas. En el camino vio sembradíos de maíz, y en algunas partes fangosas crecían vainas que bailaban con el viento. En la punta se hacía gruesa, de tal manera que parecían cohetes de los que explotan en el cielo y lo pintan de colores brillantes.
—La almohada que tienes está hecha de esa planta que ves. ¿Recuerdas cuando llevé un manojo de esas vainas a la casa? Mamá Camila las puso al sol y después de tres días, sacó de las bolsitas una pelusa con la que llenó un saco de tela. Así se hacen frescas y suaves las almohadas. Explicó Enrique a Rubén.
A medida que avanzaban, la maleza se hacía tupida. Enrique sacó el machete para abrirse camino pues las enredaderas reptaban por los arbustos y brincaban hacia los árboles, las ramas se tocaban, y de los tallos descendían lianas que se enroscaban como si fuesen serpientes. Lo que más sorprendió a Rubén fue que de los tallos altos salían raíces que parecían barbas verdes y rizadas que llegaban hasta el suelo para perderse entre la hierba.
— ¡Ten cuidado!, gritó Enrique, —fíjate bien donde pones la mano, pues nunca sabes qué está escondido. ¿Qué quieres hacer?
—Tocar.
Enrique tomó el machete lo introdujo entre las barbas y las sacudió.
-Ahora sí, ¡puedes tocarlas!
Eran duras, largas, verde opacas y llenas de retoños, y al estirarlas crecían más que las reglas que usaba en la escuela. Rubén regresó con otros ojos.
Semanas después pasó una muchacha a saludar a mamá Camila y preguntando por Enrique, tomó al niño de la barbilla, rascó su cabeza y le dijo.
—Hoy me enseñaron la raíz cuadrada.
A Rubén le llegó la imagen del monte. Vio tantas raíces, pero nunca una que fuese cuadrada. ¿Cómo sería ésta?
Por la noche, pensó en ella y nunca pudo imaginar una raíz cuadrada. Bueno, si lo hizo, pero no le cabía en la cabeza. La soñó como si fuesen los dados que aventaba en el juego de la escalera y no pudo dejar de reírse en el sueño; tanto, que su madre se levantó y lo cubrió con la frazada pensando que tenía frío.
Por la mañana, le dijo a su mamá.
-¡Quiero conocer la raíz cuadrada!
Su mamá no supo qué decirle, pues ella no sabía lo que era. Así que sólo le contestó que se esperara hasta que llegase su primo Enrique. Por la noche esperó, pero le ganó el sueño y muy en la mañana fue directo al cuarto del primo, pero él ya se había ido. En la noche se prometió estar despierto hasta que llegará.
Cuando el sueño lo zarandeaba, corría al lavabo y se untaba agua fría en los ojos. Escuchó los pasos de Enrique y corrió a su encuentro.
— ¡Quiero conocer la raíz cuadrada!
Quedó su primo perturbado y silencioso. Se sentó en la cama, bostezó y sintiendo los dedos del niño en sus hombros, volvió a escuchar.
— ¡Quiero que me enseñes la raíz cuadrada!
—Estás peque, no la entenderías.
Tanta fue su insistencia que al primo no le quedó otra que buscar un cuaderno y sentarlo en la mesa. Cuando Enrique terminó la explicación.
—Esto no es la raíz cuadrada. Esto es aritmética –dijo Rubén.
La raíz cuadrada debe ser diferente y debe de estar más allá del monte, pensó antes de quedarse dormido.
Desnudas de sueños
Ellas compran en tianguis mercancías usadas. Hay peluches descoloridos que amontonados sobre el piso o sobre el cofre de un viejo carro, son exhibidos, también hay antiguas películas con actores que fueron ídolos y hoy nadie reconoce. Ellas compran en silencio, perturbadas por el olor intenso de las fritangas.
Hay cerros de ropa usada que la clientela revisa mientras el vendedor grita: “Pásele, pásele, todo de diez pesitos. Pásele…” Escogen, desechan, escogen, la extienden y la pegan a su cuerpo. Los sostenes son revisados prolijamente y miran de un lado a otro, lo llevan al seno para darse una idea y saber si la copa puede contener su abultada y flácida glándula.
Mujeres de treinta y cuarenta años que van y vienen cargando el sobrepeso de su cuerpo que años atrás movían con destreza en los salones de baile y que la vida se los cambió. Llegaron los hijos, pero también arribaron años y penurias. Algunas caminan solas, otras cargan o bien llevan de la mano a sus vástagos. El ceño fruncido, miradas lejanas y chanclas de plástico. En algunas aún quedan huellas que tuvieron un cuerpo esbelto y deseable.
Todas soñaron con un matrimonio bien avenido que les permitiese una mejor vida. Nada de sus sueños llegó, se toparon con la promesa, la mentirosa frase de que conmigo serás feliz, pues traigo un buen negocio entre las manos que si se me hace saldremos de este barrio de mierda. Llegaron, eso sí, hijos, pleitos, infidelidades y un chingo de trabajo para mantener a la prole. Al cuerpo se le colgó la grasa, la inflamación. Las estrías y las manchas amariposadas en la cara. La belleza, los sueños y la promesa de viajar se fueron al caño.
En la televisión, cuando las telenovelas han terminado, después de medianoche, llegan los comerciales, desfilan consejos de la medicina naturista, jabones, pomadas. Con este aparato recobre su figura en un dos por tres, de obsequio incluye un recetario. Adelgace sin sufrir, y si usted llama ahora… ¿Y si así fuese y se diesen los milagros? Piensan ellas. No, no es suficiente, ¿cómo reparamos los sueños adolescentes, y la sonrisa íntima? Ésa que viene desde muy dentro, ¿volverá?
Sonidos
Aquella tarde noche la cortina de la ventana ondulaba por la brisa, y tu pelo suelto bamboleaba al unísono con tus caderas. Dentro de tus ojos miré los barcos. Por un instante el splash de nuestros cuerpos parecía coincidir con los murmullos del agua. Te decía entre silencios que en mis años sólo estabas tú. Desperté sin ti, te busqué, mas nadie dijo nada. En la lejanía las olas seguían martilleando el risco.
El papayo
Salió como lo hace un hongo en los días de humedad. Nadie se dio cuenta de su nacimiento. Después, a base de empujones, logró hacerse notar, sin embargo, la penuria de sol, la tierra seca y la competencia criminal lo destinaron a ser enano. El tallo con jorobas doblado a la izquierda, luego, a la derecha por su constante búsqueda del astro. Se quedó sin hojas, pero nunca renunció a trascender. En un parto prolongado, libró los obstáculos y cuajó una papaya petisa, pálida y desnutrida. Con respeto acaricié el fruto y lo abrí y supe que tenía una carne maltratada y sin sabor. Dentro, casi escondidas entre sus pliegues, había cinco semillas oscuras y redondas donde, seguramente, se había escrito su fortaleza y la promesa de mejores tiempos.
Venganza
—¡No me toque!
La voz suave y delicada dio paso a una enérgica y dura. Julián no esperaba esa reacción de Amalia. Ayer habían caminado por la arboleda tomados de la mano y por la tarde disfrutaron de café con galletas que había horneado su madre. La mirada sonriente de ella se había transformado en punta de lanza, y la boca de él era una mueca por la fuerza con la que apretaba las mandíbulas.
—¿Acaso cree que no me iba a dar cuenta? ¿Qué me embaucaría como seguramente lo ha hecho con otras? ¿Acaso piensa que porque vive lejos de esta ciudad no hay gente que lo conoce? Es cierto que han pasado dos meses que lo trato y que cada vez que le pregunto por su familia me evade. Tarde, pero abrí los ojos. Antes de que lo corra, déjeme decirle que vino a esta casa para vengarse de mi madre. Prometería desposarme y, seguramente, el día de la boda, me dejaría plantada ante el juez. Mi madre no tiene la culpa, la culpa es de mi padre. ¡Ande, aquí tiene una pala, desentiérrelo y exhíbalo en el pueblo! Bastante dolor ha sentido mi madre al saber que mi padre tuvo una primera esposa, y que usted es hijo de su primer matrimonio. ¡Ahora lárguese!
intertextualidad, afliccion de electra, O neil
Ausencia
Me quedé indefenso, turbado, al ver la sonrisa de collar que rompía el día; no me contuve y le grité—espera— Fue una voz astillada de silencio y ella se perdió entre las voces adosadas del viejo muro y el aleteo de las palomas que bullían en el campanario.
El gober
Inserté el anuncio en la sección de «Empleos» donde solicitaba un licenciado en Ciencias Sociales con carácter y capacidad para resolver problemas. Pasé días entrevistando gente en una oficina que no es la mía y que estaba alejada del centro urbano.
Cuando lo tuve en frente, vi que era el hombre que buscaba: frente amplia, cejas robustas, de mediana edad, ojos grandes que despertaban simpatía y un movimiento rápido que reconozco sólo en las personas observadoras. Era alto, recio y con la piel aceitunada seguramente por frecuentes caminatas bajo el sol. Discutimos el sueldo, y acepté su propuesta. Le pagaría de acuerdo a los resultados.
La zona indígena de la región de la montaña andaba alborotada. Él tendría que llevar en una mano el pan y en la otra el fuete. Tenía libertad para decidir. Si una situación escapaba y había difuntos, yo tendría a quien echarle las culpa. ¡Joder! En la actualidad los “ “chivos expiatorios” le salen caros al gobierno.
La encrucijada
Hace frío y la neblina como si tuviese brazos, va y viene enredándose en la cintura de los árboles. Otras veces parece gato y acecha entre los matorrales.
Estas tierras antes fueron selvas, ahora son pastizales en las cuales, en horas de sopor, el ganado se refugia bajo la sombra de los ramones. Hoy llueve menudo.
Van y vienen los caminos, pero hay encrucijadas donde acampa la gente alrededor de la fogata que cruje para que la olla derrame el aroma del café. Unos se dirigen hacia arriba porque la abuela agoniza, otros regresan a la ciudad buscando sustento.
Nada diferente, por estos días, la niebla de la montaña baja por las encrucijadas y la gente sorbe el café para tomar fuerza y seguir hacia arriba o hacia abajo, según se padezca.
La cocina de mamá
La s gotas frías caen perseverantes sobre la hoja de plátano y el ruido tamborilea en mis oídos.
—Esta silla es mía.
— ¿Quién te la va a quitar, tú?
— ¡Mis hermanos, mamá, mis hermanos!
—Deja de hacerte el chistoso, pues bien sabes que no tienes hermanos
— Bueno, por si las dudas.
Mamá se arrima al fogón, sopla con fuerza para que la lumbre baile alrededor de la sartén y escucho el chirriar del aceite. Al poco rato me llega un rico olor a plátanos fritos y ese aroma que no se ve y que despierta ansias. A mí me lo dan con leche porque los chiquitos no deben tomarlo solo. Me froto las manos para quitarme el frío y mamá me dice cuando sorbo: “Te vas a quemar”. Si supiera mi mamá que cuando ella se descuida me lo tomo bien caliente y negro.
En la cocina de mamá se está re bien; hay plátanos, galletas y café. Ella a cada rato me acaricia y me pregunta — ¿No quieres más?
Afuera, el agua se envuelve con el frío y la hoja de plátano al caerle la gotera parece que tirita…



