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MONÓLOGO
¿A quién le echo la culpa? Si mi madre viviera la escucharía decir “ es que lo pendejo no se te va a quitar, en eso saliste a tu padre” Pero dónde tendría yo el cerebro para aceptar a este bueno para nada, que ronca peor que cerdo. Ah pero hace dos años allí está la pendeja sintiendo mariposas en la barriga. Tan bien que estaba antes de conocerlo. Si comía bien, sino también. Si quería irme a bailar o a coger no tenía que pedirle permiso a nadie, pero llegó este cabrón a calentarme la cabeza y de estúpida que me caso. Y mírame, ahora tengo que lavar, planchar hacer de comer, aparte de la joda que te pones en la fábrica. Y en la noche, quieras o no quieras, si el marrano tiene ganas hay que abrir las piernas y cerrar los ojos. ¡Ah pero eso no es todo!, aparte de soportarlo a él, también tengo que soportar a sus amigos. Me dice: mi amor tráenos otra cerveza y, también más botana para picar. Y después de que terminan briagos y a traspiés se van, hay que limpiar sus porquerías y poner todo en orden. Escucha, escucha como ronca, ni la vida le corre al desgraciado, como él no tiene que levantarse temprano. Pero a quien madres le echo la culpa, pues si mi madre viviera, tendría que darle la razón !Nunca se me va a quitar lo pendeja¡
MAL DE MONTAÑA
Cuando confirmé que iría a visitarla me hizo mil recomendaciones. Al vernos, después de más de un día de camino nos abrazamos y empecé a parlotear de todo lo que me había pasado, obviamente hice lo contrario a lo que ella había recomendado. “eres incorregible, pudo haberte pasado una desgracia” pero sonrió y alisando su voz dijo “lo bueno es que ya estas aquí y conmigo estás seguro”
Ella era una mujer que vivía con sus hijos, pero el cónyuge conservaba la costumbre de visitarlos para tomar el desayuno y de vez en cuando salía con ellos, dando la impresión de ser una familia unida. El departamento amplio, cómodo, con una ventana por donde se apreciaba un jardín con buganvillas en flor y entre tanto verdor: una perra blanca, enorme retozando.Sigue leyendo «MAL DE MONTAÑA»
UN HOMBRE SENSIBLE
La miraba sin que ella se percatara; Fingía ver los rulos oscuros de su pelo, pero me detenía en los signos de su partida. Ella sonreía y tomaba mi barbilla y me decía lo feliz que era. Mentía, tal vez no se daba cuenta que a su sonrisa le acompañaba un entrecejo, -ese relax que se abre cuando hay satisfacción. Observaba el punto de tensión y, movía mentalmente la testa. Las últimas veces, al despedirnos, notaba su urgencia por darme las buenas noches y ésta, aunque se oculte, un hombre sensible la percibe.
Hubo momentos de gran alegría, de cosas pequeñas como el hecho de tener su mano entre mi mano. Mi mano la resguardaba y la proveía. Las veces que la conducía sobre las grandes avenidas donde la muchedumbre se arrebataba para cruzar la esquina y ella caminaba o se detenía a la sutil orden de mi palma. Recordé la luz de su mirada cuando ésta respondía a mi sonrisa, después dejó de emitir destellos. ¿ Ella sabría lo que dirían sus ojos? Nunca lo sabré. Aunque creo que lo supo. Sin embargo no le di tiempo de decírmelo.
Muy en la mañana, la neblina cuajaba en el piso y sobre los cerros tal vez formaba grandes anacondas. La reconocí por su forma de caminar, en una mano su equipaje y la otra suelta, subía y bajaba con desorden como lo hace una mariposa con el ala rota. ¿Se iba de viaje? ¿acaso escapaba? cuando ayer todavía me rodeaba con sus brazos. Nunca llegó a su destino… ni creo que lo tuviese.
LOS COTORROS
He visto relámpagos horizontales en un zig-zag iridiscente. Creí ver el verde de las naranjas, el amarillo de los crisantemos,
mas por la gritería no pude menos que admirar, que eran parvadas de cotorros que transitaban sobre la ciudad borrachos de vida,
sin respetar el rojo de los semáforos. ni el silencio obligatorio de los hospitales.
EL MURCIÉLAGO LEYENDA
Leyenda tradicional mexicana – Oaxaca Reeditada por Sendero ( Rubén García García )
Hace tanto tiempo, que sólo Dios lo recuerda, hubo un ser que fue el ave más bella de la creación. Pero fue bella porque Dios lo permitió. En realidad lo llamaban Biguidivela, que significaba en el viejo lenguaje, Mariposa desnuda. Un día, hizo tanto frío que los árboles se arremolinaban para calentarse del viento helado que soplaba del norte y del sur. La mariposa desnuda tiritaba, pues sin ropaje alguno la carne estuvo cerca de hacerse hielo. Días después, cuando el temporal había amainado emprendió un largo viaje. Llegó al cielo y paciente esperó.
Dios en su grandeza le digo:
—¿Murciélago qué deseas?
—Señor necesito plumas como cualquier ave, pues hace unos días casi me congelo.
—Yo no tengo plumas, pero puedes pedirle a tus hermanas aves que te regalen una y de esa manera puedes obtener el abrigo que deseas.
El murciélago contento regresó a la tierra; pero sólo pidió plumas de intensos colores y despreció las sepias y grises. Tiempo después la mariposa desnuda gozaba de un plumaje hermoso y aleteaba orgullosa con aire de prepotencia. Era tan bello el ropaje que en un vuelo celestial hizo aparecer el arco iris.
Iba a los espejos del agua a admirarse y la humildad se transformó en soberbia, veía a las demás aves con desprecio sin que le importase que otras cualidades tuviesen. Un día le reclamó a gritos al Colibrí por no tener ni la décima parte de su belleza. Cuando el Creador vio que el Murciélago no se contentaba con disfrutar de sus nuevas plumas, sino que las usaba para humillar a los demás, le pidió que subiera al cielo, donde al llegar se pavoneó feliz mostrándole al creador su colorido de espejos y de rayos. Aleteó y aleteó, sin poder parar, mientras sus plumas se desprendían una a una, quedando al fin desnudo como antes había sido.
Las gentes de antes dejaron escrito que del cielo llovieron plumas por más de un día y una noche de colores sublimes. Desde entonces el Murciélago permanece hasta nuestros días desplumado y obligado a vivir en cuevas. También Dios lo hizo perder la vista, para que no distinguiese los colores que brotan cuando llueve y el sol aparece y nunca recuerde el plumaje espléndido que alguna vez tuvo y perdió.
El vecino incómodo
Tengo un nuevo vecino. Un individuo que martillea sin parar la pared de su casa. Tiene sobre su cabeza un copete rojo y pareciera haber salido de una comunidad de incomprendidos sociales.
Lo veo como entre rendijas, pero intento mirarlo mejor, mas se esconde. Golpea desde el amanecer, y aunque la tarde es vieja, continúa.Sigue leyendo «El vecino incómodo»
LA MARIPOSA FEA
CUENTO FINALISTA
http://www.waece.org/catedra/webcuentos/lamariposafea.htm
Era una mariposa fea. Tenía colores pardos y soltaba una pelusilla gris cada vez que se posaba en una flor. Volaba como si tuviese un ala rota, en tanto las amarillas lo hacían como breves fogatas sobre las olas del mar. Oculta tras un viejo árbol veía con admiración la fuerza interior de las monarcas; a ella le dolía el ala cuando volaba:
reumatismo juvenil, -le había dicho su mamá, -es cosa de familia. Por tal razón, hacía paradas frecuentes y eso molestaba a las flores pues manchaba sus pétalos con su pelusa gris. Esa mariposa tiene mucha caspa, -cuchicheaban entre si. Cuando ella se enteró dejó de hacerlo y se guareció en el viejo cedro.
Tiempo después, las flores se volvieron pálidas y una masacre de arrugas les llegó de improviso. Algunas en silencio padecían la vejez, otras sollozaban al verse ajadas y polvosas.
La mariposa fue hacia ellas y aún así tuvieron fuerza para decirle «llévate tu caspa a otra parte.» Pero una flor infante, le dijo: acomódate a mi lado y cuéntame de la vida,
pues mi aliento se escapa y no conozco el mundo.
Le habló de la montaña, del viento, de la alegría del pájaro y del viejo cedro donde lloraba.
-Sigue contándome, -musitó la niña flor…
Los días siguieron como los caballos que trotan en la pradera, como la gota que rueda por el fruto, llovía pelusa gris sobre la flor. Hasta que un día pidió que la peinara y la mariposa vio que la luz había llegado de nuevo a sus pétalos…
La flor sonrió:
”Quédate conmigo y abrígame. Me has quitado la pena, y me has obsequiado el deseo de mirar las puestas de sol, y escuchar el clarín»
El albañil
El albañil, un tipo regordete, con ojitos de sapo trabajaba con uno de sus hijos para levantar las paredes, luego, como sabía de todo, planeó la toma de agua, la pileta, el baño. Lo recuerdo bien, tan bien que lo veo aplanando el muro, sudado de los pies a la cabeza, ordenándole a su hijo como quería la mezcla, era una máquina trabajando en silencio, con manos de cemento, pero hábiles para dejar el aplanado como la hoja de un cuaderno. El hijo al igual que él trabajaba en silencio siguiendo las indicaciones. El verdadero regocijo para ellos, era a la hora de su descanso. En una ocasión que llegué a las dos de la tarde, lo encontré eligiendo un lugar , decía al hijo compra en la tienda refresco bien frío. La verdad hacía bastante calor. Los saludé y pregunté si no le faltaba material, me dijo que no. Pocos minutos después llegaba su esposa, su hija y un bebe de ocho o diez años. La señora acomodaba un mantel limpio, sobre una mesa improvisada, que él previamente había armado. La mujer de unas vasijas sacaba el alimento y servía en platos partes iguales. A la madre y a la hija les buscaban una silla, los varones en cuclillas. Daba una oración en voz baja y empezaban a comer.
No desea un “taquito” -me dijo. Me acerqué y con respeto tomé una tortilla con chile y frijoles y los acompañé. No me había enterado que esa escena se repetía todos los días a esa hora. Entendí que, como él no podía comer en su casa, la esposa y la hija iban a donde estuviese trabajando y comían juntos como una familia pobre, pero con valores.
Cerca del quirófano
Anexo a los quirófanos se ubican casi siempre los vestidores médicos. Es un lugar privado donde los ayudantes, el anestesiólogo y el cirujano cambian su ropa de diario por el uniforme azul. Para que el médico ingrese a la sala de cirugía debe de cubrirse la boca, el pelo, zapatos y enfundarse con pantalón y camisa libre de gérmenes. Obviamente hay vestidores para mujeres y para varones.
Sitio de enorme tensión, misma que la disipan con pláticas cotidianas, comentarios sobre los acontecimientos del país o bien los rostros quedan en silencio. Todos quitan su ropa de calle y buscan en los estantes la talla que mejor acomode.
Los que sólo vamos como ayudantes o aprendices, nos limitamos a observar a los que asumirán la responsabilidad. Los médicos tienen conductas variadas. En aquella ocasión el paciente era un niño de cinco años con un tumor alojado en faringe. El anestesiólogo de piel blanca, ojos de raya cubiertos por espejuelos y bajo de estatura. Él normalmente serio, ahora parecía más. Se cambiaba sentado en una esquina, alejado de los demás. Yo no sabía si era por bochorno o por la dificultad técnica de la anestesia. El cirujano otorrino, se la había pasado contando situaciones jocosas que le festejábamos y se cambiaba de pie en una esquina contraria a la del anestesista. Hubo un momento en que nos quedamos callados, envueltos en la dificultad del quehacer que vendría.
El otorrino bajó los pantalones dejando al descubierto su ropa interior, al mismo tiempo el anestesiólogo sentado en la esquina opuesta hacia lo mismo. Cuando escuchamos del cirujano un “ ay ay ay” amanerado y reculando hacía donde estaba su compañero y exclamando “Ay… ay qué me vas hacer… qué me vas a hacer” hasta que sentó sobre las piernas de su colega. Rompimos en carcajadas. Él se puso de mil colores mientras el otro imitaba movimientos copulatorios y seguía con la vocecita amanerada “ qué me vas a hacer”, “qué me vas a hacer” Instantes después se paró y serio le dijo: «ánimo colega, deje esa cara, que vamos a salir bien de la cirugía».
Vendaval político
México está imerso en el ventarrón político. Los ciudadanos acribillados por la propaganda recibimos la información de todos y todos están montados sobre las sílabas de la promesa, del yo puedo, sí votas por mí, Ahora si va el cambio, lo que no pudieron hacer, lo haré yo. Los Mexicanos deseamos cosas sencillas: que el sujeto a ser votado no abrige la capacidad de metamorfosearse. Que esté ensamblado de una sola pieza, que del color que se le mire, sea en realidad el reflejo de su prisma. Que comprenda que no necesitamos llenarnos de oro, pero que él tampoco; sólo deseamos enriquecer a nuestro país, con la adquisición de una cultura de lo preventivo y de la eficacia. Hemos esperado candidatos de tal material y no llegan. Si ha pasado tanto tiempo y sobrevive la espera, entonces tendremos que inferir que la cuna está podrida.
A mi querido maestro José Negrete Herrera
Cuando tomé clases con mi maestro de Anatomía el Dr. José Negrete Herrera, él era una explosión de conocimientos frente al cadáver. Decía: hacemos la incisión, alejamos el tejido graso y aconsejaba: “no usen instrumentos de corte, sólo de disección. Vean, cuento uno, cuento dos y tres y aquí debe de estar el nervio Circunflejo”. Y lo sacaba con la sonda acanalada.”Pintamos a la vena de azul, a la arteria de rojo y al nervio de verde y esto lo llamamos disectocromia. Ande, ande, toquen… el que no toca no siente, el que no siente es como el que no ve y el que no ve, no sabe”. Escribió su libro de anatomía bajo una óptica clínica,” este tipo de anatomía sirve más al médico general, pues relaciona los puntos anatómicos con el quehacer de la clínica” . Además del conocimiento profundo de la anatomía, había en él, un valor mayor, la de ser humano. Un compañero de estudios me confesó “ Vivo solamente con mi madre, y ella empezó con un dolor en su vientre y fiebre, Le hablé al maestro explicándole , y dijo que la llevara a urgencias del hospital Juárez que él, llegaría. Y llegó… diagnosticó una apendicitis y operó de inmediato, pues según supe ésta se había reventado. Mi madre vive por el”.
Estábamos pendientes de sus manos, cuando el tomaba los instrumentos., pues como un mago siempre nos sorprendía. Lo conocí cuando sus condiciones físicas mermaban por las mordidas de la diabetes, pero su pulso se mantuvo firme, su deseo de ofrecer su sapiencia, inmutable y el halo de las personas que aman al hombre y el mundo en que viven: la bondad.
Ha pasado mucho tiempo, sé que te has integrado a la naturaleza, pero tu presencia en muchas conciencias persiste y tu estatura es un edificio sólido que es ejemplo para mi generación y las que vienen.
La esperanza
Hace algunos momentos platiqué con mis hijos y hablé de que mi abuelo llegó del Libano y en su recorrido, pasó por Nueva York, Tampico, Monterrey y luego la ciudad de México, allá por 1910, en plena Revolución Mexicana – Uno se pregunta, cómo le hizo, para franquear tantos obstáculos, si él del idioma español no sabía nada. Mi abuela tiene otra historia, deseando su familia protegerla de los alzados , la mandaron a una localidad entre Veracruz y Puebla. Abraham llegó felizmente a México , contactó con sus paisanos que le tendieron la mano y le dieron mercancia para vender. Tomó el tren que hacía la ruta de Tlaxcalaltongo Puebla, y de allí en mulas iba de pueblo en pueblo, ofreciendo la mercancia hasta que un día se conocieron. Un Libanes y una Austria de Molango Hidalgo. De la abuela sólo conocí a dos de sus hermanos El Tio Felix que fue revolucionario, y del cual conservo su espada, y El Tio Espiridión, que con tezón llegó a tener su rancho y que le permitió recorrer las principales ferias de México al lado de su amada esposa.
Cuando tuve que irme a hacer mi servicio social en Coxquihui, una de las primeras cosas que pasó, fue dar consulta en un cementerio y certificar sobre el ataúd que la difunta fuese difunta, la seguna vez que lo hice fue con mi tio Espiridión, ibamos en caravana a sepultar a su esposa, cuando me dijo:
– Rubén antes de enterrarla, fijate por favor si ella esta con vida.
Similitudes y diferencias de dos hechos que coinciden en la palabra esperanza. En Coxquihui, bajo el frío, la luz de los cándiles y lámparas tuve que identificar que la muerte estuviese dentro de aquella niña de quince años que había muerto de parto. En el entierro de mi tía, tuve que destrosarle el corazón a mi tío. diciendole que en aquel cuerpo ya no había luz.
Dos momentos dolorosos y que forman parte de mi vida.
Una mañana en el palacio municipal
Ayer fue un día diferente. Tenía tiempo que no caminaba por el corazón de mi pueblo. Certifiqué que el parque está más remozado y los ambulantes que habían fincado su residencia bajo la frondosidad de los árboles , ya no estaban. Eran como las diez de la mañana y entreverado con el viento se escuchaban algunos cantos de la primavera. Frente al parque está el palacio municipal y a un lado un cedro que seguramente tiene más años que la misma ciudad. allí, en ese lugar desfilaron las grandes orquestas de México » Carlos Campos» , «Acerina y su Danzonera» » Sonora santanera» y tantas que me pareció oir el bullicio de aquellas noches con la canción «telefono a larga distancia» que aún retumba en mis entrañas. Una melodía bella, donde las cornetas se comunican, dialogan, platican cuchichean. Irrumpe la primera, mientras nosotros tomamos a la pareja de la cintura y de entre el público le contesta la segunda corneta haciendo de ese minuto un espacio mágico de sonidos.
Fui a actualizar algunos documentos, y escuché mi nombre. » Qué milagro que lo veo doctor» contesto el saludo, es una muejer de baja estatura y de pelo entre cano. » Mira hijo, este es el doctor que te curo» y me pregunté, ¿de qué lo curaría? , poco después cuando esperaba mi turno, la señora de junto, me habla » Todavía tiene su consultorio» le digo que sí y a boca de jarro le dije ¿ La he atendido a usted? No, a quién atendió fue a un vecino, que me ha dicho que es usted muy bueno. Gracias, le digo. ya para salir cruzo la mirada a lo lejos y veo la plaza , el baile, las muchachas, tenía menos de veinte años y yo sabía que iba a ser médico. «Adios médico» me dice un empleado del ayuntamiento, lo saludé con un giro de la mano y èl sonrió. Caminé despació, pues ya de rodillas tengo un par de sonajas que truenan con cualquier cosa. Me digo:hoy fue un día de suerte, me ha tocado platicar con pacientes que Dios me ha hecho curarlos… Mañana tal vez no sea lo mismo, pues también guardo historias tristes.
Me acosté con la cabeza a un lado de tus pies. Llevé a la boca el dedo gordo de tu píe, lo humedecí; al mismo tiempo acaricié tu pantorrilla.
— ¿Sientes cosquillas?
Trataste de retirarlo, lo contuve. me pregunté ¿si alguno de tus amantes te había provocado de ese modo? Levanté tu falda, descubrí tus muslos. Llegué al tobillo, con la lengua lamí y entre más lo hacía tu intención de quitarlo se desvanecía.
—Me place lo que haces. —dijiste.
—Nada malo pensaran si te hago un moretón. —Respondí.
Cerré los ojos ,visioné la escena.
ES EN UNA CALLE. DE MAÑANA 8.10. ELLA CON FALDA PLATICA CON DOS SEÑORAS.
SEÑORA UNO — ¿Y cómo se lastimó?
SEÑORA DOS — Mire que feo se le ve ese moretón en el tobillo.
ELLA — Me golpeé con la esquina de la cama. Me sobé, y puse una compresa fría.
SEÑORA UNO — Con lo que duele el tobillo.
Con mi boca deguste la tersura de tu rodilla.
—¡Súbete! Escuché que decías.
No te hice caso. Mi placer me lo dabas con tu respuesta, me seducía dejarte maculada. Seguí, seguí y hubo gritos, suspiros que se elevaron, otros que despreciaron el cielo para arrinconarse en la sábana.
UNA CALLE ES DE MAÑANA 8.15 ELLA. DOS VECINAS
SEÑORA DOS Levanta la falda ¡Dios no había visto sus rodillas!
SEÑORA UNO—Y fueron las dos, Santo dios, pero una está más lastimada que otra. Hasta parece que le untaron violeta de genciana.
SEÑORA DOS—A una amiga se le hizo así por cumplir una promesa. Llegó de rodillas ante el santo cofre de Atochi.
ELLA— Me dolió mucho, caí de golpe, más apoyada en una rodilla. Ahogué mi dolor mordiendo la manga de la camisa. Me dije, este día no es el mío, pues poco antes me había lastimado el tobillo.
Luego de varias horas en la cabaña, la respuesta a las manchas violetas, está en el quehacer intenso que vivimos.
Una parte fue debido a que mi boca chupaba más, una de tus rodillas, la otra fue cuando en un abrir y cerrar de ojo dijiste:
— ¡Párate!
Te hice caso y quedaste arrodillada frente a mi vientre. Bajaste mi jean, luego el bóxer y mirándome dijiste:
—Siente como recorro con boca y garganta la península de tu cuerpo.
Tu sapiencia fue increíble y cada vez que iniciaba el orgasmo, —te percatabas por mis gemidos— y sin previo aviso apretabas los testículos, el dolor anulaba mis sensaciones y volvías con tu tarea de lactante. ¿Cuánto tiempo pasó? No lo supe. Sólo jugábamos. Alguna vez, recordé haberte dicho que tus caderas eran mi punto débil y comprendí que nunca lo olvidaste y te arrodillaste; tu cabeza se apoyó en la alfombra y levantaste los glúteos.
— Mírame.—Exclamaste.
Me situé detrás. El sudor parecía una fina escarcha sobre el río de tu espalda y deslicé mis manos desde la nuca hasta tus caderas. Besé tus nalgas, las apreté y les di palmadas, pues me seduce verlas enrojecidas. Mi boca daba golpes de tea desde el borde hasta el centro. La palma de mi mano se ajustó entre tu pubis y el esfínter. Sentí el ardor, la humedad, que animaron al medio a introducirse en tu introito, deslizándose en un lúdico dentro y afuera, mientras que mi boca trastornada campeaba en la geografía roja de tus glúteos. Los abrí, alcancé con la mirada tu orificio; con la punta de mi lengua lo humedecí. No esperabas ese ataque, y sobresaltaste, más por tus movimientos involuntarios, quejidos; deduje tu aceptación. Seguías de rodillas, coloqué entonces la cabeza entre tus piernas y abracé tu cintura; mi boca rodaba de tu pubis hasta tu ano y viceversa. Te grité:
—Mueve la cadera y acércate lo más que puedas a mi boca.
Tus movimientos se hicieron vehementes y el sudor formaba arroyos que caían sobre la alfombra.
—Me quiero venir. —Súbitamente dijiste
Erecté mi lengua y simulé poseer un apéndice. Te abrí y exploré tu canal. Tú me cogías de la nuca. La culminación no fue tan breve y tu cuerpo en espasmos arremetió con violencia. Fue allí cuando insultaste las rodillas; fueron cilindros que iban y venían con fuerza animal planchando la alfombra.
LA ACERA, LA MAÑANA 8.17 ELL, LAS SEÑORAS
SEÑORA UNO AGACHANDOSE — ¡Ay, válgame dios!, pero qué feo se le ven sus rodillas, una más que otra.
SEÑORA DOS AGACHANDOSE—¡Ay, lo que debe de estar sufriendo! ¿Y ya se puso miel?
ELLA.- Sólo me he puesto glicerina y fomentos de agua fría.
Después de tu orgasmo, pensé que te recostarías, pero te dio por volver a las oraciones. Yo me senté en la cama y tú seguías de rodillas, recuerdo que gateaste y volviste a lamer mis compañeros. Tu cara tenía placidez, pero en tus ojos seguía viva la flama. Así que tus caricias orales tenían esa doble emoción, la suavidad de un agradecimiento y el resabio de un ardor ¿Sería la recompensa por tu orgasmo? ¿ o la búsqueda de más intensidad?
Con una seña de mi mano, de mis ojos, te invité a que te subieras a la cama. Pero me diste a entender que me situara detrás de ti y golpeaste tu trasero. Cuando estuve, te fuiste doblando, como un camello lo hace en las arenas del desierto. Tu cabeza descansó en la suavidad de tus brazos y tus pechos en el piso simulaban dos tazas. Curvando el cuello me preguntaste:
— ¿Te gusta como me ves?
Hinqué la mirada en esa línea viva que sale de la nuca y termina debajo de la espalda, luego en la estrechez de tu cintura, que más abajo abre hacia tus caderas: caí arrodillado. Apoyé mis manos en tus flancos y sembré de besos a tu espalda, glúteos y a tu centro. Restregué mi apéndice por la piel de las grupas acaloradas y rojas, y después lo froté en tu isla eréctil, y decías…
—Dale, dale. Hazlo.
Mientras movías como una sierpe tu cuerpo. No te hice caso. Y seguía rodándolo sobre tu triangulo húmedo.
—Dale, dale. Hazlo
Entonces sin decirte nada y abrazándote de la cintura dejé que se fuese dentro, lo hice cuando tu no esperabas y sólo escuché que pujaste y gimoteabas sin parar.
— ¿Te dolió?
Gemiste y entendí que querías que me retirara y lo hice, pero entre jadeos hablaste:
—Ahora córrela lo más dentro que puedas.
Llegó hasta el fondo. De lado veía el bamboleo de los pechos como un eco de nuestro movimiento. Poco a poco abriste los brazos y quedaste boca abajo , pero con tu centro expuesto. El sudor abundante hacía que mi cuerpo resbalase sobre el tuyo y me daba el impulso para recorrer tu canal de principio a fin. Excitado, recuerdo haberte dicho:
— Puedo irme por otro lado…
— ¡Me vale! Ese es el riesgo, pero sigue y quédate inmóvil, deseo que sientas mis latidos y también como te muerdo.
La blancura de tu efigie contrastaba con mi piel morocha. Tu respiración se hacía intensa, jadeabas y aumenté el cadereo. Sobrevino el orgasmo, Tu cuerpo se tensó como resorte y la mitad de los jadeos, gritos se quedaron pegados al suelo, la otra se dispersó entre los vericuetos de la choza; nos dimos un baño, de vuelta a la cama te hiciste bolita y te metiste en mi pecho. Cerramos los ojos. Yo seguí el curso de lo imaginado.
MAÑANA 8.20 ELLA, DOS SEÑORA EN LA CALLE.
SEÑORA UNO. — ¡Ay mi niña como debes de sufrir! Pero un día malo todos tenemos.
SEÑORA DOS. —Ya la llevó su marido con el médico. Sería bueno que le tomaran una radiografía.
ELLA…— Sí. Todos tenemos días malos “yo desearía tener más de esos”. «Mi esposo es tan despistado que ni cuenta se ha dado de mis moretones, tuve que decirle que me caí y sin dar importancia me dijo que fuese a ver al médico, que por eso pagaba el seguro. Me encabroné, que me bajo la falda, y mis pantaletas y le enseñe mis nalgas que aún estaban enrojecidas y arqueando la ceja me recriminó que es por las cremas que me echo. Me fui al baño a llorar, porque si me quedo allí, no sé qué más le hubiese enseñado”.
SEÑORA UNO. — ¿Y qué le dijo el médico?
ELLA — Aún no me dice nada, pues regresará pasado mañana; ya aparté mi cita.
Creo haberme dormido un instante, pues el ovillo que estaba en el hueco de mi pecho desapareció y cuando me di cuenta ya tu boca hacia migas con mi ombligo y tu mano exploraba la geografía de mi pubis. Entonces acaricié la textura de tu pelo, luego escuché tu voz aniñada:
—Me das mi chupón
Lo bésate como quien besa a un oso de peluche.
—Es la entrega más bella que he tenido desde hace mucho tiempo.
Pero él no sabe de eso y volvió a erectarse.
Te subiste y dijiste al oído…
— ¿Te gustaron mis caderas? Debo de tener las nalgas como si me hubiese dado sarampión. Sabes, cada vez que me ponías la palma de tu mano, tenía placer. Era una manera de decirte lo bien que me hacías sentir. Le diré a mi esposo, si es que acaso se da cuenta, que el bronceador me hizo reacción.
Te seguías moviendo, sólo por el deseo de sentirme dentro de ti, sabía que eran actos más de ternura que de sexo, volvías a besarme y decías, eres el primero que me ve el ano en todo esplendor… sólo tú lo conoces. Bueno, ¡ni yo me lo he visto! Pensé que teníamos una especie de sobrecama de forma activa.
— Lo tienes bonito, redondo, apretadito, pues cuando te metí el dedo, casi lo mordías.
Entonces, lo busqué de nuevo y volví a mimarlo
—¿Te gusta? Le pregunté.
—Me gusta. Quiero que me poseas por allí, de esa manera no habrá nada que no sea dado para ti. Mi esposo lo pide, pero no lo merece. Me preparé para dos cosas, una, para no sentir ningún remordimiento y la otra para ser de ti, las veces que me desees y por donde desees.
—Ponte de lado, abrázame, bésame. Me enterneces. Para irte acostumbrando te daré de piquetitos, nada doloroso sino placenteros, pues esta cueva, no tiene nada de diferente, se coge cuando la mujer lo desea y está caliente. Ahora ya no lo estás. Empecé a besarte con ternura.
LA MAÑANA LA CALLE DOS MUJERES RUMBO A LA IGLESIA PLATICAN
SEÑORA UNO— Que feo tiene las rodillas la señora
SEÑORA DOS —Sí, pero ella lo buscó
SEÑORA UNO —Cómo que lo buscó
SEÑORA DOS.— ¿No se dio cuenta?, que si fuesen golpes, ella no podría caminar, o lo haría con mucho dolor, cada vez que doblara las piernas. Además cuando levanté la falda para verle mejor, me di cuenta que había otro moretón en la parte de arriba. Si hubiese sido golpe, el derrame estaría abajo.
SEÑORA UNO.— El marido la ha de amar con mucha pasión.
SEÑORA DOS. —No sea tonta, los maridos tienen fecha de caducidad. Le aseguro que antes de los diez años se les cansa el caballo.
SEÑORA UNO— ¿Y usted cómo sabe tanto?
SEÑORA DOS— La vida, la vida me ha enseñado. «Ah si esta buena mujer me hubiese visto en mis mejores días, seguramente no platicaría nunca conmigo”.
CONSULTORIO MÉDICO TARDE
ENFERMERA— Señora por favor pásele.
Ella entró al consultorio donde la madera, los libros y las artesanías hacen el decorado. Una música de saxo se escucha.
MÉDICO— Señora que gusto verla de nuevo. Siéntese por favor. Dígame ¿En qué puedo serle útil?
ELLA— Doctor vengo a que revise las rodillas.
Él ayuda con esmero y casi la carga para subirla a la mesa de exploración. Ella se apoya en los hombros. Acostada pregunta:
ELLA—Usted cree que sea grave lo que tengo?
MÉDICO— secreteando le susurra al oído- Nada que el tiempo no pueda curar.
y le chupa el lóbulo donde cuelga un arete de madera.