Deseos

Abrazo tus hombros. Al besar tu cuello, froto la nariz en el caracol de tu oreja.
Mis brazos ruedan. Deja que tus ojos se pierdan a través de la ventana y percibe como relamo la frutilla de tu cerviz.
Tu espalda es un mar,mis labios una barca. Remo a la vera de tu columna y la habito con jazmines.
Entreabro tu boca y la inundo; anhelo que los corales fulguren y al trote el deseo se exhiba. Tienes fresas de mar en los bordes. y en el trapecio del cuello sobrevivo a tus latidos. Al caer la blusa arribo al muelle de tus pechos. Destrabo el corpiño.Sigue leyendo «Deseos»

Peleas

Cuando platicamos, pareces una elegante boxeadora. Me engañas con pasitos hacia delante, a los lados, cabeceas y mueves tu cuello con gracia. Poco a poco me llevas a una esquina para acorralarme. Te mueves como sierpe. Cuando llega tu golpe demoledor, me abrazo a ti. En el clinch bailamos, mejilla con mejilla y por instantes golpeo con besos intensos tu cuello y caemos en el ring. Un murmullo, un suspiro y después el chapoteo que hacen los cuerpos al encontrarse.
La campana suena y regresamos a nuestras esquinas, esperando  a que el tiempo nos de otra hora.

El trabajo de un dios

basado en una leyenda Totonaca

El leñador se desperezó estirando el cuerpo.
Se calzó las botas y fue por sus arreos.
Con el dedo pulgar comprobó el filo.
Observó a la lejanía y con una leve inclinación de la testa saludó a los cuatro puntos.
Respiró hondo y de a poco fue moviéndose en círculos,
iniciando una danza de gratitud por los bienes concedidos.
Con las manos ceñía el mango del hacha y lo giraba,
cortando gajos de viento con el borde plateado.
Los tacones de sus botas sonaban en el piso como si miles de potros trotaran sobre la estepa.
Avanzaba, se detenía y daba vueltas por encima del piso. Parecía una libélula.
El sudor hacía regatos dibujando el perfil muscular de su cuerpo.
Después la mirada caía sobre los grandes árboles y el sonido de caballos presurosos se transformaba en golpes certeros sobre los tallos.
Provocando el miedo germinal por los estruendos.

El sudor del cuerpo corría por cordones de cristal… .

Las gruesas de leña se disponían como tambores acostados.
Del norte y del sur llegaban vientos que revolvían la oscuridad del cielo. Los hatos rodaban.
El leñador corría de un lado a otro tratando de detener los tambores.

Enojado levantaba el hacha y las luces que caían sobre filo,
se convertían en relámpagos.
Poseído, disparaba rayos hacia la luna, hacia la tierra.
El sudor incesante formaba arroyos que al resbalar por los promontorios cuajaban en cascadas ahogando las ínsulas.
Al volver a danzar, llegaba la calma y daba fin a la furia cuando se dormía ocupando la mitad del cielo.

La esperanza

He podado mi esperanza,
para que no crezca hasta el cielo.
La quiero chica,
tierna;
compatible con la tierra que me abraza.
Agria como el sudor del obrero,
callosa como la arruga del campesino.
No quiero que trepe más allá.
La quiero pequeña.
Para que la miré el niño,
o la señora
que sin quitarse el hato de leña;
pueda sonreír con la mirada
y decirme:
su esperanza es tan grande como la mía.