Mercados de vecindad

Las mujeres compran en mercados de polvo y piedra.
Son tendidos de artículos desvencijados:
Ropa, zapatos, bolsas,
Peluches que gritan su vejez desde el cofre de un carro oxidado
Películas donde las primeras figuras bailan en el olvido.
Ellas compran en silencio
enredadas entre el olor de las fritangas.

Se miden la ropa pegándosela a la cintura,
el sostén es revisado
miran a todos lados, tratando de meter la copa en el obeso seno.
Son mujeres que soñaban con un caballero de alegre figura
pero la vida se los cambió por otro.
Les dio hijos y una marimba de soledades y miserias.
Aun queda rastros del cuerpo que una vez tuvieron.
Tal vez recobren la belleza que se fue al caño:
medicina naturista,
aeróbics y cataplasmas
pomadas y jabones para conquistar la losanía perdida.
Pero: ¿y los sueños adolescentes?
y ¿ La sonrisa del alma?

La travesura

En algún momento
fuí una línea.
No había pájaros,
sólo un trazo,
una acción,
como si fuese un núcleo verbal.

Fui indiferencia.
Aplanado de la emoción,
me dije:
Estoy en equilibrio.
Sin felicidad,
sin tristeza,
sólo la inercia.

Cuando caminé por la floración
hice a un lado las copas, los colores.

Miré el horizonte.
tras de mí una voz pequeña gritó: papá;
me volví.
Y el equilibrio se rompió,
cuando su beso sorprendió a mi corazón.

Libertad

Odiseo gritó furioso. —¡Suéltenme! Estaba asido del palo mayor de la nave y los tripulantes lo miraban con aflicción. Por mandato de él, había sido amarrado, con la advertencia de no desanudarlo por más órdenes que diese. El barco navegaba frente a la isla de las sirenas. ¡Todos tenían tapiados los oídos con cera!, menos el héroe y Sesuno.
Bajo cubierta, el esclavo ignoró la indicación del cabo y ahora que escuchaba el canto, remaba frenético intentando llevar el barco hacia las escolleras. El pulso arremetía las sienes que tronaban como golpes de espuma. Él quería doblegar la fuerza del resto de los boteros que conducían la galera con rumbo diferente. “El canto es una promesa para la vida. Te inflama el alma y sabes que delante hay  manos que se  ofrecen. Remaré con el esfuerzo de mi aliento, avanzaré soñando que allá hay otra luz. Seré diferente».
El héroe se quedó dormido pensando que cada vez estaba más cerca de su tierra. Sezuno flota en el mar oyendo aún el canto de las sirenas.

El baile de las sepias

Minutos antes de que se abra la noche, hay un catálogo de sepias. Bajo el cielo, las nubes obesas avanzan lenta y prehistóricamente. El sol muerto aún destila. Tiembla y ha dejado en el aire una respiración comatosa. A los lados del río hay un mantel de piedras que se niegan a perder su destello. El perfil de los montes se oculta y es que el azul de la tierra se amontona sobre sus ramas. El río pasa cerca de mis ojos. Corre dando golpes y remolinos por docena. Abajo, el chapoteo del agua, anima el canto de las ranas. La noche es un silencio, o quizá las ranas descansan y lo que mis oídos perciben es el silbido profundo de la serpiente.

Clik

Hay un sonido leve.
Es un tallo frágil que se quiebra por el peso del ave. Eso pasó en alguna parte escondida de mí. Las consecuencias fueron discretas y pesadas. Mis palabras se fueron. Recuerdo que al tacto de tu imagen llegaban cardúmenes que olisqueaban mi piel haciendo piruetas audaces. Desaparecieron. Quedó un desierto destruido, y luego llegó el frío, el estupor, la indiferencia. Hoy mi visión quedó inmóvil. Es una lagartija inmensa que ya no recuerda el clik del tallo fracturado…

La niña de las Guayabas

Historia contada por la sra guadalupe de la Paz

A Lupe se le antojaron unas guayabas. Las había visto en el puesto de doña Jesusa, a unos cien metros de su casa.
—Mamá cómprame unas.
— ¿No te llenaste con el pan?
—Sí, pero tengo ganas de comer guayabas.
—No hay dinero, apenas alcanza para frijoles y masa. Tu papá fue en busca de trabajo. Espérate a que regrese.
—Mamá quiero unas guayabas…
— ¡Llévate la moneda de diez pesos y cuidado con andar de boba!Sigue leyendo «La niña de las Guayabas»

La lluvia

Empieza a llover,
la tierra aleteada por las gallinas,
esparce aromas.

Huele a pan milenario
y lo mismo que atrapo,
lo arroparon en su alma,
viejos abuelos.

El olor
me hace cosquillas
en alguna parte de mi pensamiento.

Saber que mi padre llenó su corazón de tierra mojada,
o que a millones de kilómetros,
alguien lo hace,
y que está escribiendo cómo lo hago.

Escribirá que el olor abre el apetito del alma,
o agradecerá a la lluvia que su mal humor
se haya esparcido entre los zacatales de alguna estepa.
No sé, la lluvia me hace niño y abuelo el corazón.

Deseos

Abrazo tus hombros. Al besar tu cuello, froto la nariz en el caracol de tu oreja.
Mis brazos ruedan. Deja que tus ojos se pierdan a través de la ventana y percibe como relamo la frutilla de tu cerviz.
Tu espalda es un mar,mis labios una barca. Remo a la vera de tu columna y la habito con jazmines.
Entreabro tu boca y la inundo; anhelo que los corales fulguren y al trote el deseo se exhiba. Tienes fresas de mar en los bordes. y en el trapecio del cuello sobrevivo a tus latidos. Al caer la blusa arribo al muelle de tus pechos. Destrabo el corpiño.Sigue leyendo «Deseos»

Peleas

Cuando platicamos, pareces una elegante boxeadora. Me engañas con pasitos hacia delante, a los lados, cabeceas y mueves tu cuello con gracia. Poco a poco me llevas a una esquina para acorralarme. Te mueves como sierpe. Cuando llega tu golpe demoledor, me abrazo a ti. En el clinch bailamos, mejilla con mejilla y por instantes golpeo con besos intensos tu cuello y caemos en el ring. Un murmullo, un suspiro y después el chapoteo que hacen los cuerpos al encontrarse.
La campana suena y regresamos a nuestras esquinas, esperando  a que el tiempo nos de otra hora.

El trabajo de un dios

basado en una leyenda Totonaca

El leñador se desperezó estirando el cuerpo.
Se calzó las botas y fue por sus arreos.
Con el dedo pulgar comprobó el filo.
Observó a la lejanía y con una leve inclinación de la testa saludó a los cuatro puntos.
Respiró hondo y de a poco fue moviéndose en círculos,
iniciando una danza de gratitud por los bienes concedidos.
Con las manos ceñía el mango del hacha y lo giraba,
cortando gajos de viento con el borde plateado.
Los tacones de sus botas sonaban en el piso como si miles de potros trotaran sobre la estepa.
Avanzaba, se detenía y daba vueltas por encima del piso. Parecía una libélula.
El sudor hacía regatos dibujando el perfil muscular de su cuerpo.
Después la mirada caía sobre los grandes árboles y el sonido de caballos presurosos se transformaba en golpes certeros sobre los tallos.
Provocando el miedo germinal por los estruendos.

El sudor del cuerpo corría por cordones de cristal… .

Las gruesas de leña se disponían como tambores acostados.
Del norte y del sur llegaban vientos que revolvían la oscuridad del cielo. Los hatos rodaban.
El leñador corría de un lado a otro tratando de detener los tambores.

Enojado levantaba el hacha y las luces que caían sobre filo,
se convertían en relámpagos.
Poseído, disparaba rayos hacia la luna, hacia la tierra.
El sudor incesante formaba arroyos que al resbalar por los promontorios cuajaban en cascadas ahogando las ínsulas.
Al volver a danzar, llegaba la calma y daba fin a la furia cuando se dormía ocupando la mitad del cielo.

La esperanza

He podado mi esperanza,
para que no crezca hasta el cielo.
La quiero chica,
tierna;
compatible con la tierra que me abraza.
Agria como el sudor del obrero,
callosa como la arruga del campesino.
No quiero que trepe más allá.
La quiero pequeña.
Para que la miré el niño,
o la señora
que sin quitarse el hato de leña;
pueda sonreír con la mirada
y decirme:
su esperanza es tan grande como la mía.