La fisura por Rubén García García

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Los pormenores de su visita volvían a mi mente sin tiempo, como fragmentos de un sueño. De pronto recordé: al mencionar nuestras vivencias, ella siempre las refería en pasado. Sentí un clavo en el pecho, y una fisura imperceptible comenzaba a abrirse.

Miré el algodón de la camiseta que me obsequió. Había manchas de un rojo óxido que no recordaba haber visto. Cuando intenté alisarla con las manos, la tela permaneció inmóvil y, poco a poco, comenzó a deshacerse líquida entre mis dedos. Una inquietud me aplastó, sin saber bien a qué se debía.

Caminé de un lado a otro, cada vez más ligero, casi sin tocar el suelo. A través de una rendija en la ventana, un rayo de luz danzaba, iluminando finos corpúsculos que flotaban en el aire, como motas de polvo resplandecientes. Me quedé absorto en su movimiento. ¿Siempre estuvieron ahí? Me lancé tras ellos, salté una, dos, tres veces, hasta que finalmente logré atraparlos. Al cerrar las manos, sentí un leve vibrar y un calor intenso y extraño.

Fue en ese momento que lo supe. Ya no era el mismo. Las manchas, el algodón, los corpúsculos… todo había sido una advertencia. Abrí las manos con temor, y brotó un destello que me envolvió los ojos. Como una gota de tinta transparente, se dispersó en toda mi red vascular. Era un fragmento, un corpúsculo, un suspiro en el aire.

La puerta de oxígeno por Rubén García García

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Los cojines de terciopelo combinan con el tono de las cortinas. En las esquinas, lámparas altas se alzan como torres. En las estanterías, los muñequitos de porcelana son limpiados meticulosamente. El reloj da las campanadas cada hora y, en la última, algo parece desprenderse del cuerpo del tío, dejándolo como un globo arrugado. ¿Acaso duerme? Da la sensación de que se muere… pero no. Día tras día, posterga la consumación de lo inevitable.

los herederos, llegados de todo el país, para matar el tiempo organizan loterías y apuestas en las que se enfrentan una mantis y un alacrán venenoso. Con el paso de las semanas, y ya aburridos de esperar, empiezan a irse, uno por uno.

El tío está aferrado a la vida, dijo el último familiar.

Tiempo después, se enteran de que la enfermera que lo cuida ha avivado en él los deseos de vivir. Cada vez que ella le da sus medicinas, el tío se aferra a su talle y su mirada se hace globosa.

Mini seleccionada por Rubén García García

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ES LA MINI SELECCIONADA POR LA REVISTA INMEDIACIONES. GRACIAS MARCIA POR ELEGIR A «DESCAMISADOS»

Caminan, haciendo alharaca, una docena de hombres. Van rumbo al río, a bañarse con la corriente fría de la montaña. Encuerados, reciben el masaje del agua y con las manos entrelazadas en la nuca se pierden al descubrir el tablero brillante del cielo.

Los hombres descamisados regresan. Platican de mujeres y algunos se embroman tocándose las nalgas. En la oscuridad se oyen chillidos, aleteos y uno que otro ruido que se confunde con carcajada. Por un momento dejan la charla y beben dejando en el viento el dulce sabor de la caña. Regresan al pueblo, a la choza, a entibiarse las caderas con las caderas de la amada. Nadie piensa que mañana el sol inclemente de la hacienda les barbechará la espalda.

DOS DE MUERTE por Rubén García García

Sendero… SM Noticias Tuxpan added a new photo to the album Poesía Veracruzana — with Escuela de Poetas de Poza Rica and Rubén García García.

Sumérgete en “Dos de Muerte” de Rubén García García

Esta estremecedora obra nos lleva al borde del insomnio y la existencia misma. «Dos de Muerte» nos muestra un encuentro con la muerte, donde la realidad se desvanece y los sentidos se aferran en un desesperado intento por seguir. ¡No te pierdas este relato que te hará reflexionar y sentir hasta los huesos!

DOS DE MUERTE

Rubén García García

El insomnio

Salió al jardín y contempló la claridad pálida filtrándose entre los árboles. Respiró el aire frío, que le penetró hasta los huesos. Eran las seis de la mañana y ya era el tercer día sin dormir. Había probado todo, desde infusiones de hierbas hasta grageas homeopáticas, pero el sueño seguía esquivándolo. Cada vez que los bostezos se acumulaban y se tiraba a la cama, el sueño se desvanecía como un espejismo cruel.

En un arranque de desesperación, sacó del cajón una pistola que parecía de juguete. La frialdad del metal en su mano ansiosa lo hizo dudar por un segundo. Cerró los ojos y apretó el gatillo. El clic fue lo último que escuchó.

Cuando abrió los ojos, pudo observarse, viendo a través del cristal del ataúd. Una araña se columpiaba en la viga del techo, la misma que había visto antier haciendo lo mismo. Antes de fugarse, escuchó la monotonía del rezo y el aroma del café.

Los sentidos

Es desesperante sentir que no respiras, pero que todavía escuchas. Y si pudiese abrir los ojos, solo vería una densa oscuridad, y, en la oscuridad del silencio, el roer de los gusanos en ese trabajo finito de convertirte en polvo. ¡Cómo llegar al sueño eterno si esas mandíbulas nunca descansan de roer!

El kiosko por Rubén García García

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Me instalé. Pueblo fronterizo con sus calles de piedra. Le di las llaves al empleado de la recepción.

—¿Algún pendiente, señor?

—Regresaré en dos o tres horas.

—Perfecto. No le recomiendo que esté fuera después de las doce. Si desea una copa, es mejor que lo haga en el bar del hotel.

Al salir del cine me detuve en un callejón a mirar revistas. La hojeaba cuando, de repente, se desató una balacera. El sonido seco de los disparos rompió el silencio. Todos corrían. Estaba paralizado. Una mano piadosa me jaló. Estaba dentro del kiosco.

—No hable, no se mueva —susurró la voz. Dentro olía a humedad y aire viejo.

Después, el silencio. Una zapatilla encajó en mis costillas.

—¡Salga! —me dijo la voz hueca.

Le platiqué al empleado de la recepción.

—¿Está seguro que es el estanquillo que se encuentra a dos cuadras del cine? Porque ese kiosco lo cerraron hace años. La dueña, una mujer joven, la degollaron porque no quiso vender droga en su negocio.

En mi cuarto, saqué la revista que había tomado antes del percance. No pude dormir. La revista, fechada hace cuatro años, estaba intacta.

El amor hasta en la muerte

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La casucha estaba hecha con varas y láminas de cartón. Al fondo, la estufa de petróleo hervía agua, un intento inútil para enfrentar la onda gélida. Cerca, la mujer temblaba. En el extremo, un hombre bebía pulque.

—Alguien cuchichea —dijo el esposo, meciéndose en la poltrona. Recordó las palabras del yerbero: «La hierba rumorosa debe su nombre al efecto que causa en quien la ingiere. Poco antes de que aparezca la muerte, el sujeto mastica sus pensamientos y los dice, como si rezara, sin darse cuenta».

¡Con qué claridad escucho a mi odiada mujer!

«Mi esposo es hediondo, obeso, sedentario y fumador. Los gestos que hace me indican que me oye, pero no cree lo que digo. No tardará en morirse, la pócima que le di ya está trabajando. ¡Bendito pulque, que se puede combinar con cualquier fruta! ¿Quién sospecharía que lo he envenenado? El médico dirá que fue un ataque al corazón. ¡Me importa un rábano que escuche! ¡No sé cómo pude soportarlo tanto!»

Minutos antes de morir, hombre y mujer se trenzaron a golpes.

Esa noche, el frío cayó a diez grados bajo cero. En la foto se veía a la pareja abrazada. Los titulares de la prensa, en letras negras y grandes, decían: Unidos hasta la muerte. El frío le quita la vida a dos enamorados.

Nada de berrinches por Rubén García García

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Calladito, calladito… ¡Así se ve tan bien! Sin alharacas ni dramas. Esa es la manera de enfrentar a la muerte: como si fuera una vieja amiga o una esposa a la que se le dice que sí, solo porque es el día que sale de compras. Tranquilo. Ya vendrá cada dos de noviembre, por sus viandas de mole, su cerveza oscura y, quién sabe, tal vez hasta ese ron blanco añejo que tanto le gustaba. Claro, también hay que tomar en cuenta que la viuda aún conserva su sensualidad y belleza. Y además, el deseo de conocer el mundo… porque, cuando usted vivía, siempre se negó a salir del rancho.

Nunca se lo dijo, pero soñaba con vivir en las islas del Pacífico. Allá, los festejos son diferentes. No se altere, es poco probable que eso suceda… aunque siempre hay una posibilidad. ¿Recuerda a aquel tejano con quien hizo negocios? Ayer fue al rancho, y le dieron la noticia de su deceso. El tejano se quedó después del novenario, y todo indica que seguirá haciendo negocios, ahora con la viuda.

¿Y qué cree? A él también le gustan las islas del ensueño y la piña colada

Diente de león por Rubén García García

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Mi Shing, general de la dinastía Tang, hacía volar dientes de león para intimidar a los pueblos que se negaban a contribuir a la riqueza del imperio. Sabían entonces que el ataque del dragón chino era inminente si, al caer las últimas esferas, no habían reunido el oro en semillas y especies.

Huir era inútil…

El recado por Rubén García García

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La alborada trae consigo el aroma de rosas y la humedad de las hojas. Extiendo los brazos y dejo que el aire fresco llene mis pulmones. Tras varios intentos, logré abrir la puerta del departamento. Desperté con una resaca cuando el mediodía ya había pasado. Encontré un recado en la mesa: «En la cocina hay un caldo de pollo con hierbabuena, y en la nevera, tres cervezas. El baño está listo. Fui con mi madre. Cuando regrese, hablaremos de lo que dijiste mientras dormías».

El regalo y sus circunstancias por Rubén García García

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Todos los días, mi padre viene por mí. Hoy salí temprano, y en vez de esperarlo, fui a su negocio. Lo vi deslizar su mano por el talle de la empleada. Se dio cuenta de que lo vi.Ahora, en mi cuarto, no puedo dejar de pensar. ¿Le digo a mi madre? Me repito que deben ser figuras mías, que quizás estoy malinterpretando. ¿Y si se separan? Siempre ha sido su princesita. No sé cómo sería mi vida sin su cariño. Mi padre me procura, me da lo que necesito, me lleva de vacaciones. Tampoco me imagino tener un padrastro.«Su mejor amiga debe ser su madre», dice mi maestra. «Tienen que contarle todo». Es cercano, nadie me quiere más que ella. Pero, ¿contarle lo que vi?

—No se lo merece —exclamó mi madre—. Sus calificaciones dejan mucho que desear.

—Es para que se aplique más —dijo mi padre, dándome la caja con el móvil que tanto había pedido.

—¿Te ha gustado tu regalo? —me pregunta días después.

—No tanto —le respondí, devolviéndoselo—. No es el que te pedí.

La princesa por Rubén García García

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El sapo que besé se convirtió en príncipe. Por la noche, se duerme y croa satisfecho. Mi madre lo odia, mi padre no me habla. Me siento agradecida, en todos los sentidos… y también de que no haya moscas en mi sopa. ¡Qué lengua tan precisa y matemática tiene, oh, mi Dios!

Mi ángel de la guarda por Rubén García García

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Mi ángel de la guarda trabajó bien hasta mi niñez. En mi adolescencia fue peor que mi madre, siempre detrás como perro faldero. Me dejaba sola cuando me bañaba, pero estaba pendiente a un costado de la puerta. De púber me gustaba encaramarme a los árboles y deslizarme presionando mi pubis sobre la superficie rugosa y me reprendía, que si era yo marimacho, que eso no estaba bien para una señorita decente. Nunca vio mi cara de placer al tocar tierra. Yo no sabía por qué lo disfrutaba, pero lo disfrutaba. Ahora lo sé, pero es insuficiente.

—¿Te pasa algo? —preguntó mi ángel cuando escuchó que suspiraba.

—Nada, es por lo frío del agua. 

Abrí la llave del agua caliente. Y… ¡Sorpresa!, en medio del vapor apareció un fauno, de esos que corretean a las ninfas, y yo no tenía para dónde correr…

—¿Te pasa algo? —me preguntó al escuchar mis gemidos.

— Nada, nada… —le dije con voz entrecortada—. Es que el agua ahora está muy caliente.

Vientos huracanados ´por Rubén García GGarcía

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Por ordenes de la patrona el gato Tato fue deshuevado. Antes de tal acontecimiento era raro verlo dentro de casa, y si estaba se confundía con los peluches armando la siesta. Cambió su quehacer, si antes era un cazador, ahora mutó a un gato de hogar, dispuesto a aceptar las caricias del ama de la casa. Solo la rutina de la noche la mantuvo: brincar hacia la barda, subirse a la azotea y confundirse con la enredadera de la copa de oro. Esa noche, lejos se escuchaban las bandas de viento del huracán Grace y no lo dejé salir, sin embargo, el maullido insistente y lastimero me colmó y le abrí la puerta. Al cerrarla sentí la vibración y ese algo que acecha y perturba. Se fue la luz. Me retiraba al dormitorio con un cabo de vela, pero escuché un gemido lastimero y golpes en la puerta. La abrí: era el Tato perseguido por el griterío de los vientos. Entró como chiflido a esconderse entre los peluches “ no que muy cabrón, le dije.

La lotería por Rubén García García

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Por la tarde tañen las campanas del pueblo. Hoy, el sonido es diferente. Habrá una misa de cuerpo presente. Murió Gervasio. Compañero de todos.

Un abuelo se abre paso en la iglesia. Se acerca al féretro y dice: «Me fallaste».

Después del sepelio se reúne el club de la tercera edad. Se miran, murmuran, tosen por el olor a tabaco. En el cuaderno tachan el nombre del finado y el afortunado obtiene una respetable ganancia. En la calle se escucha el jadeo de los vendedores del tianguis. En el local de la tercera edad ya se ofertan los números de la próxima lotería.