Sendero
Los pormenores de su visita volvían a mi mente sin tiempo, como fragmentos de un sueño. De pronto recordé: al mencionar nuestras vivencias, ella siempre las refería en pasado. Sentí un clavo en el pecho, y una fisura imperceptible comenzaba a abrirse.
Miré el algodón de la camiseta que me obsequió. Había manchas de un rojo óxido que no recordaba haber visto. Cuando intenté alisarla con las manos, la tela permaneció inmóvil y, poco a poco, comenzó a deshacerse líquida entre mis dedos. Una inquietud me aplastó, sin saber bien a qué se debía.
Caminé de un lado a otro, cada vez más ligero, casi sin tocar el suelo. A través de una rendija en la ventana, un rayo de luz danzaba, iluminando finos corpúsculos que flotaban en el aire, como motas de polvo resplandecientes. Me quedé absorto en su movimiento. ¿Siempre estuvieron ahí? Me lancé tras ellos, salté una, dos, tres veces, hasta que finalmente logré atraparlos. Al cerrar las manos, sentí un leve vibrar y un calor intenso y extraño.
Fue en ese momento que lo supe. Ya no era el mismo. Las manchas, el algodón, los corpúsculos… todo había sido una advertencia. Abrí las manos con temor, y brotó un destello que me envolvió los ojos. Como una gota de tinta transparente, se dispersó en toda mi red vascular. Era un fragmento, un corpúsculo, un suspiro en el aire.















