El zoom

Desde la ventana divisé la cara de asombro de un niño que veía un pájaro verde limón. El ave se había posado sobre los hilos retorcidos que sirven de protección. ¿Qué habrá pensado el niño? Tomé la cámara, puse el zoom y casi pude ver en los ojos del niño, los ojos del alado que parecía tener una mirada suplicante, pero quizás veía lo que no era, pues en el reflejo del cristal, daba la impresión de ser dos amigos que charlaban del sol cotidiano y de los copos de nieve que se desprenden de la flor del limonero.

Clic

ElSueñodePicassoMurmura el sonido cuando un tallo frágil se quiebra por el peso de un ave. Nadie lo advierte, ni el mismo pájaro que por reflejo extiende sus alas. Es más, todos los días en la vida de cada quién, se tiene el breve clic. Una mirada fugaz e indiferente, el beso que se hizo rutina o una minúscula desatención que la justificamos por la prisa.

Confusión

hombre soloVeía como llegaban mujeres de otras vidas, doblando orillas de hombre y zurciendo esperanzas. En mis sueños: la inquietud te despertaba y en tus ojos había sombras que transitaban en sospechosa calma. Al despertarme percibía la fuga de tu perfil y el sabor agrio de tu axila. Estoy en esta esquina viendo pasar a las mujeres que vienen hilando su camino. Y no te veo. Quizá nada es cierto. Nada, sólo fantasmas que durmieron en mis ojos; pero sigo esperando a que cruces.

El sol

dbf1b-11Minutos antes de que abra la noche hay un catálogo de sepias. Las nubes obesas y lentas procuran inminencia. El sol aún hierve, tiembla y deja en el aire una respiración comatosa. A los lados del río hay un mantel de piedras. El perfil de los montes se oculta y es que el añil de la tierra se amontona cubriendo sus ramas.
El río corre dando golpes y revuelca remolinos. Bajo el chapoteo del agua, anima el canto intermitente de las ranas. La noche se da por instantes al silencio y al sopor le crecen olores de flores trituradas. Nada perturba, los gusanos dejan de roer y el sopor, el silencio y las sepias se tensan cuando el monte pare el silbido profundo de la serpiente. El sol ha muerto.

Sociedad

Rasgó el sobre y leyó el resultado: » El ochenta por ciento del personal a su cargo, ha tenido una o más prácticas de corrupción» .
-Haga lo que crea conveniente- le dijo el presidente.
Salieron pedacitos de papel, que al arrojarlos por la ventana, volaron como palomitas avergonzadas.

La media naranja

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Defensor del amor como complemento,  se casó con una mujer opuesta en todo a él. La vida dejó de ser una fiesta,  cuando sus hijas pasaron a formar parte de las filas maternas. Ahora, pena por la casa como un fantasma que arrastra su silencio. 

El invitado

Estoy entresoñando. Te mueves en la oscuridad con la destreza de un ciego en su casa. Dejé la puerta del dormitorio entreabierta y a través de la rendija tu sombra me estremece. Desapareces.
En la mañana que sorbo el café y muerdo el pan, siento la insistencia de tus ojos. Tienen fuerza. Levanto la cara y desvías la mirada. Tal vez piensas que me molestaría si me vieses comer. Para nada, pues seguiría haciéndolo y sonreiría.

Estoy en tu casa como un invitado extraordinario, pues sé que no introduces a nadie que no sea de tu familia y yo no lo soy. Soy tu invitado que llegó del norte. Es complicado definirme, pero diré que soy un amigo íntimo al que no conocías en persona. Los niños se han ido a la escuela, y pronto iras al laburo. El carro de la compañía ha llegado y alcanzo a escuchar el ronroneo del motor.

El tiempo se ha echado encima. El taconeo de tus botas en la duela del piso, es fiel reflejo de tu prisa. Miro a través de la ventana, las buganvilias ofrecen nuevos ramos y la perra retoza en la grama. Sé que observas mis espaldas. Tienes la mirada pesada y tersa como es el mercurio. Pero en este momento, en que la perra persigue a la libélula, le agregas el deseo de no ir al trabajo y quedarte conmigo a contemplar el jardín. Sé que sacudiste la cabeza e hincaste tu tacón en las vetas de la madera. No tanto para que me diera cuenta, sino para decirte que volar es peligroso.

El beso que me dejas en la mejilla tiene humedad, presión y, un grito contenido. Todo lo transformas. Sudo. Tengo caballos en el corazón y en el bajo vientre una caricia no concretada. Cierras la puerta, pero alcanzo a escuchar tu respiración entrecortada y, luego el ruido del motor que se aleja.

El baile de las lagartijas

Por la noche soñaron las lagartijas con un cinturón magenta, que haría resaltar el verde voluptuoso untado de las piernas hacia la cola. Por la mañana después de cargar sus pilas al sol, colgaron a su cuello argollas de buena suerte. Se fueron desierto arriba, hacía el desfiladero, sacando sus lenguas de chicote. Cruzaron la arena, los cactus, y esperaron en las partes bajas del río muerto, sin agua.

Los truenos distantes parecían tambores de guerra. Llegó el agua que corre ruidosa. La corriente hincha las ardientes rocas del desierto y las moscas zumban siguiendo las espumas del río. Son miríadas de dípteros que nacen en milésimas de segundo.
Las lagartijas bailan. Comen ante las asombradas dunas y las crestas rojizas de la cordillera. El río difunto ha resucitado. Bailan las lagartijas, que ayer en la noche soñaban con un cinturón magenta que ahora resalta el verde danzón de sus piernas.

Maniquí

2284747908_4cf21dae19No conoció  la gracia de danzar con el viento.  Jamás vibró con  el solo de la flauta,  ni se detuvo  a contemplar  el sabor de la luna. Yace virgen, envuelta en una sábana que tiene más vida que ella en vida.

Adolescencia

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¡ Ha de estar agotadísima! Toda la noche soñé con ella.

Los frutos

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Autopsiado el viejo médico, salieron de su  pericardio miríadas de secretos, unos volaron, pero los más reptaron  hasta diluirse en las aguas del inframundo.

EL GEN

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Sintió la presencia de otro ser similar y aprovechando una contracción puso el cordón alrededor de su cuello. Después de la cesárea, sólo uno de los gemelos lloró.

Huevos de pulga


Les dijo que se iría del circo porque su vocación eran las matemáticas.
La recordarían años después como la pulga negra de la familia.
pulga Carlota

La exnovia

mujer masoTengo una cicatriz en el brazo, oculta bajo los vellos entrecanos.
Estaba con Raúl. Su novia lo había cortado, la mía se desvaneció. Le di una gran chupada al cigarro y en vez de apagarlo en el cenicero, lo apagué con la piel de mi brazo. ¿Qué haces?, e intentó Raúl romper la liga entre la brasa y mi piel. Dejé de pensar intensamente en ella, para solamente pensar. El ardor me duró una semana. Hoy recuerdo.

Dormía en el autobús. De la casa a la facultad y de ésta hacia la pensión. Quería estar alerta para succionar las letras de los textos. Dejaba de leer, hasta que las palabras brincaban de un renglón a otro. A las dos de la mañana me permitía un descanso y entonces me largaba con el pensamiento buscando a la novia ausente. Hasta que un día, dejé de ir…

Hace cinco años visité a un compañero de la preparatoria que vivía en otra ciudad. Me enseñó una foto ampliada, tan grande como un pliego de papel de china. Quedé perplejo: Allí estaba ella, la novia que se desvaneció y que en la madrugada, en el silenco del cuartucho iba por ella.

Eramos preparatorianos, pero, ya se nos cocían las habas por ser médicos. Aquella noche salimos los cinco a cazar un perro y lo “cazamos”: desnutrido y dócil, se dejó conducir hasta la casa de Coco. Habíamos quedado que lo operaríamos en un cuarto de azotea, que colindaba con el cuarto de su bisabuela, que ya no se daba cuenta de nada, pero que impresionaba por los gritos. diciendo “pecho a tierra.”
Conseguimos instrumental prestado, -coperacha para comprar éter. Y nos dimos cita: vestidos con bata azul y cubrebocas. Allí, en esa azotea donde se veía pasar un arroyo mal oliente, le quitamos la virginidad a la panza del perro. ¡Cómo no acordarme, si esa vez cuando empuñaba el escalpelo, se me nublaron los ojos y me hice de chicle! Esto que pasó lo tengo vivo en mi cabeza.

V i la foto. Estábamos los cinco y ella, la única mujer. ¡Qué memoria más mierda tengo! Hoy, que los párpados me cubren la mitad de los ojos, intento hacer un esfuerzo y no, no hay nada, hay silencio, oscuridad, pero nada de esa imagen en que estamos todos y ella. Tengo una laguna que parece mar sin fondo. Sin recuerdo, sin ella, sin mí. Está escondido, o borrado, no lo sé. Ella está al centro, con sus ojos abiertos de negro y vida. Los demás, la rodeamos vestidos con traje de cirujano. ¿Qué le pasó a mi memoria?, ¿quién se atrevió a operarme el recuerdo? Bastardo hijo de la chingada, ¿cuántos recuerdos más te llevaste?

En una fiesta de la generación vi a Raúl, pues quedamos hombro con hombro. Quedo, le pregunté.
— ¿Qué fue de Carmen?
Se sonrió y ladeo la cabeza para acercarse y hablar bajito:decidió casarse con un maestro de obras. De esos que tienes dos empleados y agarran de albañilería, pintura y lo que se arrime. Tuvo dos o tres hijos y ella los mantiene porque su marido la dejó por otra. Un día, la vi por el mercado, flaca, plana y tasajeada por la mala vida y el tiempo. Sé que me vio, pero se hizo la loca. No digo que soy un santo, pero su vida conmigo sería muy diferente.
— ¿Y tu Isabel?
-Después de que se la llevó su papá, no supe nada de ella.

Hay cosas que no se pueden decir, y tuve dos noticias; una de primera mano, y la otra de segunda. La primera es que yo estuve con ella, una noche en el que vivimos una secuencia de besos y quejidos. Toda la noche. Nunca la volví a ver luego de aquella vez. La Segunda noticia, sucedió uno o dos años después, a quinientos kilómetros. Me dijo el Pepe:
—Isabel vino a verme al sanatorio, te acuerdas de ella.
— ¡Claro que sí!
— Anduviste con ella hace siglos.
— Cierto… ¿Qué pasó?
— Quería que le diera trabajo en el laboratorio, pero no tenía espacio. Cosas de la vida, recién había contratado a una chica. La invité a comer y después no sé cómo sucedió, pero terminamos en el motel. Oye, que pechos más grandes y erectos tiene.
— Pero no te encabronas, ¿verdad?
— Lo nuestro terminó hace mucho tiempo. No tengo porque encabronarme.
— Ya ves cabrón, y tú que la respetaste tanto.

Viviendo con los tíos

Hacía largas caminatas  para disminuir el aburrimiento. Caminaba a medio sol por el impulso de caminar.   Zigzagueante, toreando  los carros por instinto. Ver los objetos pálidos sin contornos: mirar, sin mirar y en mi interior construía un circo de varias pistas que en cada una de ellas transcurría  la vivencia  de un sueño. Todos los actos se ejecutaban al unísono, con flashes, focos intermitentes y un sol artificial; qué absurdo caminar a la deriva sin ser, ni tampoco ser de los demás.

 

El departamento donde vivía era lo más cercano a un quirófano, todos los muebles estaban donde deberían de estar. Dos veces al día llegaba una franela impecable a quitarles el polvo acumulado y a dejarlos en el mismo lugar. Tallar, tallar, hasta que el brillo le musitaba a la señora “hasta aquí”.

Me sentaba en la cama con temor, rogando a Dios no manchar o arrugar  la sábana que pudiese despertar el enfado de la señora. Había una atmósfera  que  apretaba de los hombros hasta meterte el cuello dentro del tórax. Respiraba como ratón y  el reloj  parecía soldado, que en vez de campanadas tocaba una marcha. El espejo  simulaba un tercer ojo, las lámparas en las esquinas  parecían torres. En la noche, para ir a mear, tenía que hacer un rito. En el silencio, me levantaba en dos tiempos, y antes de salir de mi cuarto revisaba uno a uno todos los botones de la pijama. Caminaba con tiento y cerraba la puerta del baño con seguro. Cuando el chorro grueso y enérgico caía en el agua de la taza haciendo un ruido mayúsculo, entonces musitaba con los incisos “Me vale madre”. Pero,  disfrutaba más al presionar la palanca del retrete; era entonces cuando la tasa se tragaba toda el agua con remolinos ruidosos y concluía con hipos violentos.

 

 Ir a la calle era otra sensación, buscaba sitios transitados y me perdía en el gentío identificando a las mujeres que prodigasen sensualidad, las veía con emoción; que regodeo hacían mis ojos cuando parecían escuchar ese tam-tam que hacen dos glúteos al caminar. Una noche me encontraba en una glorieta. En ese semicírculo la vi. Me adelanté para mirar de reojo la cara. Su cuerpo me había dejado con un suspiro entrecortado. Tenía ojos pícaros que parecían invitarme. Ese instante en el que deseas abordar a una mujer es terrible y prefieres el silencio a un desprecio, sin embargo te cuestionas y después justificas: ¿Le digo un piropo? ,¿ La saludo?, ¡Qué hago!, qué hago. Sí le hago plática y me contesta, sí deja que la acompañe y con suerte acepta un ligue, después con qué dinero podría invitarle unos tacos, un café. Y sí…  de dónde sacaría para el hotel. ¡ eso sería tener buena suerte!,  o bien te manda a la chingada, o sale con que le has caído bien y te va a cobrar barato.

 

Harto de calle, llegaba al departamento y metía la llave con delicadeza, como si fuera a desvirgar una prostituta; para no despertar a la familia, no prendía la luz y a tientas llegaba a mi  dormitorio.

Me quitaba las ropas, y me enfundaba la pijama. Prenda que detesto, pero  hay que calzarla, para no contradecir la decencia. Me acostaba en línea recta, para no arrugar las sábanas y en el silencio total, me sucedía una inesperada erección a la cual tenía que cumplir,  de manera ordenada y metódica, con suspiros profundos, casi espirituales. Esa satisfacción era como una unción que me limpiaba de las porquerías acumuladas durante el día y me daba fuerzas para sostenerme en los días por venir.