Los buenos propósitos

 Las ideas son pájaros que se van.Los deseos
son construcciones de sueño. Ser sólido
en la medida que germinen mis semillas.

¿Pero qué ejercicio me darán
si  tiempo después miro los  árboles  como reumáticas osamentas,
dónde no abreva un clarín,
y el camino es un eden de ortigas?

Cubriré mi cara
 buscaré un hueco en el peñón
para soñar que pude;
al fin que la vida es un mosaico de buenos propósitos.

 

MI memoria

Todo tiene memoria;
un árbol,
una bacteria,
o la luna que bosteza en tu nuca.

Tengo ansias de poseer una buena memoria,
brillante como set de fotografía.
Alegre como pista de circo.
Una memoria que salte en un triple mortal
Y logre que la compañera diga:
¿Cómo es posible que recuerde el día que me dio el primer beso?

La verdad es que tengo memoria de espuma.
Mis hechos son terrones de sal que la humedad disuelve.
Y tal vez por eso y algo más; amo la palabra.

Mercados de vecindad

Las mujeres compran en mercados de polvo y piedra.
Son tendidos de artículos desvencijados:
Ropa, zapatos, bolsas,
Peluches que gritan su vejez desde el cofre de un carro oxidado
Películas donde las primeras figuras bailan en el olvido.
Ellas compran en silencio
enredadas entre el olor de las fritangas.

Se miden la ropa pegándosela a la cintura,
el sostén es revisado
miran a todos lados, tratando de meter la copa en el obeso seno.
Son mujeres que soñaban con un caballero de alegre figura
pero la vida se los cambió por otro.
Les dio hijos y una marimba de soledades y miserias.
Aun queda rastros del cuerpo que una vez tuvieron.
Tal vez recobren la belleza que se fue al caño:
medicina naturista,
aeróbics y cataplasmas
pomadas y jabones para conquistar la losanía perdida.
Pero: ¿y los sueños adolescentes?
y ¿ La sonrisa del alma?

La travesura

En algún momento
fuí una línea.
No había pájaros,
sólo un trazo,
una acción,
como si fuese un núcleo verbal.

Fui indiferencia.
Aplanado de la emoción,
me dije:
Estoy en equilibrio.
Sin felicidad,
sin tristeza,
sólo la inercia.

Cuando caminé por la floración
hice a un lado las copas, los colores.

Miré el horizonte.
tras de mí una voz pequeña gritó: papá;
me volví.
Y el equilibrio se rompió,
cuando su beso sorprendió a mi corazón.

Libertad

Odiseo gritó furioso. —¡Suéltenme! Estaba asido del palo mayor de la nave y los tripulantes lo miraban con aflicción. Por mandato de él, había sido amarrado, con la advertencia de no desanudarlo por más órdenes que diese. El barco navegaba frente a la isla de las sirenas. ¡Todos tenían tapiados los oídos con cera!, menos el héroe y Sesuno.
Bajo cubierta, el esclavo ignoró la indicación del cabo y ahora que escuchaba el canto, remaba frenético intentando llevar el barco hacia las escolleras. El pulso arremetía las sienes que tronaban como golpes de espuma. Él quería doblegar la fuerza del resto de los boteros que conducían la galera con rumbo diferente. “El canto es una promesa para la vida. Te inflama el alma y sabes que delante hay  manos que se  ofrecen. Remaré con el esfuerzo de mi aliento, avanzaré soñando que allá hay otra luz. Seré diferente».
El héroe se quedó dormido pensando que cada vez estaba más cerca de su tierra. Sezuno flota en el mar oyendo aún el canto de las sirenas.

El baile de las sepias

Minutos antes de que se abra la noche, hay un catálogo de sepias. Bajo el cielo, las nubes obesas avanzan lenta y prehistóricamente. El sol muerto aún destila. Tiembla y ha dejado en el aire una respiración comatosa. A los lados del río hay un mantel de piedras que se niegan a perder su destello. El perfil de los montes se oculta y es que el azul de la tierra se amontona sobre sus ramas. El río pasa cerca de mis ojos. Corre dando golpes y remolinos por docena. Abajo, el chapoteo del agua, anima el canto de las ranas. La noche es un silencio, o quizá las ranas descansan y lo que mis oídos perciben es el silbido profundo de la serpiente.

Clik

Hay un sonido leve.
Es un tallo frágil que se quiebra por el peso del ave. Eso pasó en alguna parte escondida de mí. Las consecuencias fueron discretas y pesadas. Mis palabras se fueron. Recuerdo que al tacto de tu imagen llegaban cardúmenes que olisqueaban mi piel haciendo piruetas audaces. Desaparecieron. Quedó un desierto destruido, y luego llegó el frío, el estupor, la indiferencia. Hoy mi visión quedó inmóvil. Es una lagartija inmensa que ya no recuerda el clik del tallo fracturado…

La niña de las Guayabas

Historia contada por la sra guadalupe de la Paz

A Lupe se le antojaron unas guayabas. Las había visto en el puesto de doña Jesusa, a unos cien metros de su casa.
—Mamá cómprame unas.
— ¿No te llenaste con el pan?
—Sí, pero tengo ganas de comer guayabas.
—No hay dinero, apenas alcanza para frijoles y masa. Tu papá fue en busca de trabajo. Espérate a que regrese.
—Mamá quiero unas guayabas…
— ¡Llévate la moneda de diez pesos y cuidado con andar de boba!Sigue leyendo «La niña de las Guayabas»

Lejanías

Uno

Abajo están las montañas,
y el sol llama a misa
haciendo doblar las campanas

Dos
Si pudiera
llenaría mi jarrón
con los latidos
presurosos de mi corazón

Tres
Es un puente de niños,
que tiene la voz alta
y le grita al mar.

veo tus deseos;
cuando pasan por tus muros
los peces en procesión.

La lluvia

Empieza a llover,
la tierra aleteada por las gallinas,
esparce aromas.

Huele a pan milenario
y lo mismo que atrapo,
lo arroparon en su alma,
viejos abuelos.

El olor
me hace cosquillas
en alguna parte de mi pensamiento.

Saber que mi padre llenó su corazón de tierra mojada,
o que a millones de kilómetros,
alguien lo hace,
y que está escribiendo cómo lo hago.

Escribirá que el olor abre el apetito del alma,
o agradecerá a la lluvia que su mal humor
se haya esparcido entre los zacatales de alguna estepa.
No sé, la lluvia me hace niño y abuelo el corazón.

Buenas noches Variola

Buenas noches variola
Hace tiempo dañaste a reyes y aldeanos. Los que sobrevivieron quedaron ciegos y carcomidos. Podrías decir que era tu misión y no discriminaste. Lo cierto es que sigues formando parte de la vida. Hoy vives encarcelada. No he querido aniquilarte, pues eres singular en la vida. Mi admiración hacia ti me dice que debo respetarte. En las noches de perversidad, te observo con ojos profundos y muevo tus ácidos para hacerte más letal. Mi alma tiembla con sólo pensar que un error podría ser fatal para mí.
Algún día, mi odio podría darte la libertad de anidarte en la linfa de los hombres; tan fácil dejarte olvidada en algún aeropuerto de esta tierra y quince días después brotarías en los cuerpos transformada en pequeñas vesículas negras hediondas de pus y de muerte.
Por este día, Variola, me iré a dormir con un Padre Nuestro en la boca.

Ni la muerte será capaz

¿Estaré en una iglesia? ¿Parece que alguien ora? —Se preguntó el esposo que estaba acostado y cubierto con frazadas. Cerró los ojos y un placer morboso irrumpió al recordar las palabras del yerbero: “La hierba rumorosa debe su nombre a que poco antes de llegar al efecto mortal, las gentes mastican sus pensamientos, como si rezaran.”

La habitación tenía pintura que se levantaba, como si a propósito la hubiesen rizado, al fondo, la estufa prendida hacía bufar un caldero que desprendía vapor y que intentaba aminorar el frío.
—Mi oído se recupera, pues escucho con una claridad diáfana las palabras de mi odiada esposa. Desgraciada, oigan lo que dice.

—Él es idóneo. Obeso, sedentario, fumador y medio sordo. Su gesto me dice que no da crédito a lo que oye. Seguro que no tarda en morirse, la pócima que le di está en proceso, pues, el oído capta el más leve cuchicheo después de ingerida la dósis. ¡Bendito pulque que permite combinarlo con cualquier fruta! ¿Quién puede pensar que lo he envenenado? El médico dirá que fue un ataque al corazón. ¡Me importa un rábano que escuche! ¡No sé cómo pude soportar tanto!

El viejo Antes de morir comprendió y tuvo fuerzas para caer sobre su mujer y forcejear. Abrazados y con la cara de ella sobre el hueco del hombro, los encontraron sin vida al día siguiente. El diario local exhibió la foto y al pie de la página se leía “Victimas del frío”. “Se amaron hasta la muerte”.

Los benjamines

Poco antes de cumplir los cincuenta años, numeró las veces que la muerte había aleteado alrededor de él. Eran muchas, por lo que concluyó que estaba predestinado a un fin grandioso.
Antes de morir, tuvo un último hijo cuya vida fue paralela a la de él y al igual que su padre, presentía que la vida le tenía reservada una gran proeza. Murió viejo.
El suceso se repitió en muchas generaciones. El último de ellos no se cuestionó pues moriría en la cruz en las afueras de Roma, pensando que su esfuerzo había sido inútil.