Sendero
ESPÉRESE TANTITO, NO TIENEN PACIENCIA
El desastre de Poza Rica y la región (tres)
El hambre no espera. La intemperie muerde.
El refrigerador, la estufa, los electrodomésticos están, si es que están; y si están, están inservibles.
El chamaco llora, otro le jala el vestido y sabe que quieren comer.
Pero no hay.
La inundación es un caballo apocalíptico: cabalga en las crestas de la corriente.
No le teme a los remolinos, a los troncos ni a las vacas ahogadas, mucho menos a los vivos que bracean sin esperanza.
Rompe bardas, se sube a las azoteas y, como una serpiente, husmea por los rincones.
Todo lo abarca mientras los dioses lo sigan alimentando.
Cuando se va, deja destrucción, muerte y una hediondez inmensa.
Y le da su sonrisa dientona al corrupto, al olvidadizo, al irresponsable: el político, el burócrata, el que dice que para qué pensar en el mañana, si el hoy es lo que se vive.
Claro que hay programas, protocolos, divinas enseñanzas que, bien ejecutadas, podrían mitigar las mordidas del daño y de la muerte.
Hay muchos culpables, pero vayamos por orden.
Vámonos al pasado.
¿Quién autorizó que se construyeran colonias en zonas aledañas a un río que, por verlo manso, se creyó que siempre sería así?
¿Cuántos proyectos de gobierno o privados, gracias a la corrupción, obtuvieron de las autoridades los permisos correspondientes?
¿Y qué tal la calidad de las obras?
A más “moche”, menos calidad en la construcción.
Cuando llegan las aguas, el río requiere de espacios para que, al extenderse, la corriente se modere.
Somos tan insensatos que le comemos la ribera y, así, las avenidas se estrechan y lo hacemos violento.
Se estrecha cuando lo cargamos de basura, cuando las aguas sucias desembocan en él.
El hombre es quien se clava el puñal.
El río tiene memoria ancestral, lejana y nunca olvida.