Sendero
—¿Hasta cuándo seguirá calentándose el mar? —se preguntan las palmeras, inquietas bajo un cielo afiebrado. «Nada de aguitarse, compañeras, que no cunda el púnico. Sigamos con el plan».
En la quietud de la noche, se entregan a su danza: hojas largas se inclinan hacia la tierra y se alzan, desafiantes, al cielo. Abajo, el suelo es la puerta al infierno; arriba, las palmeras se mecen como abanicos imperturbables, torciendo sus troncos en un vaivén que fortalece sus fibras y su espíritu.
Mientras tanto, los huracanes respiran en silencio. Inspiran y expiran, ampliando el tórax, contando cada aliento en la rutina de afilar la fuerza del soplo, obsesionados con quebrar. Saben que su prestigio no se mide por las ciudades arrasadas, sino por cuántas palmeras logran partir.
Y así, en las cantinas del viento, tifones y huracanes se jactan: «Yo quebré diez palmeras con tres soplidos».
Un murmullo recorre la atmósfera, aunque claro, siempre hay un viento más viejo que, entre risas, murmura: «Sí, y yo fui quien se llevó el calor del infierno».


A ver si ese viento viejo se llevó el calor infernal que hemos vivido.
Estupendo texto
Buen día
Gracias por tu comentario. Abrazo grande.
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Gracias por comentar. Un abrazo y buena salud.
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