Al caminar por la alameda hay una estatua que siento que me mira.
Hace tiempo caminaba con mi novia tomados de la mano por el malecón de un puerto. En un instante se desató y corrió hacia una banca, y cruzó la pierna imitando a una estatua. Algo sucedió, que nunca más supe de ella.
Me llené de años, y en mi ruta tengo que pasar por el bosque y encontrarme con la mirada que me perturba.
Un día, cansado, la enfrenté cara a cara, ojo a ojo y encontré en su frente la historia de mi fugacidad. Me quedé a su lado y dejé que mi cuerpo se perdiera en la arboleda.
