Brujos y sanadores de Rubén García García

Sendero

El hermano Carlos llegaría a casa de Juana, que a sus veinte años está tan débil que sus rodillas desfallecen. Ella entregará su corazón y fe al sanador.

El Hermano ordena que las veladoras y los santos estén en armonía con las flores. Reza como si platicara con Juana.

¿Recuerda el vestido de flores amarillas? La noche aquella en que lloró. ¡Qué nadie supo! ¿recuerda? —la olisquea.

Su libro de misal, que es de ella, olía a lágrimas infectadas de algo insano.

La intensidad de su voz resuena por los rincones de la casa y de los entramados. «¡Será el día en que el milagro llegue! Que lo insano se derrame en las almas proclives». Después de tres horas las plegarias están en camino celestial.

«Te pedimos por la alegría de ver caminando a Juana por los montes de Dios».

Meses después ella deambula por el jardín, corta la hierba que merma las dalias. mientras el sanador la recuerda con dolores intensos en las rodillas, con un perfil céreo y maltratado por las fiebres.

Ha llamado a su maestro, que atiende a tres horas de su pueblo, y no aparece.

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