Sendero
Tuve una amante musical. Al pulsarla escuchaba que caían sobre el tejado gotas de lluvia. Si mis labios rodeaban sus ojos me parecía escuchar los oboes al caer la tarde. Cuando mi respiración corría por la senda de su cuello susurraba su latido en un solo de maracas. Si besaba la oscuridad de sus colinas, ella me hacía oir los tambores de mi corazón en un frenesí que simulaba el aleteo del colibrí.
