Sendero
Ella duerme, después de la intimidad, le sucede. En la penumbra el ventilador agita el aire. Mi pulso se ha normalizado. Tiene diez años que hacemos el amor. Hay diferencia del ayer con el ahora. Me queda la sensación de haberlo hecho con una amiga con la que jugaste en la infancia.
En los primeros cinco años, para poder estar con ella me escondía y esperaba que el esposo saliese con su mochila hacia el trabajo. El miedo a ser visto o confundido con algún ladrón me ponía la carne de gallina y sudaba, aunque hiciese calor. Con la puerta abierta entraba sigiloso a su recámara donde ella me esperaba. Noche de lumbre, ardor que me hacían estallar como una luz de bengala en el cielo oscuro.
Hace cinco años el susodicho tuvo un accidente y de ser un intruso pasé a ser el principal. Ella duerme a pierna suelta, y es un tronco. Sé que no despertará, así le pasa cuando ha tenido un desborde de satisfacción.
Yo añoro el pulso acelerado, el golpe que sentía en el pecho, la respiración de ratón y mi cuello elástico con el que movía la cabeza para hurgar entre la oscuridad que me confirmaran que podría llegar hasta el zaguán y colarme hasta su dormitorio.
