La culpa no es mía de Rubén García García

Sendero

Me recostaba debajo del mango. Comía hasta quedar ahíto. Descansaba y volvía a jambarme de la carne dorada y jugosa; ríos amarillos, dulces y pegajosos escurrían hacia mi barbilla. Lejos se oían los gritos de mi madre llamándome y reclamando su hato de leña. «Tanto tiempo para traer unas cuantas ramas» «ya no hay amá. Seguro que fueron a leñar antes»

Mi madre fue a buscar y encontró los huesos de mango que tiré. Enojada me dice: «¡Chamaco holgazán!, por estar tragando mangos no buscaste leña, pues con qué crees que se guisan los frijoles, las tortillas que te jambas. Te pareces a tu padre, buenos para nada. Todos los días sale a buscar trabajo y solo regresa con hambre y se acaba lo poquito que hay. ¡Nada, no trae nada! Busca y trae leña, pero ya». «Qué culpa tiene mi padre que no le den trabajo, que culpa tengo de que otros leñadores se me hayan adelantado…». Eso pensaba. En la mano traía una piedra lisa, redonda y veía entre las ramas el amarillo de los gordos mangos que bamboleaban con el viento.

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