Sendero
Juan siempre sonríe, me busca con su mirada en la iglesia. Cuando nos damos el saludo para honrar en la hermandad percibo que su apretón de manos es un ruego. Terminada la ceremonia se despide con una voz que apenas le alcanza, le contesto educada. Él nota mi indiferencia y se retira con los hombros caídos. Si yo le diera una lucecita, seguro que su pulso percutiría sin ton ni son. Podría tenerlo comiendo de mi mano, pero mi cuerpo por dentro y por fuera lo rechaza. Allá está Esteban, siempre rodeado. Tiene tiempo que le doy la mirada, pero él no se ha dado cuenta. Hace tres meses me enteré que es hijo del cura y una amiga de mi mamá. Fue la vez que buscaba, en el viejo clóset, una joya y encontré una agenda donde leí que Esteban fue dejado en las puertas de la iglesia y el cura se ha hecho cargo de él. Fue entonces, cuando lo vi con otros ojos.
Mañana cumplo doce años y le he dicho a mi madre que invite al cura. Mi madre solo movió la cabeza y no me contestó.
