sendero
Detrás de la carrosa iba un par de caballos blancos. El viudo montaba uno de color azabache. Poco antes de llegar al cementerio, Elpidio dio la orden de que se hiciera un alto y llamó al médico. La tarde se hacía vieja.
—¡Saquen el ataúd! ¡Médico!, ¿dígame si mi Lalita está realmente muerta?
Espero. Los ojos vidriosos y atentos. Ella dormía.
El médico le dijo que no había signos de vida.
No pudo contener el gemido. Sus arrugas se hicieron profundas e imposibilitado para hablar, con señas indicó que cerraran el féretro y volvió a ponerse delante del cortejo. Los caballos blancos eran de la finada y siempre la seguían.
