Sendero
En la madrugada el taxista regresaba a su casa. Se repetía una y otra vez que las deudas de juego son deudas de honor. Apagó el motor y con el impulso del carro llegó al frente de su casa. Con sigilo cargó el tanque de gas y lo metió a la cajuela. «Aquí está lo apostado» —le dijo a los compinches. Volvió a su casa y sin desvestirse se acostó al lado de su mujer. Por la mañana su esposa se dio cuenta que no estaba el cilindro de gas. Despertó al marido y llorando le contó. «María deja de llorar y entiende que la delincuencia no descansa, aunque sea domingo» y volvió al sueño profundo y reparado
