Sendero
Despiertas porque hay partes vivas que gritan de tanto estar inmóviles y recurres a la poca fuerza de tus brazos. El codo se vuelve palanca y te alzas del tronco para moverte cinco miserables centímetros a un lado. Es un aliento, un soplo fresco que las otras partes del cuerpo te lo agradecen. Duermes, duermes no sabes cuánto, pues el tiempo lo mides por el goteo que recorre el frasco de vidrio y llega hasta tu red venosa. Sabes que cuarenta gotas es un minuto, eso me contestó la enfermera antes de ingresar al quirófano.
Escuché pasos.
—¿Cómo está?
—Sigue dormido.
Revisó los frascos de suero, de la orina y el drenaje de las secreciones.
—No te confíes. Algunas veces se ven dormidos y no lo están, ni se hacen. Simplemente se van sin decirle nada a nadie. Son los apresurados.
