Sendero
Se miró en la playa. Estaba arrodillada con las manos sobre la arena de la costa solitaria. Los últimos rayos del sol pintaban de sepia la curva del talle. A cada empuje de su amante los dedos se enterraban en el arenal. El rumor del mar iba y venía. Despertó sudorosa, inquieta y con granos de arena en las manos.
