El ocaso de Rubén García García

Sendero

Se miró en la playa. Estaba arrodillada con las manos sobre la arena de la costa solitaria. Los últimos rayos del sol pintaban de sepia la curva del talle. A cada empuje de su amante los dedos se enterraban en el arenal. El rumor del mar iba y venía. Despertó sudorosa, inquieta y con granos de arena en las manos.

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