Sendero
El Tío Juan daba una cena, y era de los pocos sobrinos que había invitado. «Vivo hasta el fondo de la calle y el portón es negro. Procura llegar temprano, estará tu prima y unas amigas de ella». Oprimí el timbre, y me abrió una mujer que sin poder precisar la edad se veía elegante. Pasé. La seguí, me senté, y en un minuto ya tenía un Whisky en la mano. No veía gente, ni barullo «¿Es la casa del señor Juan Carmona?» «No, la casa de él es la anterior» perdón, e hice el ademán de retirarme, y dejé la bebida en la mesa de centro. «No me dejará con la copa en la mano» y reparé en mi descortesía. Se cruzó de piernas, levantó una ceja y se acomodó en el sofá «por el gusto de conocernos» Alcé mi copa, estaba mudo por la impresión de ver a una mujer tan atractiva. «Si no se ofende y quiere acompañarme, lo invito a cenar» «Daría la mitad de mi corazón por convivir con usted, pero tengo un compromiso familiar al cual no puedo ofender, si me acepta, mañana estaré con usted».
Para fortuna llegué a tiempo para convivir con la familia. Pretexté un compromiso y lo más temprano que pude me despedí. Salí y con sorpresa solo me topé con una barda de hormigón. A un lado una vendedora de camotes, le pregunté por la casa de al lado, ¿casa? y contestó: «estoy vendiendo camotes desde años y dónde dice nunca he visto una casa».
