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秋の暮れ烏最中で通りけり [KISHÛ]
Aki no kure Crepúsculo de otoño…
karasu mo nakade Incluso el cuervo
tôri keri[14] pasó sin graznar…
El crepúsculo de otoño asociado con un negro cuervo: silencio, profundidad, nostálgica belleza, vinculados poéticamente con astucia, nerviosismo, rapiña. Es un haiku dedicado, al fin y al cabo, a un atardecer de otoño que necesita del silencio de un cuervo… ¡Qué extraño y fascinante es nuestro mundo!
Sobre el mismo tema –el aki no kure- contamos, además, con un célebre haiku de Bashô:
此道や行く人なしに秋のくれ [BASHÔ]
Kono michi ya Nadie que vaya
yuku hito nashi ni por este camino
aki no kure[15] Crepúsculo de otoño
En el poema de Kishû la tarde de otoño necesitaba del silencio de un cuervo, y, en éste de Bashô, la soledad de un camino. La fórmula utilizada, no obstante, nos causa perplejidad. Por la insistencia en el “nadie”: “No hay nadie que vaya” (yuku hito nashi ni).
Quizá el poeta está detenido y por eso no se cuenta a sí mismo como uno de los que van por ese camino; o quizá es que el poeta no se considere “alguien”, y tanto da si va como si está quieto.
De nuevo el misterio envuelve un haiku, un camino, un atardecer de otoño.
Encontramos otro bello ejemplo de cómo una acción que no se produce da su auténtico valor a lo que hay en la escena, en un haiku de Seishi, poeta que murió hace seis años (y sirva esto de prueba de cómo el haiku no es un arte de museo):
なきやみてなほ天を占む法師蝉 [SEISHI]
Nakiyamite La cigarra cesa de cantar
nao ten o shimu y su voz continua
hôshizemi llenado los cielos
Este haiku tiene, además, otros significados en los que ahora no podemos detenernos[16]. Tan sólo especificar que, propiamente, en él no hay ningún verbo en forma negativa, sino uno en forma afirmativa que niega una acción: “cesando de cantar”. La belleza de este haiku de Seishi, no obstante, nos ha seducido y ha logrado que lo incluyésemos como excepción en esta antología, que, de haberse ampliado con este criterio, alcanzaría unos límites que excederían con mucho lo previsto.
Por último, no siempre la ausencia de acción está al servicio de lo que hay. A veces es al contrario: en el siguiente ejemplo, la arboleda de verano es sólo el marco en el que una acción no se produce:
動く葉もなくおそろしき夏木立 [BUSON]
Ugoku ha mo naku No se mueve ni una hoja…
osoroshiki ¡Qué temor siento!
natsu kodachi[17] La arboleda de verano
Para comprender el temor de que nos habla Buson en esta ocasión la pregunta que debemos hacernos es: “¿Por qué no se mueve ni una hoja?”. ¿Qué puede hacer que una cosa tan natural como el movimiento de una sola hoja entre todas las de una arboleda no se produzca en absoluto? Para el poeta, poca duda cabe, la razón es que lo sagrado esté presente. Es por esa presencia divina que las hojas no se atreven a moverse llenas de respetuoso temor. Al sentir esto, el haijin se contagia del temor reverencial que allí se respira. Nos aventuramos a imaginar que, por un tiempo, él tampoco se atreviera a moverse, y fuera él mismo una hoja más de la arboleda.
De toda esta peculiarísima antología que estamos presentando, a pesar de que hay haikus verdaderamente inmortales (como el que acabamos de ver de Buson), destacaríamos uno del poeta Tantan, que vivió en el siglo XVIII. Es un haiku que se rehúsa a ser explicado. Sólo podemos decirlo:
初雪や波のとどかぬ岩の上 [TANTAN]
Hatsuyuki ya La primera nieve caída
nami no todokanu Las olas no alcanzan
iwa no ue[18] la parte de arriba de las rocas
Todavía, a pesar de que contamos en castellano con una veintena de libros sobre haiku, algunos de ellos notables, apenas hemos accedido a su estancia interior. Toda entrada en un espacio sagrado debe ser serena, progresiva, pausada. Entrar con las informaciones precisas para atrevernos a hacerlo; pero no más. Y ya llevamos dichas hasta ahora muchas palabras; seguramente, más de las necesarias.
