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En la misma línea de una expectativa en cierta forma frustrada, proyección por tanto del mundo humano del que el haiku siempre trata de deshacerse (no siempre con éxito), está ese otro poema del mismo Bashô:
胡蝶にもならで秋経る菜虫哉 [BASHÔ]
Kochô ni mo narade El otoño avanza
aki furu y la oruga no consigue convertirse
namushi kana[9] en una mariposa cualquiera
Las expectativas del ser humano respecto del mundo no tienen el valor de lo real. Pero no debemos infravalorar todo ese universo emocional del poeta que a la fuerza acaba encontrando su sitio dentro del haiku. Incluso esos casos de expectativas contrariadas pueden tener una profundidad insondable y una traducción imposible a nuestra lengua. Véase, por ejemplo, como Santôka -el poeta del haiku esencial- presenta uno de estos asombros:
一羽来て啼かない鳥である [SANTÔKA]
Ichiwa kite Un ave que viene…
nakanai tori dearu[10] Es un pájaro que no canta…
Este haiku es tan simple que no puede ser traducido con la elegancia que tiene en su lengua original. El primer verso dice: “Viene uno”, pero sabemos que es un pájaro por el subfijo que se usa, propio de aves. Y, entre el primer y el segundo verso, Santôka ha conseguido un silencio largo como la eternidad, en el que sólo puede instalarse el lector que ha decidido no dejarse esclavizar por el tiempo. Por eso tiene que repetir en el segundo verso que sigue hablando del pájaro en cuestión. Ha escrito un primer verso; y ha esperado, quieto, en intimidad con el ave, antes de disponerse a escribir el segundo verso. La definición que el poeta da del pájaro (nakanai tori dearu: “no es otra cosa que un pájaro que no canta”) nos abisma en el precipicio de que “lo que no ocurre” pueda ser incluso en un instante la identidad propia de los seres.
Seguimos nuestro periplo poético a la búsqueda de haikus en los que haya cosas que no ocurran, y pronto nos damos cuenta de que, en ocasiones, “lo que no sucede” no responde a una expectativa –ansiada, presumible o frustrada- sino que realza y da su auténtico valor a lo que sucede.
En el haiku que sigue, por ejemplo, el canto de la alondra tal vez nos habría pasado desapercibido si no fuera porque hay algo que la alondra no está haciendo mientras canta:
原中や物にもつかず鳴く雲雀 [BASHÔ]
Hara-naka ya En medio del campo,
mono ni mo tsukazu sin aferrarse a nada
naku hibari[11] canta la alondra
“Lo que no ocurre” esta vez ha actuado a modo de cerco de inexistencia para potenciar la trascendentalidad de lo que acontece. La rueda, la ventana, el vaso –nos dirá Lao Tsé- deben su utilidad a lo que no tienen. Los filósofos nos han dicho: “El ser limita con la nada”; pero es mucho más que eso. Los poetas saben que la nada lo rodea como una matriz donde el ser es posible. Es la naturaleza del mundo: “lo que no está pasando” hace que lo que sucede, suceda más.
我門へ知らなんで這入る蛙哉 [ISSA]
Waga mon e Una rana
shiranande hairu entra por mi puerta
kaeru kana[12] sin darse cuenta
Es en el acento que el haijin pone en algo que echa de menos, constatación por tanto de una ausencia, donde mejor podemos ver el corazón de un poeta que ha elegido como género el haiku precisamente porque le permite ocultar pudorosamente sus sentimientos tras una apariencia fotográfica y fría de la realidad. Lo que diferencia “una rana entra en mi choza” y “una rana sin darse cuenta entra en mi choza” es el aware, la emoción sentida por el poeta, que en este caso ha sido sacudido de arriba abajo por la indefensión de una criatura que inconsciente entra en contacto con el peligroso mundo humano.
Pero, en otras ocasiones, es justo al contrario. Lo que está sucediendo pierde valor una vez que se lo ha situado junto a algo que no está pasando:
二つ居て一つは鳴かず秋の蝉 [SONGI]
Futatsu ite Había dos,
hitotsu wa nakazu pero una de ellas no cantaba
Aki no semi Cigarras de otoño
