Santoka el último monje errante

Las montañas, el mar…

Tengo agotado el corazón

de tanta hermosura.

Taneda Santôka (1882-1940) fue el último monje errante de Japón. Dicho así suena bien. También podríamos decir que Santôka fue un alcohólico y un indigente que murió sin hogar a los 58 años. Dicho así suena diferente.

Yo no puedo renunciar al sake.

Vuelven a brotar

árboles y hierbas.
Hoy conocemos a Santôka por sus haikus. Haikus crudos, puros, rotundos. Ningún poeta ha conseguido emocionarme como él, y además, me ha mostrado algo. Santôka me ha enseñado que no hay diferencia entre lo mejor y lo peor. El más pulcro hacedor de haikus, el más certero, era un hombre atormentado y enfermo, que se pasó toda su vida sufriendo.
Profundamente emocionado

por seguir vivo

Es hora de remendar mis ropas.

Efectos personales de Santôka

Quizá enumerar sus desgracias sirva para hacer ese ejercicio que alguna vez he practicado. Se trata de imaginar cómo afectaría a mi vida tal cúmulo de sucesos. De niño, con once años, su madre se suicidó tirándose a un pozo, loca de celos por la afición de su marido a las mujeres. De muy joven se aficiona a la bebida y no logrará nunca librarse de esa adición. En su época de estudiante sufre crisis nerviosas y conoce la pobreza. A su padre, entonces, no se le ocurre otra cosa que vender todas sus tierras y comprar una fábrica de sake que tendría que gestionar su hijo. No hace falta decir que, literalmente, se beben el negocio entre los dos. Mientras tanto se casa en un matrimonio concertado que no funciona. Más tarde su ex­-mujer será su único apoyo. Vive el terremoto de Kanto. Se suicida el hermano que le quedaba (el otro murió en la infancia). Llega ahora un momento crucial en la vida de Santôka. Desesperado se planta delante de un tren esperando ser arrollado, pero tiene tan mala suerte que los maquinistas logran pararlo y enfurecidos arrojan a nuestro amigo de las vías. Resulta que por allí pasa Gian Mochizuki Osho, responsable de un templo zen de los alrededores (ya es casualidad) y recoge aquella piltrafa humana, dándole cobijo de manera indefinida. A los 42 años se ordena monje y poco después empiezan sus andaduras que durarían hasta su muerte.

Precisamente en primavera,

esta sensación de vacío…

¡en el estómago que llevo a cuestas!

En casos tan extremos como este, la percepción del “aquí y ahora” se convierte en una necesidad imperiosa. Cualquier otro camino no es posible. Es una condición inexcusable para sobrevivir. No es una práctica saludable o una actividad con expectativas más o menos ocultas. Se trata del estado de conciencia del que ya no espera nada, del desprendido.

Estoy solo,

y un mosquito me está picando

Santôka fue despreciado en Japón durante años por prescindir de la métrica formal y por su vida fuera de toda regla. Era un personaje atípico, tangencial, de los que rompen las normas y que con ello refrescan estructuras a menudo oxidadas y rancias.

Podéis encontrar un par de libros editados en castellano.
Saborear el agua, ed. Hiperión

El monje desnudo, ed. Miraguano

Haikus de un monje con fiebre, de un poeta sin bolsillos, de un hombre tumbado en la hierba.

Libélula,

estoy en pelotas,

a ver dónde vas a posarte

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