Sendero
Llueve, es media noche, los limpiadores de los parabrisas parecían desfallecer. «No seas bruto. Busca donde refugiarte». Poco después respiraba tranquilo. Allí, un viejo pueblo. Encontró a esas horas una señora que vendía café y antojitos. «son garnachas» pidió café y una orden que comió con gula. Miró la calle, la oscuridad. «La gente duerme, por eso no se ven luces». Dijo la señora: «tengo atole» «¿eso qué es?» «una bebida hecha de maíz azul, endulzada con panela y si desea agregarle pinole, es una delicia, bueno, eso dice mi mamá, que a todo le echa pinole». La vio de reojo y por lo menos tenía ochenta años. «¿Vive su madre?» «No, ya no, ella ya es difunta, pero cuando me distraigo, el pinole desaparece. Ah, pero conozco dónde lo esconde». Le cortó la plática con un cumplido «¡Qué ricas están las garnachas!» «Sí, este pueblo durante años vivió de los camioneros, pero hicieron la autopista y el pueblo se murió de hambre, imagínese, que algunos ya no alcanzaron a irse, los jovenes se largaron y el que se quedaba se metía en algún pozo minero. Yo quedé en el que se encuentra frente a la iglesia, fui de las afortunadas». El sujeto gritó hacia dentro: «¡¿A dónde madres me encuentro?!» «¿Qué dice señor» «nada, nada», «¿está arrepentido?, no se preocupe, ya se acostumbrará, todos los que han llegado por aquí, les cuesta trabajo…»
