Sendero
Caían las hojas, el barco en el horizonte y un punto luminoso. Desde la cocina revoloteaba el olor del café y el aroma de unos plátanos fritos. Ella no tardaría en sacar la mesita y traer una bandeja colmada. Era nuestra rutina: divisar la caída del sol y sentir la hora del crepúsculo, el momento mágico en que las puertas se abren. Era mi primera vez como fantasma y me sentí complacido de que no hubiese olvidado nuestra rutina de mirar el ocaso. Un instante después la mujer entrecana estaba sentada en la mesa y a su lado un hombre menor que ella, a quien le daba pedacitos de manjar en su boca. me diluí como un punto que se retrae. El barco hizo lo mismo.
