Sendero
Frente a mi consultorio vivía la esposa de un vaquero. ¿Y eso que tiene de extraordinario? Cómo tampoco la tiene el hecho de que el vaquero era muy buen vaquero, Nada diferente a otros vaqueros del pueblo: gustaba de la cerveza y gastar lo poco que ganaba en mujeres que cada ocho días arribaban al pueblo. Doña Candi, su esposa, hacia todo lo posible por mantener a la prole, vendía antojitos, lavaba, planchaba. No, nada de pegarle a los hijos, su amor hacia ellos, nunca se vio menguado por las ofensas del vaquero. No, nadie me lo decía, la veía en su quehacer diario, en las caricias que prodigaba con el peine desbaratando los nudos del pelo de las niñas. Algunas veces me saludaba, trayéndome un café con una galleta. Su cara apacible, su silencio, me decían que esa mujer no era capaz de odiar a nadie y que amaba a sus hijos por encima de toda pobrezaUn día el vaquero se fue con otra mujer y ella más vivía para sus hijos. Nada extraordinario; el amor no es noticia.
