Sendero
Te acuestas con tu hermano. Es una noche fría. En la madrugada, adormilado, escuchas murmullos y flota un olor a flores machacadas. Miras el velatorio y con horror te das cuenta que tienes el papel principal.
«No estoy muerto, no estoy muerto» repites, pero de tu garganta no sale un quejido. Con esfuerzo sales del ataúd, los dolientes corren buscando cualquier puerta.
Caminas torpe en la silenciosa oscuridad, a lo lejos sobresale un anuncio luminoso. Pasan a tu lado sombras y gimes como las almas en pena de las que nombra el padre Ramón. Llegas a la Cruz Roja y una enfermera tosca te obliga a ingerir una pócima asquerosa. «es por tu bien» te dice, y te sujeta del cuello. Corres y corres, con una náusea y un dolor abdominal creciente, tratando de evitar lo que es inevitable.
Los gritos de tu hermano te vuelven a la realidad «ya me cagaste cabrón». La familia se levanta y tu madre te lleva al baño donde te avienta una cubeta de agua fría.
En silencio, piensas qué pudo haber pasado. El sermón del padre Ramon que habló sobre las almas que vagan entre la oscuridad con gritos de dolor. «pinche padre, él fue quien metió en mi cabeza eso del purgatorio». Anoche cenaste huevos con epazote y chile seco, que aceleró tus tripas.
Despues se volvió a cagar, pero esta vez fue de risa. No antes de mandar al diablo al padre Ramón. Ya le invitaría unos huevitos con chile seco y harto epazote.
