Sendero
En aquella encrucijada vive la anciana. La recuerdo con su verruga roja en la mejilla y la pócima que me dio a beber. A la luz de la luna había un árbol deshojado con ramas retorcidas y un pájaro que cantaba: ¡Chipiripi! ¡Chipiripi! Es cierto que la tristeza maligna se dispersó con su brebaje. Ahora cada vez que la luna naciente ilumina con su cobre, me da por gritar Chipiripi, chipiripi.
—¿Ya escuchaste cantar al pájaro de noche? Me pregunta mi hermano menor, al tiempo que blande la resortera de un lado a otro.
