Sendero
Salió al patio. Pasaban de las tres de la mañana y era el tercer día que no podía dormir. Había tomado de todo, desde remedios caseros hasta las grageas del homeópata. Cuando los bostezos llegaban, se tiraba a la cama y el sueño desaparecía. En la séptima madrugada sacó del cajón una pistola y se voló la tapa de los sesos. A través del cristal reconoció a la misma araña que se columpiaba indiferente al murmullo de los rezos
