Sendero
En el departamento del tío, la sala de estar con sus cojines de terciopelo que hacían juego con el color de los muebles. Un grupo de muñequitos vivía en las mesitas y esquineros. Dos veces al día eran meticulosamente limpiados. El reloj que cada hora daba la cuota exacta de campanadas, el espejo situado en lo alto de la pared era un ojo registrando cualquier movimiento. Las lámparas sobre los esquineros parecían dos torres.
En la noche, para ir a mear, iba sigiloso. Los botones del pijama los aseguraba. Cerrado el baño. Salía el chorro grueso y enérgico que caía golpeando el agua del retrete. Rompía la profundidad de aquel silencio. Sentía que meaba sobre sonajas y el éxtasis llegaba al bajar la palanca que hacía un ruido de hipos mayúsculo. Disfrutaba del ruido, que a él le parecía música. Acostado en línea recta sobre la impoluta sábana se abría paso una inesperada erección, a la cual cumplía con suspiros y chillidos de gato bebé.
