Los día difíciles de Rubén García García

Sendero

Regresaba poco después de las diez de la noche, «¿recuerdas que te gustaba caminar por la zona rosa esperando alguna aventura? La tía y las primas dormían. Con cuidado metías la llave en la cerradura, el mismo que se necesita cuando es una primera vez y en silencio sonreías. No prendías la luz e ibas como gato ciego hasta llegar a tu recámara. «¡Claro que tenía que hacerlo! uno de arrimado es siempre arrimado. Me miro y allí estoy quitándome la ropa, acomodándola para que no se arrugue. «¡Chamacas no ensucien tanta ropa, que la señora que plancha no vendrá en un mes!” desde mi cuarto escuchaba a la tía».

A veces, la luz de la noche aluzaba la sábana blanca de lino que el tío había pasado de la frontera. Me tendía en la cama, recto, como muerto estirado y evitaba que se arrugara el lino. Pienso en Alicia, en aquella compañera de pechos abultados. «¿aquella que te mandó a la chingada?». La misma. La imagino a mi lado y mi amigo se inquieta. «Cómo madres ibas a saber que aquel ángel a quien le rendías honores con tu instrumento un día llegaría a tu lado en condiciones precarias. La vida es cabrona. Terminada la faena, vas al baño y orinas con un chorro grueso, caliente y bajas la palanca con fuerza y escuchas los hipos violentos del wc. Yo sonreía, pues el ruido del sanitario nadie lo puede evitar, con el agua se iban mis tensiones y regresaba enfundado en el pijama dispuesto a dormir con una sonrisa.

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