Sendero
Regresaba poco después de las diez de la noche, «¿recuerdas que te gustaba caminar por la zona rosa esperando alguna aventura? La tía y las primas dormían. Con cuidado metías la llave en la cerradura, el mismo que se necesita cuando es una primera vez y en silencio sonreías. No prendías la luz e ibas como gato ciego hasta llegar a tu recámara. «¡Claro que tenía que hacerlo! uno de arrimado es siempre arrimado. Me miro y allí estoy quitándome la ropa, acomodándola para que no se arrugue. «¡Chamacas no ensucien tanta ropa, que la señora que plancha no vendrá en un mes!” desde mi cuarto escuchaba a la tía».
A veces, la luz de la noche aluzaba la sábana blanca de lino que el tío había pasado de la frontera. Me tendía en la cama, recto, como muerto estirado y evitaba que se arrugara el lino. Pienso en Alicia, en aquella compañera de pechos abultados. «¿aquella que te mandó a la chingada?». La misma. La imagino a mi lado y mi amigo se inquieta. «Cómo madres ibas a saber que aquel ángel a quien le rendías honores con tu instrumento un día llegaría a tu lado en condiciones precarias. La vida es cabrona. Terminada la faena, vas al baño y orinas con un chorro grueso, caliente y bajas la palanca con fuerza y escuchas los hipos violentos del wc. Yo sonreía, pues el ruido del sanitario nadie lo puede evitar, con el agua se iban mis tensiones y regresaba enfundado en el pijama dispuesto a dormir con una sonrisa.
