Sendero
Llegué al pueblo de Chinapa cuando los patos volaban colmando el cielo. La choza olía a cera, a silencio. A ella le confesé mi ánimo indiferente. Juntó hojas, flores y aceites que al hervir dejaron escapar aromas de raíces tiernas.
—Tome la poción al anochecer.
Me despeñé en un sueño y me vi en una procesión. Llegué al altar frente a la sacerdotisa. Ella, ocultando mi cara con su túnica besó mi boca y degusté el sabor de las almendras silvestres. Desperté sudoroso, tratando de tomar una bocanada de aire. Los cantos de fe envolvían mis oídos, pero no lo suficiente. A lo lejos escuchaba el graznar de los patos, que enmudecían los golpes que yo propinaba al ataúd.
