Sendero
Casi veinte años pasaron desde que se salió del departamento. Una idea se le había metido entre el corazón y la cabeza y pensaba que su esposa lo engañaba. Una mañana se dio cuenta de que su mujer era íntegra. Ahora estaba seguro de que no lo reconocería e intentaría enamorarla. Se hizo coincidir con ella, logró sacarle algunos monosílabos, y hasta pudo entablar una charla en la soledad de un parque, donde sin rodeos le habló como la primera vez. Ella sintió que una aguja se le clavaba en el corazón. Y aquellos ojos tristes volvieron a prenderse como un cerillo. Ella se llenó de una fina lluvia y en un instante pensó que había algo mágico en aquel hombre y al verlo con los labios entreabiertos lo tomó de la mejilla y lo besó como lo haría una muchacha de veinte años. Reconoció los labios del hombre que se ausentó y dio gracias a Dios por habérselo regresado. Él se retiró ofuscado, perdiéndose en los vericuetos de la gran ciudad y nunca más volvió a verla.

¡Qué ingratitud la de ese hombre malo! Rubén…pensé que tu relato tendría un final feliz, en que el esposo volvía a enamorarse de su mujer, pero esas cosas maravillosas no suceden en la vida real. Te invito a mi reciente publicación:
https://tualmaylamia703616232.wordpress.com/2022/09/17/lirios-amarillos/ Un saludo en la distancia.
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