Sendero
La vieja pretensión se hizo presente. Fue el día de su cumpleaños, cuando partía el pastel y pensó en el deseo. Había simpatía en sus ojos y al caminar su cuerpo ondulaba con gracia. Amada por sus dos hijos y su esposo, llevaba la vida de su alta clase social. Entre los susurros del aire acondicionado, le llegaba el anhelo de lo que en otras familias había mucho. Deseaba una oveja negra.
Aunque tenía confianza con su esposo, guardó el secreto. Poco a poco el deseo adquirió una cuenta de susurros que cuchicheaban en los sueños. Se vestía menos formal, dejó de asistir a las tertulias y canastas para asistir a conciertos de jazz. Su esposo, fiel compañero, se extrañaba de los cambios, y los atribuyó a los ciclos que toda mujer tiene.
Ella seguía siendo transparente, apasionada. El cónyuge se daba cuenta de su transformación, y ella lo realizaba con la naturalidad de haberlo hecho miles de veces. Así la amaba, el disfrute de ella era también de él y optó por dejarla hacer.
Su tez blanca contrastaba con los tonos ciegos de sus vestidos amplios que le daban a su cadera el bamboleo de la flor de caña cuando el viento la mueve.
Una madrugada, llegó una ambulancia hasta su domicilio. En el servicio de urgencia no dudaron en intervenirla. Su marido se quedó sorprendido. Veía al lado de ella un vástago, ella, hinchada del corazón, acariciaba maternal a su oveja negra.
