sendero
Las gallinas de mi abuela no cacaraquearon. Hay silencio en la casa, solo se oye el ruido de los trastes.
Mi abuela está enojada. Escuché que le decía a su comadre que el abuelo perdió a las gallinas en un juego de cartas. «Ya lo corrí. Lárgate. —le dije—, me levantó la mano, pero se dio cuenta del temblor de mi quijada y que el garrote de amasar estaba en mis manos. «
Ayude a don Remigio a vender su leche y con lo que me dio me alcanzó para comprarle dos pollitos en la veterinaria y uno que me regalaron porque le faltaba una pata.
Llegó el abuelo, y prometió a la abuela que ya no iba a jugar.
Mi abuela sigue seria, no le da ni un café. A los pollitos si les pone su puñito de arroz.
