Sendero
Cuando chupaba el dulce de la flor en el jardín de su casa, su corazón se pensó colibrí y aleteó como tal. Muy lejos escuchó «500 voltios al desfibrilador». Necesitó tres golpes eléctricos para que el músculo recobrara el ritmo de su latido. Si bien el obispo no pudo libar toda la miel de la flor, ahora se encontraba en otro sueño menos agitado.
«Por poco se nos va, dijo el cardiólogo».
