Sendero
La paz perdida de Rubén García García
Le ordenaron reposo y tranquilidad. Rentar una choza a la orilla de un lago, le pareció buena idea. Dos días después se instalaba. Los moscos fueron un suplicio. Los ruidos de un monstruo que rompía el agua los escuchaba bajo la cabecera. Con los ojos vidriosos y ojeras profundas se levantó a prepararse un café, al primer sorbo llegó una parvada de patos haciendo un ruido infernal.
Ya descansa. Su fosa quedó entre un gritón de la lotería y un vendedor ambulante que no se cansa de gritar: bara bara…
