sendero
Solo Tiresias sabía de mi viaje y pasé a despedirme. En la bolsa acomodé la flauta, los maderos, cuerdas y un ramo de hierbas aderezadas por el sereno y la luna. «suerte y buen viaje» me dijo cuando me abrazaba.
Un mes después, en la puerta al inframundo toqué con maestría la flauta y las tres cabezas del perro se durmieron. Caronte me dijo, al bajarme de su barca, «no tienes mucho tiempo». La vi en su sueño profundo y unté en su frente el humor de las raíces. Con dos tablas y las cuerdas inmovilicé su cuello. Poco antes de la salida se oyó una voz imperativa atrás de ella: «¡A dónde vas!» Ella quiso voltear, pero no rompió los amarres. Corrimos hasta ver el día. La mujer florecía en lágrimas al abrazarse con sus hijos, que decían «has vuelto mamá».
