Sendero
Frag escrito por Rosa Navarro
Los relatos de Ana María Shua presentan un espectáculo circense en el que las palabras hacen equilibrismos en los trapecios de la ironía, la crítica y la reflexión literaria. En un caos solo aparente, el lector puede encontrar las cuerdas invisibles que sostienen su estructura. Después del espectáculo, el público atento descubre en cada malabarismo las claves del género del microrrelato, así como los rasgos formales, pragmáticos y temáticos que lo caracterizan. En el microrrelato los elementos del texto se sintetizan hasta el límite: la trama carece de complejidad estructural, desaparece la progresión tradicional tripartita (planteamiento-nudo-desenlace) y algunos componentes desaparecen mientras otros adquieren mayor relevancia. Por ejemplo, el título es muy importante en toda la narrativa breve, pues suele conformarse como la base de identificación del texto. Puede actuar como llamada o reclamo, tener función descriptiva o situar el texto dentro de un marco determinado. En la microficción, el título suele formar parte de la estructura al completar el significado del texto u orientar la lectura de este y hacernos tomar una línea de interpretación u otra, marcándonos los elementos que debemos tener en cuenta. Del mismo modo, el comienzo y el final son fundamentales en la microficción. Como ya hemos señalado, la estructura del microrrelato rompe con la tradicional progresión planteamiento-nudo-desenlace del cuento clásico. De hecho, un comienzo habitual de este género es in medias res, comienzo muy adecuado a esa estructura basada en la intensidad, pues se anulan descripciones o caracterizaciones circunstanciales. Por otro lado, los finales suelen ser sorprendentes, pues ponen de manifiesto significados que habían estado ocultos en el texto durante todo el tiempo. Es frecuente el final que produce un cambio en la significación o en el contexto y nos obliga a releer el relato a través de una mirada distinta.
«Máquina del tiempo»
A través de este instrumento rudimentario, descubierto casi por azar, es posible entrever ciertas escenas del futuro, como quien espía por una cerradura. La simplicidad del equipo y ciertos indicios históricos nos permiten suponer que no hemos sido los primeros en hacer este hallazgo. Así podría haber conocido Cervantes, antes de componer su Quijote, la obra completa de nuestro contemporáneo Pierre Menard.
(De Casa de Geishas)
«Tarzán»
Avanzando en oleadas malignas, las hormigas carnívoras no han dejado más que esqueletos blanqueados a su paso. Horrorizado, Tarzán sostiene en su mano temblorosa la calavera pelada de un primate. ¿Se trata de su amada mona Chita? Condenado al infinitivo, el rey de la selva se pregunta ¿ser tú Chita, mi buena amiga mona? ¿La compañera que alegrar mis largos días en esta selva contumaz? ¿Ser o no ser?
(De Temporada de Fantasmas)
«El hermano serpiente»
En su lecho de muerte, el padre le entrega un cofre. Adentro del cofre vive una serpiente.
–Esta serpiente –dice el moribundo– es tu hermano, fruto de mis amores con una mujer demonio. Lo confío a tu cuidado.
El hijo consagra su vida a la caza de ranas y ratones para alimentar a la serpiente, creyendo que su padre sufre en la Gehena el castigo de los lujuriosos o los magos, sin saber que se cuece, en realidad, en el círculo destinado a los bromistas.
(De Botánica del Caos)
Sin título
Mi papá no está contento conmigo. Me mira más triste que enojado porque sabe que le oculto un secreto. Estás muerto, quisiera decirle. Pero tengo miedo de que no venga más.
(Microrrelato número 25; de La sueñera)
El primer libro de microficción de Ana María Shua es “La sueñera” (1984)
«La ciudad soñada»
Usted llega, por fin, a la ciudad soñada, pero la ciudad ya no está allí. En su lugar se eleva una cadena montañosa de indudables atractivos turísticos. Pero usted no trajo su equipo de andinista, no tiene grampas, ni cables, ni vituallas, usted trajo una guía de restaurantes y un buen traje, y entradas para el teatro. La ciudad, por el momento, está del otro lado, y el guía le ofrece atravesar la cordillera a lomo de mula. Y mientras avanza lentamente sintiendo que su columna vertebral, que sus riñones ya no están para esos trotes, usted percibe en la reverberación del aire que la ciudad está volviendo a formarse a sus espaldas, temblorosos y transparentes todavía los rascacielos, como medusas del aire.
(De Temporada de Fantasmas)
«Las dos mitades»
Charles Tripp, el hombre sin brazos, se ganaba la vida como carpintero antes de entrar en circo. Eli Bowen, el acróbata sin piernas, tenía dos pequeños pies de diferente tamaño que nacían de sus caderas y era considerado el más buen mozo de los artistas de circo. En una de sus actuaciones conjuntas Bowen conducía una bicicleta mientras Tripp pedaleaba. Los espectadores aplaudían como tontos, sin darse cuenta de todo lo que podríamos hacer si tuviéramos esa otra mitad de la que nada sabemos, la mitad que nos falta, la otra parte de estos cuerpos inacabados que sólo por ignorancia imaginamos completos.
(De Fenómenos de circo)
«El dragón»
El problema es que el dragón no sabe hacer nada. Está demasiado viejo para volar y logra apenas un patético revoloteo de gallina. Aunque un par de columnas de humo se elevan débilmente de sus narinas escamosas, ya no es capaz de expeler su fuego vengador. Es interesante, le dice el director, muy interesante, pero más apropiado para un zoológico que para un circo. Embalsamado, en su momento, podrá vendérselo por una buena suma a cualquier museo.
Y el dueño, o tal vez el representante del dragón, se va del circo desalentado, arrastrando su cansina, una familia de vampiros vegetarianos, un ex-ángel que exhibe torpemente los muñones de sus alas mutiladas.
(De Fenómenos de circo)