
El pronunciamiento del juez fue claro: debía abandonar mi casa. Se la había donado a mis hijos para evitarles trámites burocráticos y decidieron venderla conmigo dentro. ¡A quién se le ocurre, doña Paca!, me dijo al terminar el juicio. Nos conocíamos del barrio. Yo regentaba un quiosco y le había fiado muchos chicles de fresa…
EMPEZAR A VIVIR — Escribir sobre la punta de la i