El niño y la yegua de Rubén García García

Sendero

Muy temprano fue a cortar la cereza del café. La vereda bajaba o subía, y la yegua resoplaba como un acordeón desafinado. Sobre su lomo llagado bamboleaban tres bultos repletos de cereza. Sentía su dolor y la detenía, para que descansara. Al llegar a la finca, el patrón desde su poltrona le gritó: «¡Gelasio!, dale maíz a la yegua y suéltala para que retoce en el campo. Le hará bien revolcarse. Vas al pozo, saca agua, y le ayudas a Ponciana para que termine de lavar las porquerizas».

Se hacía de noche, y en el silencio de la finca se escuchaba el taconeo de las botas del Señor.

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