El abuelo tiene cinco años que murió y la abuela no deja de llorar. La escucho por la noche con sus gimoteos de niña perdida. Hoy le diré al padre Toño para que se haga el aparecido y platique con ella. Eso es de todas las noches y más los fines de semana que el abuelo llegaba con sus tragos en la madrugada.
En la semana el cura habló con ella y sigue lloriqueando. Si supiera que a mí no me duele el abuelo, me jode ella, que de tanto llorar no me deja dormir. Anoche la escuché hablar dormida: «Remigio, me dijo el cura que dejara de llorar para que tu alma obtenga el reposo. Sabes que no le haré caso, seguire gimiendo para que te revuelques en el purgatorio como el gusano que siempre fuiste».
