Sendero
—¡Cierre la puerta, sargento! —habló fuerte el jefe de la policía. Levantó los ojos y vio a una mujer joven, bien formada y de pechos contestones. Su actitud agría cambió a una sonrisa y dijo sin pudor. «Ya era tiempo que cayera por estos lugares una cosa tan hermosa».
—Vengo a declarar acerca del caso de mi hermano, que lo acusan de robo.
—Ya es muy tarde, se dio la orden de que lo ingresaran a la prisión de Santa Marta.
—Pero él no fue, —Eso dicen siempre.
—Él no fue porque a esa hora que refiere el expediente, se encontraba conmigo.
—Ya es tarde.
Tomó la regla del escritorio y la deslizó por uno sus pechos.
—Depende de usted, para que intervenga y solicite que retrase el traslado.
Ella hizo a un lado el coraje y se fue desnudando y le dijo:
—Necesita excitarme, para que coopere.
El jefe de la policía no se lo esperaba, saltó de la silla con tanta ansiedad que desgarró la blusa de la mujer. Y como becerro empezó a chuparle los pechos.
Ella gritó pidiendo auxilio. Para los diarios fue un festín.
«No pude ayudarte hermano, pero sí le di un buen madrazo a ese hijo de puta».
Atrás del escritorio ondeaba el lábaro nacional y las fotos del gobernador y el presidente.
